Capítulo 38.
Lobo.
Chelle
El
cumpleaños de Margaret convirtió una tarde monótona en divertida. Pero además
de pasarla entre amigos estaba ansioso. Ansioso y feliz. A la mañana Charles y
yo habíamos hablado como tantas veces y le conté de la llamada y la trampa de
Birmhan. Sonrió como era de esperar y por supuesto que me convenció de que
Fjellner tenía razón. ¿Por qué no intentarlo? A pesar del resto del mundo.
Claro que Charles no hacía las cosas a medias así que sugirió que era una buena
oportunidad invitar al lobo a la cabaña.
Así
fue como en un acto de arrojo llamé a Mike al mediodía y pregunté si le parecía
bien venir ya que había un cumpleaños que festejar. Al principio quedó
impactado por el cambio radical en mí y la invitación nada menos que a terreno
enemigo. Pero le informé que era una reunión familiar y que Sebastien Craig no
se encontraría entre ellos.
Bebía
un coñac con Khatry cuando Miyo entró desde el balcón dando saltos de alegría.
—¡Visitas!
¡Síii!
Mi
corazón saltó del pecho.
—¡Douglas
y Marin!
—¡Oh,
qué bien! –Exclamó Margaret—. Iré a abrir.
Respiré
profundo y solté el aire. ¿Sería posible que Fjellner fuera capaz de ponerme en
ese estado calamitoso?
Sí,
era posible. Y que pensara casi todo el día en él, y que soñara despierto con
vernos juntos, y que fuera solo mío… A pesar de los consejos del líder de los
vampiros. Que dicho sea de paso si hubiera aparecido en esa reunión se hubiera
caído de culo. Cielos…
A
penas llegaron los chicos saludaron y dieron el regalo a Margaret, un chal confeccionado
por los Sami. A ella le encantó. Entre las risas y la algarabía, Douglas dijo
algo a Charles al oído y él me miró. Tragué saliva… ¿Mike le habría dicho que
no vendría?
Margaret
se dirigió a la cocina con gran entusiasmo y Charles se acercó a mí.
—El
lobo está afuera, ¿por qué no lo invitas a pasar?
—¿Se
animó a venir? –pregunté incrédulo.
—¿Tú
qué crees? –sonrió.
Avancé
hasta la puerta, la abrí, y salí hacia el portal. La moto de Mike estaba
estacionada junto al sendero que daba al último cantero, al final de la
escalinata de piedra. Caminé unos pasos y la luz de los faroles iluminaron su
silueta. Estaba recostado a un árbol, con las manos hacia atrás, cabizbajo.
Quizás dudaba si había hecho bien en venir.
—¡Mike!
–Su nombre salió de mis labios casi sin quererlo –bajé la escalera.
Levantó
la cabeza y sonrió –subió unos cuantos escalones.
—Hola,
¡qué bueno que viniste!
Ambos
nos encontramos a mitad de camino.
—Vaya…
Por el solo milagro de escucharte decir mi nombre valió la pena arriesgarse.
Sonreí.
—Ya
no soy tu profesor… Ven, te presentaré al resto.
Mi
mano se apoyó en el hombro para que avanzara. Su piel caliente traspasó la tela
de la camisa. Por unos segundos me estremecí. Me miró y lo miré… Y el tiempo se
detuvo… Por instantes no escuché las risas y voces del interior, solo sus ojos
ámbar que me taladraban el pecho.
—¿Crees
que le gustará el regalo? –Interrumpió mostrando una bolsa de papel celofán
pequeña—. Es un gorro de piel para el invierno, los confecciona Rita, una loba.
—Por
supuesto que le gustará.
—Quizás
no vine vestido para la ocasión. ¿Quieres que regrese?
—No,
¿por qué? Sí así estás bien –mis ojos recorrieron fugazmente los jeans caídos a
la cintura y la camisa blanca elastizada.
—Mi
amigo siempre dice que visto muy dejado, bueno con ropa limpia pero tú sabes,
camiseta y sudadera.
—Estás
perfecto. Tienes… Hueles a…
—Ah
sí, es un perfume de Hauk. Me lo prestó.
—Es
genial pero prefiero el aroma a clorofila.
Nos
miramos fijo por unos segundos. Me acerqué inclinado el rostro buscando un
beso.
—¡Hola!
–Charles salió a nuestro encuentro—. Como tardaban salí a verificar si no
habían escapado. Después de todo era una buena oportunidad. Están todos
distraídos.
Mike
sonrió.
—Él
es Charles, mi amigo –carraspee.
—Hola,
soy Mike Fjellner. Gusto en conocerlo.
—Igualmente.
