Espero les guste el capi cuatro. Dos personajes se conocen, sé que les traerá ilusión.
Querida Merche, la respuesta como prometí en la perspectiva de Mamina.
Besitos a todos y buena semana.
Capítulo
4.
Lágrimas
del bosque.
Sabina.
Por
cuarta vez intenté poner orden en aquella reunión programada. El sitio elegido
fue el mismo que usaban los lobos machos para deliberar y discutir algún tema
común a la reserva.
Mientras
escuchaba el murmullo y las conversaciones a viva voz de las hembras, observé
el paisaje imponente del bosque. Los grandes cristales daban una vista
panorámica alrededor. La tierra había absorbido la lluvia de días anteriores y
el follaje reverdecía renovado. A los pies de los pinos, yacían algunas piñas
con forma de corazón producto del viento pasado.
El
aroma a resina y clorofila se colaba con la brisa cálida por las puertas
abiertas de par en par. Recordé cuánto había extrañado mi lugar al escapar
cuando apenas tenía veinte años.
Ese
día, llovía copiosamente. Supe que el bosque lloraba mi partida. Porque cada
rincón de la reserva palpita con cada uno de nosotros.
Con
el tiempo tuve que adaptarme a esa gran ciudad que era Oslo. Su gente siempre apresurada
por llegar quien sabe a dónde. Los turistas de mirada curiosa paseando por
plazas y calles. El tráfico ruidoso, los negocios y sus carteles de neón
parpadeando, y mi andar… cotidiano y mecánico.
Transitaba
sin alma, igual que aquellos que caminan sin ninguna razón para vivir. Lo único
que hacía palpable mi existencia era mi sombra dibujada en las aceras a causa
del sol brillante.
Había
dejado mi corazón en Kirkenes. No solo porque los restos de mis padres
descansaban en la reserva, sino porque mi bebé había dejado de existir allí.
Bueno, eso creí…
La
muerte de un hijo es un dolor inexplicable. Profundo y desgarrador que no cesa
ni siquiera con el paso del tiempo. Siempre lo sentía aquí, en mi pecho.
Perdonar
a Sebastien no había sido fácil. Cualquiera diría que sería imposible. Sin
embargo, no imaginas que puedas hacer miles de cosas por un hijo. Douglas
estaba vivo, eso debía importarme. Y por él podría atravesar tormentas
oceánicas, llegar hasta el último rincón agreste del mundo, enfrentar al más
poderoso dragón… Y perdonar a quien me había robado años de vida.
Sobresaltada,
desvié la vista al grito de euforia de Cataline.
—¡Aquí
dice que los lobos podemos casarnos con humanos!
—¡Pero
si nunca sales de la reserva! ¿Qué te modifica? –protestó Rita.
Al
instante las voces de la reunión se escucharon defendiendo una postura o la
otra.
—Los
machos humanos son hermosos –rio Isa.
—¡Algunos!
Otros son horribles –refutó Dana.
—¡Chicas!
¡Pongamos orden! Así no podemos avanzar –llamé la atención.
—Es
que son muchos temas interesantes –acotó Luna.
—Vayamos
al libro, de lo contrario pasaremos días aquí.
—Sabina
–dijo Rita—, deberíamos reunirnos más a menudo. Es divertido.
—Cierto.
Si hablamos de machos, mejor –sonrió Bua.
—Es
probable que sea buena idea reunirnos como dice Rita, pero ahora nos compete el
hallazgo. ¿Hay algo que las inquieta o les ha llamado la atención?
—Aun
con el libro o no seguiré trabajando todos los días para mantenerme –dijo Luna—.
No modifica en absoluto mi vida.
—¿Cómo
lo sabes? ¿Lo has leído por completo? –preguntó Isa.
—Pues
no…
—Quizás
dice que las hembras deberíamos quedarnos en nuestros hogares y los machos
mantenernos –rio Dana—. Se lo diré a mi marido.
—Si
ese libro dice eso –señaló Bua horrorizada—, no tocaré ni una página sola de
esas letras machistas.
—¡Ni
yo! –exclamó Isa.
Crucé
los brazos y los apoyé sobre la mesa. La vista fue hacia la única persona que
se había mantenido callada.
—Mamina,
¿estás bien?
La
anciana me miró como si recién se diera cuenta dónde se hallaba.
—Sí,
disculpen. Yo… Quisiera retirarme, sin no hay objeción.
—Claro
qué no. Puedes irte cuando lo desees. ¿Puedo ayudarte en algo? Nosotros los
lobos haríamos cualquier cosa por ti.
Se
puso de pie y acomodó por los hombros el chal regalo de un sami.
—Gracias,
pero quien puede ayudarme no es justamente un lobo, sino un humano.
Ante
el silencio del ambiente, se retiró.
—Sabina,
¿de quién es la tercera firma que está al final del libro? –dijo Cataline
mirando atentamente la reliquia.
Varias
cabezas se juntaron para poder ver lo señalado.
—Cierto,
¿será un humano? –acotó Dana.
—No
lo creo –suspiré—. Hemos leído el libro con Bernardo y parece estar dirigido en
muchas de sus partes al humano en papel de tercero ajeno. Como si hubiera
quedado fuera de este acuerdo. El pacto es claramente cerrado entre vampiros y
lobos y… bueno, alguien más.
—Es
decir –se asombró Isa—, como si tres razas nos protegiéramos de ellos.
—Exacto.
—¡Y
tú Cataline, que quieres casarte con uno! –rio Rita.
—Pero
Drank es humano y es el ser más bueno sobre la tierra.
—Es
tu amigo, Bua. Por eso lo dices.
—No
es verdad. Todos lo sabemos.
—Escuchen,
no se trata de menospreciar o temer a todos los humanos –tranquilicé—. Quien
sabe en qué contexto histórico fue firmado el pacto. Data de mucho tiempo.
—Además,
conocemos que dentro de nuestra raza ha habido seres malignos. Christopher,
Rosalie, Suly, Camile –Isa recorrió la sala corroborando que nadie de los
mencionados estaba allí.
—Olvídate
–sonrió Dana—, la bruja de Camile jamás vendría a la reunión.
—Sí,
ella es muuuy importante y distinguida para juntarse con nosotras –Rita frunció
el ceño.
—Y
Suly, ¿por qué no ha venido? –pregunté—. ¿Alguien sabe?
Todas
callaron. Observé cada rostro…
Luna
bajó la vista.
—Lo
siento. Fui yo. Le dije que no viniera. No iba a ser bienvenida.
—¡Luna!
No debiste hacer eso.
—Lo
sé, lo siento.
—¿Alguien
de ustedes quiere ir a buscarla?
Nadie
se ofreció.
—Si
viene ella yo me iré –amenazó Bua.
Su
madre echó una mirada de reprobación.
—¡Es
la verdad! No tiene derecho.
—Sí,
lo tiene. Es una hembra de la reserva –dijo su madre.
—Yo
apoyo a Bua –murmuró tímidamente Amelia.
—¿Es
que nadie recuerda quienes son los Rotemberg?
—Lo
recordamos, Bua. Bernardo echó a Rosalie de la reserva, sin embargo al resto
habrá que darles una oportunidad.
—La
quiero lejos, a ella y a su hermano.
—Tim
ha hablado con Bernardo y le ha dicho el cambio de Carl. Está haciendo buena
letra –repliqué.
—No
le creo nada. No tiene otra que acatar las órdenes que le dan. No tiene una
mísera corona para vivir lejos de aquí.
—No
seas tan dura Bua –dijo su madre.
—Sí,
ahora de castigo te casarás con un humano –bromeó Rita.
—No
me casaré con nadie. No lo necesito para ser feliz. Terminaré mi carrera y seré
una excelente profesional.
—Yo
tampoco necesito casarme –dijo Amelia—. No he terminado los estudios pero gano
para mantenerme trabajando como empleada doméstica.
La
miré asombrada.
—Amelia,
¿cómo es que no has terminado los estudios?
—Mi
padre solo me tiene a mí. La helada mortal mató a mi madre.
—¿En
qué trabaja Geir?
—Es
empleado en una ferretería en Kirkenes. Cubre el horario por la mañana.
—¿Y
por la tarde?
—Descansa.
Arquee
la ceja.
—Ah,
¡mira qué bien!
—En
mi caso terminé los estudios hace mucho tiempo –dijo Rita—. Pero trabajo de
lunes a viernes hasta la noche en una fábrica textil.
—¿Tu
marido?
—Nos
abandonó a Ruth y a mí. Hace un año casi.
Abrí
la boca y la cerré.
—Yo…
me siento avergonzada. No sé prácticamente nada de ustedes.
—Bernardo
está al tanto. Él nos ayudó con víveres muchas veces.
—Pero
yo soy yo. No debí descuidarlas.
Junté
las manos sobre la mesa.
—Bien…
Haremos esto… El domingo por la tarde nos reuniremos y me contarán todo lo que
deseen. Sus proyectos, sus problemas, sus situaciones. Lamento no haberlo hecho
antes.
—Buena
idea, Sabina —sonrió Isa.
—¡Sí,
buena idea! –apoyaron todos.
Mamina.
Avancé
por el sendero todo lo rápido que la edad de mis pies me permitía. Llegué a
casa, estaba sola. Louk había salido a pescar con Drank y Mike. Ya en mi
habitación busqué en el ropero la caja de madera donde atesoraba mis recuerdos.
Me senté en la cama y la abrí lentamente. Una melodía delicada y sutil se
escuchó al instante.
Quité
algunos documentos importantes como partidas de nacimiento e identificaciones
mientras la música cortaba el profundo silencio de la habitación. Aún no sabía
porque guardaba el Registro de conducir de mi difunto marido. Quizás porque
había salido tan bello en esa foto.
Después,
un par de dibujos de Louk cuando estaba en el Jardín de Infantes y una cartita
a Santa Claus cuando podía escribir. Fue muy triste con el pasar de los años
enterarnos que Louk sufría una alexia, la pérdida de la capacidad de leer
cuando ya fue adquirida. No entendía demasiado pero los médicos habían dicho
que era a raíz de una lesión en la parte del cerebro que controla la lectura.
Dijeron que era congénito.
Quité
de la cajita otro recuerdo… Una nota de mi hija que había pasado por debajo de
mi puerta. Aseguraba que a la noche vendría a cenar. Pero nunca regresó…
Los
viejos nos aferrábamos al pasado feliz. En mi caso tuve la entereza de siempre
salir adelante. Sin embargo los recuerdos plasmados en fotos antiguas y
escritos me permitían regresar aunque fuera por breves lapsos de tiempo.
Al
fin encontré lo que buscaba. Un papel amarillento doblado en cuatro.
Lo
abrí y leí la anotación de mi puño y letra hacía más de veinte años. La receta
de los caramelos de miel. Nunca más había recurrido a ella para prepararlos.
Porque desde aquella noche que Rob desapareció jamás volví a intentarlo. Sería
un sacrilegio para mí.
Recuerdo
aquella fecha… Vieron a Christopher partir hacia el aeropuerto. Según decían,
iba tras Sabina. Abandonó la reserva solo. Por lo tanto su hermano de diez años
había quedado a la deriva en el bosque. Todos salimos a buscarlo aunque llovía
torrencial. Incluso más allá del cementerio Sami. Sin embargo no había rastro
de él.
Cada
día guardé la bolsita de caramelos para Rob. Le fascinaban. Tenía la esperanza
que había hallado refugio y tarde temprano lo encontrarían. Era un chico muy
listo. Hijo de los guardianes del alfa. Pero el invierno llegó… Y las
posibilidades de sobrevivir fueron cada vez menos. Ralph ordenó cesar la
búsqueda a pesar de ello continué buscándolo en el bosque. Hasta que enfermé
por las nevadas y mi familia ya no lo permitió.
Recuerdo
que mi hija me sentó frente al hogar y me dijo, “Mamina, es imposible que Rob
esté vivo después de tanto tiempo. No quiero perderte. Debes asimilar que no lo
volveremos a ver.”
Y
la tristeza me embargó por años…
Ahora…
una pequeña luz de esperanza fue creciendo desde aquel día que Drank se perdió
en Navidad. Lo ayudó un hombre que no tenía las mejillas rosadas pero hablaba
con lobos… Como Rob.
Hace
días, pasada la gran tormenta, recriminé al humano haber entrado al bosque. Él dijo,
“debía ver a un amigo”. Le pregunté, “¿y tu amigo no podía venir a la cabaña?”
La
pregunta era lógica. Demasiado para una respuesta titubeante.
Dijo,
“él no quiere venir. Yo quisiera pero él nunca volverá.”
Nunca
volverá… Señal que ha vivido en la reserva o al menos la ha visitado. ¿Por qué
no querría pisar estas tierras? Lo más llamativo… ¿Por qué Drank nunca lo
mencionaba por su nombre?
Me
dirigí a la cocina con la receta en mano. Até el delantal a mi cintura y quité
de la alacena un recipiente de cobre y los ingredientes necesarios. Azúcar,
miel, agua y vinagre.
Mezclé
350 gr de azúcar, 3 cucharadas de miel, 5 de agua. Volví a leer para asegurarme
las cantidades exactas. Vinagre solo una cucharadita. Listo… Encendí el fuego y
apoyé la ollita en la hornalla. Comencé a revolver lentamente… Con paciencia.
Como debían hacerse las cosas que deseabas que quedaran perfectas. Es que hacía
tanto tiempo que no preparaba caramelos de miel.
Mientras
la preparación cogía temperatura, la imagen de Rob vino a mi mente.
Desde
que habían fallecido sus padres pasaba mucho tiempo con nosotros. Louk era muy
pequeño y no tenían edad para compartir juegos. Pero a Rob le gustaba que le
hablara sobre las leyendas del bosque. Él me contaba sobre los lobos. Tenía un
hermoso libro con imágenes de las fieras. Como su hermano salía por las noches
tras aventuras, Rob se quedaba a dormir y desayunaba cacao con leche caliente.
Era un nieto más para mí.
Desde
hace muchos años, cada vez que llueve en la reserva, creo que es por él. Hasta
una simple llovizna son lágrimas del bosque que espera su regreso.
Cuando
conseguí el punto de caramelo duro, siguiendo al pie de la letra la receta,
coloqué azúcar en una fuente. Más o menos 2 cm de espesor. Formé hoyos pequeños
y volqué con cuidado el caramelo en ellos. Los cubrí con azúcar. Ahora debía
esperar dos horas para que secaran.
Por
suerte, Louk tardaría mucho más. De lo contrario preguntaría para quien serían
esos caramelos de miel. No quería mentirle, y decirle la verdad sería una
locura.
Porque
no tenía duda… Esos caramelos… tenían un destinatario. Un hombre sin rostro que
hablaba con lobos.
Quizás
mis caramelos no lo harían regresar. Aún así quería que supiera que siempre
estuve aquí, esperándolo.
Asgard
Nilsen.
La
tarde del lunes me había dedicado a pintar el garaje. El jardinero que contraté
fue muy eficiente y el césped y los canteros estaban luciendo de maravilla. Si
pensaba vender mi casa debía ponerla en condiciones excelentes. Ya no tenía
trabajo y los ahorros me alcanzarían para vivir unos tres meses.
Me
acerqué al joven que juntaba las herramientas junto al portón de reja.
—Aguarde,
antes de darle la paga le ofrezco algo fresco. Hoy hace mucho calor.
—Le
agradezco, señor.
—Ya
regreso.
Llegué
hasta la sala y Dalila me observó por debajo del sofá.
—¿Todavía
le temes a la cortadora de césped? ¿Qué clase de guardiana eres?
Sus
brillantes ojos negros como botones de un peluche me siguieron hasta la puerta
de la cocina.
Allí
serví un jugo de frutas y preparé unos panecillos con jamón. El jardinero se
tomaría un descanso y me pareció de buen gusto darle algo para reponer energía.
Cuando
giré con la bandeja con la intención de dejarla en la mesa de jardín, escuché
el ladrido de Dalila y me asomé a la sala. Mi perra había salido como alma que
lleva al diablo corriendo hacia los lejanos portones.
Antes
de corroborar porqué ladraba, el jardinero se presentó muy tímido en la puerta.
—Disculpe,
hay una loca vestida con una blusa multicolor que dice ser su madre.
—¿Tiene
trenzas con canutillos de colores?
—Sí…
—Es
mi madre.
—¡Oh!
Lo siento. Yo creí…
—No
se preocupe, nadie adivinaría que es la madre del Defensor –deposité la bandeja
en la mesa de living y cogí las llaves.
Salí
al jardín seguido del jardinero, que avergonzado seguía pidiendo disculpas.
—¡Holaaaa!
¡Sorpresaaa! –ella gritó alzando una mano.
Sonreí
y apreté el paso.
—¡Hola
mamá!
Dalila
saltaba y ladraba entusiasmada.
—Holaa
mi solcito dorado, ¿cómo te trata Asgard?
Apenas
abrí los portones mi madre dejó su maleta en el suelo y nos abrazamos.
Fue
una abrazo profundo, sí… porque encierra mucho afecto. Los sentimientos tienen
profundidad. Al menos para mí. Y ese silencio que lo rodea, ese que dice muchas
cosas cuando has estado lejos de quien amas aunque fuera por pocos meses.
Me
quedé unos segundos retenido en ese calor de sus brazos. Como cuando eres niño
y crees que todo se puede solucionar porque ella te abraza.
Me
apartó y me miró a la cara.
—¿Estás
alimentándote bien?
—Sí
—sonreí.
Dalila
ladró repetidas veces.
Mi
madre se inclinó y dio una dosis de caricias y palabras afectuosas a la perra.
—¡Hola
Dalila! ¡Tú estás cada vez más grande, cariño!
Cogí
la maleta y cerré los portones.
—Ven,
mamá. Debes estar cansada del viaje.
—En
absoluto. Con mis ejercicios de relajación fue todo un placer.
Caminamos
hacia la casa con Dalila dando saltos de alegría.
—¿Hubo
turbulencia?
—Un
poco… Bueno bastante.
—¿Y
no te asustaste?
—Grité
un poquito.
Reí
a carcajadas.
—¿Y
tus ejercicios de relajación? ¿No dieron resultado?
—Por
supuesto. Dije que grité un poquito, no que me metí en la cabina del piloto.
—¿Serías
capaz?
—Es
una suerte que no lo recuerdes. Eras pequeño.
Me
detuve bruscamente.
—¡Mamá!
¿Qué ocurrió después?
—Ah
pues… Nada sin importancia. Me retuvieron tres horas en el aeropuerto al bajar.
—¿Solo
tres horas?
—Creo
que se compadecieron de ti. Tenías cuatro años.
Sonreí.
—Un
día deberías hacer un libro con tus anécdotas.
—Lo
pensaré.
……………………………………………………………………………………………….
La
breve noche y su diadema de estrellas servía de techo mientras bebíamos un té
después de cenar. El jardín había quedado maravilloso. De todas formas deseaba
disfrutarlo poco tiempo. Mi decisión de vender la casa estaba tomada.
Después
de haberse dado una ducha apenas llegar, mi madre se había vestido con una
túnica y sandalias blancas. Su cabello lucía envuelto en un pañuelo azul y dos
aretes de plata colgaban balanceándose suavemente con cada movimiento de
cabeza. Que por cierto tenía costumbre de gesticular cada frase. Era su forma
de ser, natural, espontánea, y extrovertida.
Dalila
a sus pies, peleaba con un hueso hacía un buen rato.
—No
debes darte por vencida, Dalila –sonrió mi madre.
Bebió
un sorbo de té y me miró.
—¿Qué
ocurrió con tu trabajo?
—¿Mi
trabajo? ¿Por qué?
Rodó
los ojos.
—Es
obvio que algo ocurrió. Es lunes, no es feriado, y estabas en la casa cuando llegué.
Por otra parte, no tienes quien te ayude en la limpieza y todo luce impecable.
Señal que tienes tiempo de sobra. Tu móvil no ha interrumpido una sola vez como
suele pasar.
—Puedo
estar de vacaciones.
—Jamás
te han dado vacaciones en esta época.
Bajé
la vista.
—Okay,
renuncié.
—¡Lo
sabía! ¿Por qué? Amas lo que haces.
—Tuve
un problema con… no sé si lo recuerdas… Fried Scheneider. Tomó el lugar de
Hermansen. Falleció.
—¡Cómo
olvidarme de ese maldito! En cuanto a Hermansen… Era muy buena persona.
—Sí,
lo sé.
—Cuéntame.
¿Qué ocurrió exactamente con esa víbora de Schneider?
Me
llevó menos de diez minutos contarle lo sucedido. Su rostro dibujó la rabia
pero no la impotencia. Ella tenía sus recursos.
La
vi coger su móvil sobre la mesa.
—¿A
quién llamarás?
—Tranquilo.
No haré nada que te perjudique. Hablaré con Félix Rasmussen.
—¿Qué?
¿El Ministro de Justicia?
—Somos
viejos amigos.
—¿Desde
cuándo?
—Desde
que fuimos novios de muy jovencitos.
—¡Mamá!
¿No molestarás al Ministro de Justicia a esta hora?
—Calma,
es un gran amigo.
—¿Cuánto
hace que no lo ves?
—Unos
meses. Mi anterior viaje a Kirkenes bebimos café. ¿Recuerdas? Un día antes de
partir.
—Me
dijiste que salías de compras.
—¡Ay
Asgard! No tengo porqué contarte todo –sonrió y buscó en sus contactos.
Abrí
la boca para protestar pero esta vez mi móvil interrumpió.
Observé
la pantalla…
—No
figura el número… Debe ser un teléfono público.
Atendí
la extraña llamada mientras mi madre se ponía de pie alejándose para hablar en
privado. Dalila la siguió.
—Hola,
¿quién habla?
“Asgard,
soy yo. Elvis.”
Salté
de mi silla.
—¡Elvis!
¿Dónde estás?
“Estoy
en la plaza. Escapé, querían hacerme daño. Ven por mí Asgard, ¡por favor!”
La
sangre aumentó la velocidad. Avancé hacia la sala rápidamente.
—Escucha,
no te muevas de ahí. Trata que nadie te vea. Iré a buscarte. Mi coche es un
Audi gris. ¿Entiendes? No te muevas de allí.
Busqué
las llaves del coche y salí de jeans y camiseta negra. No podía perder tiempo.
Mi
madre cortó la llamada.
—¿Qué
se incendia, Asgard?
—Debo
salir urgente. Un niño corre peligro.
—Creí
que ya no trabajabas como Defensor.
—Esto
es personal, te lo aseguro –entré al coche—. Espérame, regresaré en cuanto
pueda.
—Ah
no, ¡iré contigo!
…………………………………………………………………………………………..
Durante
el viaje conté a mi madre el caso Holt.
—¡Por
Dios, Asgard! Debemos apresurarnos.
—Eso
hago mamá, pero los semáforos están en mi contra.
Estaba
desesperado por llegar y cuidarme de no llamar la atención. Si hubiera podido
hubiera hecho volar mi coche por encima del tránsito. Mi mente imaginaba mil
situaciones. Si los Holt encontraban a Elvis antes que yo, el niño no tendría
chance.
Faltando
una manzana para llegar a la plaza, mi corazón parecía salir de mi cuerpo.
Debía mantener la calma. Sin embargo, ¿cómo lograrlo? Ya me había ocurrido en
la vida… No había llegado a tiempo… Mi hijo, y el chico Rainer Oliversen…
Al
llegar a la plaza comencé a rodearla por la avenida y las tres calles
laterales. Una vuelta, dos, tres…
—¡Mierda!
No lo veo.
—Tranquilo,
hijo. Frena el coche, bajaré a buscarlo.
—Quizás
no se deje ver. Está aterrado.
—Déjame
a mí. ¿Cómo se llama?
—Elvis.
Mi
madre salió del coche y la imité, aunque me quedé junto al vehículo tratando de
ser visible para Elvis y a la vez no llamar la atención. Quizás era mejor que
ella se apartara porque con su atuendo era posible que la vieran.
La
plaza estaba iluminada por los ya conocidos faroles. Las distintas especies de
flores cubrían los canteros y el aire nocturno se sentía agradable. Aunque
hubiera sido la postal más bella de la ciudad no estaba en condiciones de
disfrutarla. Observé los arbustos más cercanos… No había ningún movimiento.
Me
animé y grité, ¡Elvis!
Nada…
Mi
corazón seguía palpitando alocado.
—Dios,
no permitas que falle de nuevo.
Divisé
un patrullero dirigirse a toda velocidad hacia el sur. La policía podría ir a
casa. Ante la denuncia de los Holt, serían al primero que buscarían. Ignoraba
como iba a salir de esto pero lo importante era encontrar a Elvis.
De
pronto vi a mi madre correr hacia el coche con un niño de la mano.
—¡Dios!
Elvis…
Abrí
la puerta trasera y aguardé sudoroso que al fin llegaran.
—¡Vamos
Elvis, sube al coche!
Mi
madre subió a su lado. Encendí el motor y partí a toda velocidad.
—¡Gracias
Asgard! ¡Tuve mucho miedo! No quería creer a la señora –mi madre sonrió-. Pero
te nombró y le creí.
—Ella
es mi madre. Los presento formalmente. Tranquilo, ya estás conmigo y no
permitiré que te lleven.
Debía
pensar rápido. Mi mente imaginaba situaciones y recursos de cómo apartar a
Elvis de esos monstruos. Cualquier trámite me llevaría lo menos una semana en
carácter de urgente. Mientras habría que demostrar la clase de gente que eran
los Holt.
Al
girar la esquina frente a la Universidad me apresuré demasiado para que la luz
roja no me atrapara detenido en la avenida. Crucé en amarillo, lo admito. No
hubiera tenido consecuencias si es que aquel transeúnte también se confió.
Todo
sucedió en segundos. El grito de, ¡cuidado! de mi madre. La frenada de mis
buenos reflejos. Y el choque inevitable de un cuerpo contra el capot.
—¡Oh
Dios, Asgard!
Salí
con pánico del coche rápidamente. Había herido a alguien. Aún así la prioridad
seguía siendo Elvis.
—¡Elvis,
mantente acostado en el asiento! ¡No debe verte nadie!
Lo
primero que vi al salir del coche fue una estudiante de largos cabellos
castaños. Al menos se ponía de pie por sus propios medios.
Llegué
hasta ella mientras sacudía sus jeans con furia.
—¡Lo
siento! ¡Lo siento, señorita!
Se
dedicó a ver sus libros dispersados en el asfalto y me miró… furiosa.
—¿Eres
idiota?
—¡Lo
siento! ¿Estás bien?
—¡Cruzaste
en amarillo, imbécil! Pude morir.
—Lo
sé, lo sé. ¿Estás bien?
Pocas
personas se acercaron a preguntar si estaba bien. Otras, siguieron camino al
ver que no era un accidente grave.
—Tú
también cruzaste en amarillo.
A
veces debemos callarnos la boca. Era iluso si pretendía que me reconociera un
aliciente a mi torpeza. Sus ojos destellaron.
—¡La
prioridad la tiene el peatón, bestia humana! No trates de justificarte.
Recogí
los libros y se los acerqué mientras ella revisaba su móvil golpeado.
—Tienes
razón, lo siento. Iba apresurado por un motivo especial.
Con
rabia y decepción guardó el pequeño aparato.
—¡Claro!
Todos dicen lo mismo y así vamos por la calle sin respetar las normas.
Con
claro enojo revisó sus bolsillos.
—¡Mierda!
Perdí mi pase de autobús.
—No
te preocupes, te alcanzaré hasta tu casa, es lo menos que puedo hacer. ¿Quieres
ir a un hospital para examinarte? Te llevaré donde quieras.
—¡Vete
al demonio! Iré sola hasta mi casa.
—No,
no. De ninguna manera. Por favor sube al coche. Debo salir de aquí cuanto
antes.
—No
subiré al coche de un hombre extraño.
—Mira,
viajo con mi madre. No estoy solo. Llevo un niño también. Por favor sube al
coche. No puedo dejarte aquí. Sería delito abandonarte después que te
atropellé.
Sus
manos se posicionaron en la cintura y me clavó sus ojos castaños.
—¡Ah,
pero ahora te fijas en la ley!
—¡Por
favor, sube!
Mi
madre salió del coche.
—Por
favor, sube al coche llevamos mucha prisa. Es algo de vida o muerte.
La
chica titubeó después de observar el extraño atuendo.
—¿Qué
cosa tiene puesto?
—Es
mi madre, vino de la India.
—Puedo
ir sola hasta mi casa.
—Ya
es tarde, no tienes tu pase. Confía en mí. Por favor, te lo suplico. Sube al
coche. Te alcanzaré.
Le
entregué los libros y los cogió lentamente. Seguro pensaría si haría bien o mal
en partir con nosotros.
—Okay,
solo porque vas acompañado y no deseo caminar hasta mi casa sin autobús.
Me
apresuré a abrir la puerta de copiloto. Ella avanzó tomándose su tiempo
mientras yo no veía la hora de salir de allí. En medio de la ciudad estábamos
demasiado expuestos.
Cerré
la puerta y rodee el coche para ubicarme en el volante.
Ella
me siguió con la mirada, aun con rabia.
—¿Te
duele algo? ¿Sientes mareos o algo así?
—Fue
con suerte, cretino. Arranca ya.
Encendí
el motor y partí.
—Te
advierto que no vivo cerca. Vivo en la reserva. Dijiste que estabas apurado. Ahora
ni se te ocurra dejarme en el medio de una carretera.
—Mi
hijo es un caballero –mi madre se acercó al respaldo del asiento—. Hola, mi
nombre es Liria. Pero puedes llamarme Neeja. Significa “lirio en hindú”.
—Hola
–murmuró—. Disculpe, pero no estoy habituada a que me ocurran estas cosas.
Elvis
se incorporó y se apegó al respaldo también.
—Yo
soy Elvis. Y Asgard me secuestró, pero de gente mala.
—¿Qué
cosaaa?
Por
unos segundos aparté la vista de la calle y la miré. Sus ojos marrones saltaron
chispas.
—¿Estoy
en un coche con una mujer de turbante y un niño secuestrado? ¡Eres un loco!
—¡No!
Te explicaré, lo prometo.
—Sí,
tranquila. Asgard es mi Defensor. Es muy bueno. Me ayudará a que mis padres no
me encuentren.
—¡Cielos!
¡Frena el maldito coche! ¡Voy a bajar!
—Escucha,
te alcanzaré hasta tu casa y olvida el resto. No pienses mal de mí.
—¡Sí
claro! El niño me acaba de decir que lo secuestraste de sus padres. ¿Qué
quieres que piense de ti?
—¡No
son sus padres! Lo adoptaron y son golpeadores. Es una larga historia.
—¡Pues
fíjate que quiero escucharla! ¿Quieres llevarme hasta la reserva? Bien, te
escucho. Empieza hablar o cogeré mi móvil y llamaré a la policía.
—Tu
móvil no funciona.
—¿Cómo
sabes?
—Porque
hubieras llamado desde el principio.
—Mierda…
¿Te crees astuto?
—Es
astuto, es mi Defensor –sonrió Elvis por el espejo retrovisor.
Apenas
devolví la sonrisa. Estaba en apuros con él. Había perdido tiempo para
esconderlo en casa y rogaba no encontrar a la policía en mi puerta. No podía
fallarle.
Mientras
cogía la ruta hacia las afueras de Kirkenes, fui contándole a la señorita la
historia de Elvis. Lo que necesitaba hacer por él. El niño corría peligro
inminente y no podía recurrir a la justicia. Ya me habían dado la espalda.
Ella
me escuchó atentamente, aunque muchas veces se hizo la fuerte, parte del relato
la sensibilizaba. No era una joven frívola y despreocupada. Además, ¿por qué
negarlo? Era muy bella. En mi vida ninguna señorita de ese porte femenino y
rasgos perfectos se había sentado allí.
Mi
móvil sonó insistente. Al principio no quise atender la llamada. Conducía y
sería otra prueba que estaba pasándome las leyes por el culo. Sin embargo, la
llamada se repitió a los cinco minutos.
Nervioso
estacioné a la vera de la ruta, cogí el móvil del bolsillo, y atendí.
“Asgard”.
—¡Vikingo!
“Presta
atención. Llegamos a la puerta de tu casa. Me aparté para poder hablarte… Si
tienes a Elvis, busca otro lugar. ¿Entiendes?”
—Sí…
Gracias.
“Llámame
cuando puedas”.
Corté
y me quedé con el móvil en la mano. Con la vista clavada en la ruta bordeada de
cipreses.
—¿Qué
ocurre, querido?
—Era
Vikingo… Es… es un amigo policía. Dice que están en la puerta de casa. No
tienen orden de allanamiento aún pero no puedo llegar con Elvis. Lo verán y se
lo llevarán.
—¡No
quiero Asgard! ¡Por favor, van a golpearme como la última vez!
El
silencio cubrió el interior del coche por unos instantes…
—No
dejaré que te ocurra nada malo. Lo prometí, Elvis. Cumpliré mi promesa. Algo se
me ocurrirá aunque deba pasar la noche en el bosque.
—En
la reserva no lo encontrarán –la frase de la joven me impactó—. Vamos, no
pierdas tiempo. Llévame hasta la entrada de la reserva. Me quedaré con él.
—Yo…
te agradezco pero… eres una desconocida. Elvis es mi responsabilidad.
—Ahora
te toca a ti confiar en mí. No llamaré a la policía. Nadie buscará tan lejos.
Titubee…
—¡Hijo!
Debes hacerlo. La policía está en casa. ¿Qué otra cosa puedes hacer?
Arranqué
el motor y cogí la ruta.
—No
sé si es buena idea… Tu móvil no funciona. Necesito estar comunicado.
—Te
ahogas en un vaso de agua, Defensor –sonrió mostrando una hilera de perfectos
dientes—. Te daré el número de uno de mis hermanos. Es con el que tengo mayor
complicidad.
—Te
preguntará qué haces con un niño.
—Eso
lo resolveré yo.
El
coche comía el asfalto de la angosta carretera mientras pensaba que otra cosa
podía hacer para salvar a Elvis. Al menos darme tiempo a cualquier trámite a mi
favor. No había mucha salida. Por el momento no podía llegar a casa con el niño
y continuar dando vueltas iba a levantar sospechas.
Asentí…
—Okay,
guíame hasta la entrada de la reserva. Solo será por unos días. Haré el trámite
y denuncia correspondiente. Llevará un poco de tiempo y…
Su
mano delicada y femenina se posó en mi antebrazo. La calidez de su piel
traspasó la tela de la camiseta de algodón.
—Tranquilo.
Nadie lo encontrará allí. Confía en mí.
La
miré… Sus ojos se volvieron más tiernos, parecían de un castaño más claro.
Quizás por la luz de la carretera.
—Elvis,
¿te quedarás con la señorita?
—Sí,
me gusta. Tiene ojos de buena.
Ella
sonrió.
Continué
la ruta, antes de seguir el camino hacia el lago giré a la izquierda como ella
indicó.
—¿Por
qué el juez no revocó la adopción? –preguntó con voz trémula.
—Porque
es un grandísimo hijo de puta –contestó mi madre—. Pero ya no le quedarán días
en su cargo. Ten la seguridad.
—¿Lo
denunciarán?
—No
es tan fácil –contesté mientras encendía las luces de larga distancia.
—Tengo
un amigo influyente –agregó mi madre.
Rodé
los ojos.
—No
creo que sea buena idea.
—Es
la única opción si quieres que esa alimaña no siga haciendo daño.
—¿Algún
político?
—Felix
Rasmussen.
—¿El
ministro?
—El
mismo.
—Vaya…
Tiene amigos importantes.
—Bueno,
fue mi novio de juventud y…
—Mamá…
—protesté.
—¿Qué?
Es la verdad. No tengo por qué avergonzarme. Fue antes de conocer a tu padre.
La
joven se incorporó para ver mejor.
Coge
ese camino. Nos llevará a la entrada de la reserva.
—Creí
que era hacia la derecha. Por esa curva –señalé.
—No.
Ese es territorio Sami. Mi aldea queda por allí –su dedo índice indicó la
dirección.
Poco
a poco las luces pequeñas de posibles cabañas fueron abriéndose paso por el
follaje.
—¿Y
tú tienes hijos? –preguntó.
—No.
—Se
nota que te gustan los niños.
—Sí,
son geniales… Sí…
—Es
divorciado –acotó mi madre—. Solo y mira, con lo guapo y bueno que es.
—Mamá,
¿podrías callarte?
La
joven volvió a sonreír.
—No
te preocupes. Los padres siempre nos buscan novio. Tienen miedo que nos
quedemos solos en la vida.
—Tú…
Tú, quiero decir si…
—Sí,
estoy sola.
—Y…
¿Qué estudias? ¿Salías de la Universidad, cierto?
—Así
es. Pasé el ciclo básico y ahora estoy cursando Licenciatura en biología. No sé
aún que seguir. Quizás genética o bióloga marina –rio.
—Suena
interesante.
—Ahí
es –señaló—. Frena aquí. En la aldea son reacios a recibir extraños. Sobre todo
por la hora. No llamaré la atención si llego sola con el niño.
Detuve
el coche. Elvis se preparó para bajar. Dio un beso a mi madre y su rostro
dibujó la paz. Al menos se sentía seguro y eso para mí era suficiente por
ahora.
—Anota
el número. Le avisaré a mi hermano que llamarás.
—Gracias.
Cogí
un anotador y lapicera que siempre llevaba en la guantera del coche. Ella
repitió dos veces el número de móvil. Se acercó para corroborar que había
anotado bien. Parte de su larga cabellera castaña rozó mi mano y me hizo
cosquillas. Su perfume me embriagó. Era dulzón con un toque a canela.
—Bien,
nos mantendremos en contacto. Buena suerte con los trámites.
—Gracias,
ehm… Cuídame a Elvis.
—Pierde
cuidado.
Cuando
bajé del coche la luz del amanecer pintaba sus primeros colores en aquel
bosque. La noche corta por la llegada del verano comenzaba a despedirse.
Ella
bajó y extendió la mano a Elvis.
—Vamos,
lo pasarás bien. ¿Te gustan los bizcochos de miel?
—Nunca
he probado.
—¿Ah
no? Le diremos a Mamina que te prepare muchos.
—¿Y
quién es Mamina?
—Es
como mi abuela, o la abuela de todos. Despídete de tu Defensor.
Me
acerqué y Elvis corrió a abrazarme.
—Cariño,
vendré por ti cuando no corras peligro.
—Lo
sé.
—Jamás
te abandonaré. ¿Lo sabes?
—Sí,
Asgard. Por eso te llamé.
Me
puse de pie y miré a la bella joven. Mi madre salió del coche sonriente.
—Muchas
gracias. Llamaré mañana si te parece.
—Cuando
tú quieras.
Avanzó
hacia la calle angosta con Elvis de la mano. Dos líneas paralelas de color
amarillo señalaban el sentido hacia la aldea. El bosque espeso y profundo
parecía acogerlo en su seno.
—¡Ey!
Perdona, no sé tu nombre.
Ella
giró su cabeza.
—Mi
nombre es Bua.
—Okay
Bua, encantado de conocerte.
Sonrió
y continuó camino.
Insistí…
—¿Estás
segura que no es peligroso que vayas sola el camino que resta? Es una zona de
lobos.
Se
detuvo nuevamente.
—Hay
otros lobos a los que debes temer.
—Tienes
razón –sonreí.
—Adiós
querida, gracias por todo.
—Adiós
Neeja. Un gusto.
No
me fui hasta que se hicieron pequeños por la distancia. Los perdí de vista en
la curva. La angustia no había desaparecido. Es que después de todo dejaba a
Elvis en manos de una extraña. La había conocido hacía poco menos de una hora.
No sabía dónde exactamente vivía, quienes eran su familia, si cuidaría al niño
tanto como yo. Lo cierto que no tenía alternativa. Ahora debía regresar y
sorprenderme con la visita de la policía como el mejor actor. Esperaba no
fallar. Porque yo no era actor, era un simple Defensor de Menores que había
renunciado a su amado trabajo.
Sentí
la mano de mi madre en el hombro.
—Vamos,
hijo. Hay que terminar lo que empezaste. Todo saldrá bien.
—Sí,
vamos.
Subimos
al coche y di marcha atrás para ubicarme en sentido contrario. A medida que
avanzaba el aroma particular del bosque se desvanecía. El cielo quebrado por el
alto follaje lucía un celeste apagado, como mi alma. No hubiera querido
separarme de Elvis. Me plantee la posibilidad de poder iniciar la adopción.
Para ello debía encontrar un nuevo empleo.
Mi
madre que había guardado silencio gran parte del viaje de regreso, suspiró.
—Me
encanta esa chica.
Sonreí.
—No
la conoces, mamá.
—Pero
tengo la virtud de saber leer el alma a través de los ojos de las personas. Y
ten la seguridad, que nunca me he equivocado.
Casi
llegando a mi hogar, pude ver las luces azules en movimiento de un patrullero.
No estaba nervioso, sí muy triste. Tanto que mis ojos se empañaron por las
lágrimas.
-Tranquilo,
Asgard. No te apenes por Elvis.
-¿Sabes?
Cuando los niños me saludan porque abandonan el juzgado, siempre lo han hecho
con un destino saldado. Pueden partir un poco inseguros pero finalmente sé que
serán felices. Son despedidas nostálgicas sin embargo con un tinte dulce.
Espero que Elvis le ocurra lo mismo y cuando deba separarme sea en los mejores
términos. Sin embargo en mi vida personal -tragué saliva y recordé a Ricky-,
hubo un niño del cual nunca pude decirle “adiós”. Entendí… que las despedidas
son dolorosas, mamá. Pero es más doloroso no tener la oportunidad de
despedirte.
Buen tipo Asgard Nilsen! Cuando atropellas a una chica como mínimo te has de enamorar de ella:)
ResponderEliminarBuenísimo el capítulo y los caramelos de Mamina!
Bso
¡Hola Ignacio! Muchas gracias por tu comentario. Es muy bueno Asgard, tú sabes la vida te da muchas oportunidades de ser feliz... quien sabe. Para ello seguiremos acompañando a Elvis y ojalá tenga un buen final. Tienes razón, como mínimo debería enamorarse de Bua en este caso. A ver si las musas acompañan. Un gran abrazo y buena semana.
EliminarUy que lindo que Asgard y me encanto el encuentro con Bua. Me dio Mamima. Genial capítulo
ResponderEliminar¡Hola Citu! Muchas gracias por comentar. A mí también me encanta Asgard y Bua. Son los dos muy carismáticos.
EliminarVeremos si Mamina se encuentra algún día con Rob.
Besotes miles y buena semana!
Holaaaaa!!!! Gracias por la respuesta, jejejejejeje. Ojalá Rob se encuentre pronto con Mamina, a ver si es goloso y va a por caramelos, y si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña!!!!
ResponderEliminarMe encantaaaaaa Asgard!!!! Elvis estará bien en la reserva con Bua!!!!
Capi genial!!!!
Miles de besoteeesssss!!!!!
¡Hola Merck! Merecida, debía la respuesta. Ese encuentro no sabemos aún como y cuándo se dará pero yo también lo espero. Mahoma va a la montaña... por ahí tienes razón. Quien sabe.
EliminarAsgard es un sol. Y sé que Bua se encargará de Elvis muy bien.
Muchas gracias por comentar, tesoro. Un gran besote y buena semana!
Hola, Lou... Le has puesto un título precioso a este capítulo
ResponderEliminarMe ha parecido divertida la reunión de las hembras para ir descubriendo qué hay entre las páginas del Libro de Los Lobos... bueno, y creo que Sabina se ha dado cuenta de lo poco que sabe de muchas de ellas
Mamina quiere muchísimo a Rob... como a un nieto
Si se produce el reencuentro entre ella y Rob... será precioso... A mí me queda claro que Mamina, por las palabras de Drank, intuye que Rob está vivo... y en el bosque
Asgard Nilsen es otro gran personaje de esta novela... su trabajo es vocacional, y eso se nota
Por supuesto ya has conseguido que deteste a los Holt... no entiendo por qué razón adoptaron a Elvis
La madre de Asgard me ha encantado... es muy alegre y simpática... Y tiene un exnovio que puede suponer un problema muy merecido para el señor Schneider,,, llamar juez a este hombre va en contra de mis principios
Creo que tanto Asgard como Bua tenían mucha prisa... tal vez tenían prisa por conocerse
El final del capítulo es impresionante, Lou... Sí, hay unas despedidas que son muy dolorosas, demasiado... pero entiendo a Asgard... y sí, no poderte despedir debe ser bastante peor
Fantástico capítulo... Felicidades
Y besos
¡Hola Mela! Gracias como siempre por estar aquí.
Eliminar¿Sabes qué al poner el título pensé que a ti te gustaría? Sí. Así es. Debe ser porque tantos años voy conociendo a mis queridos lectores.
La reunión de hembras fue divertida y creo que debería hacerse más a menudo. Sabina hace bien en preocuparse por las chicas de la reserva como lo ha hecho Bernardo.
Rob, Mamina... ese encuentro lo esperamos muchos. Intuyes que así será. Aunque guardaré como sorpresa la ocasión y el momento.
Asgard es un hombre muy bueno y gran profesional. Ha sufrido mucho y ha estado atormentado. Quien sabe si la vida le guarda felicidad. Todos la merecemos cuando obramos como él.
Los Holt no tienen calificativo para mí, enfermos macabros, no sé... Scheneider lo mismo. Hay seres que viven para hacer daño.
La frase del final creo que ha salido de mi corazón. Quizás porque mi padre falleció de un infarto y aunque no me quedaron deudas de cariño y agradecimiento hacia él, siempre hay algo de tristeza de aquello que es imprevisible. Sí, es parte de la vida. A veces toca.
Te envío un besazo enorme y te deseo una buena semana querida escritora.
Estoy harto pero harto de los maltratadores,de esos que pegan a las mujeres y a niños.Esos deberian ir a la carcel y no salir mas.Me tienen harto.Si Sebastien sabria esto les da una paliza a los padres adoptivos y esos no vuelven a pegar a nadie.Es bueno tener amigos hasta en el infierno y el ministro de justicia quitara de juez a ese que es un mal juez.Se han conocido Asgard y Bua,me gusta como se han conocido pero Bua era la que tenia relaciones con Drank??Eso no le gustara a Asgard si se entera.Esta muy interesante y muy bien.Me ha gustado mucho.Besos.
ResponderEliminar¡Hola Ramón! Muchas gracias por estar aquí y comentar.
EliminarHay gente maléfica en las novelas y en la vida real. A veces la justicia no es tan justicia, al menos aquí tendré la musa en mi poder para poner las cosas en su sitio.
Asgard y Bua se han conocido. Cada uno ha tenido una vida pasada. Veremos si el amor entre ellos llega y vence todos los escollos. Habrá que esperar.
Me alegro mucho que te haya gustado. Un abrazo grande y buena semana para ti.