Pasen por favor –se dirigió a Mike—. Dime que harás honor al pastel de
Margaret. A ella le encanta la cocina, pero como imaginarás salvo Douglas y
Marin no tenemos muchos comensales.
—Lo
imagino. Pues sí… Me encantará probar el pastel.
Los
Sherpa fueron los primeros que miraron extrañados al lobo entrar a la sala.
Bueno, salvo Miyo que tenía una memoria prodigiosa cuando quería. Así que gritó
al verlo, “¡lobo lindo!”
Mike
rio y la saludó.
—¡Hola
Miyo!
—Miyo
está contenta, le gustan las fiestas –saltó de alegría.
Un
trueno se escuchó en la lejanía.
—Oh
oh –dijo Douglas—. Parece que nos iremos con lluvia.
—Entonces,
no perdamos tiempo –Margaret avanzó con un pastel de fresas y chocolate.
—¡Eso
se ve delicioso! –exclamó Marin.
—Bien,
¿Quién quiere coñac? –Invitó Chales—. Cojan asiento, brindaremos por la mejor
hembra, la mía.
Y
sí, Margaret era maravillosa. Una excelente anfitriona durante toda la reunión.
Tan amable, afectuosa, con un sentido del humor rozando el de Charles. Se
llevaban muy bien. Se notaba el amor que tenían al mirarse. ¿Algún día me
encontraría en un hogar con alguien que me mirara así?
Desvié
la vista de la bella pareja y giré la cabeza hacia mi lado izquierdo del sofá.
Mike me miraba fijo con ese iris casi dorado. Sonreí y hasta creo que me
ruboricé.
—¿Mike
sabe jugar al ajedrez? –le preguntó Miyo sentándose en la alfombra.
—No…
Sé jugar al pócker, lo jugaba con mi padre y mis hermanos.
—Ah…
Miyo no sabe jugar al ajedrez, y al poc…
—Pócker
–sonreí.
—Al
póker tampoco.
—Yo
sí, lobo –Khatry se acercó con un mazo de naipes—. ¿Quieres jugar?
—Vale,
juguemos.
—Yo
también jugaré –dijo Douglas—. Pero necesitaremos otro más para ser pares.
—Detesto
los naipes –Marin sonrió—. Conmigo no cuenten.
—¿Charles?
¿Margaret? –preguntó Khatry.
—No
sé jugar –contestó la anfitriona.
—Preferiría
mirar, hace mucho no juego a los naipes y no quiero perder –sonrió Charles.
—Pues…
Juego yo –dije animado por el ambiente—. Solo díganme con quién haré pareja.
Douglas
sonrió mientras barajaba los naipes.
—¿Con
quién va a ser, Chelle? Con Mike. Presiento que harán buena dupla.
Bajé
la vista mientras los colores me subían a las mejillas.
—Por
supuesto, Craig –Mike cortó el mazo y sonrió—. No te quepa la menor duda.
Amaba
ese desenfado de su parte y odiaba no ser así, tan natural, y que no importara
un cuerno el resto del mundo. Tenía que lograrlo, porque sentía que mi forma de
ser tan estructurada y formal me haría perder muchos momentos mágicos de la
vida.
……………………………………………………………………………………………….
Alrededor
de una hora los truenos se escucharon más fuertes. Marin se notaba preocupada
así que Douglas dio por terminado el juego prometiendo seguir en otro momento.
De todas formas Mike y yo ganábamos por puntaje y faltaría la revancha en otra
oportunidad.
Cuando
ya estaban listos para partir, Margaret sugirió que se quedaran esa noche.
Sabina estaría más tranquila si la tierna pareja estaba bajo resguardo así que
decidieron no regresar a la reserva.
—¿Otro
trozo de pastel? –ofreció Margaret a Mike.
—No,
gracias. Ha estado delicioso, pero debo regresar. Mi madre se preocupará. No
soy un crío aunque la tormenta podría inundar el camino y sabe que viajo en
moto.
—Haces
bien en no preocuparla. ¿Eres hijo único?
—No,
tengo cuatro hermanos.
—¡Familia
numerosa! –Sonrió Margaret.
—Así
es –se puso de pie—. Le agradezco la invitación.
—Gracias
por el regalo –guiñó un ojo.
—De
nada.
Me
puse de pie y aguardé que saludara en general al resto de los invitados. Todos
tuvieron un trato normal, aunque… Thashy, sí… ella lo observó en varias
oportunidades. Sin embargo no con recelo ni con lujuria, nada de eso. Como si
por momentos se compadeciera de él. No recordaba haberle contado que Mike había
perdido a su padre. A lo mejor Charles lo había comentado.
Acompañé
a Mike hasta el sendero donde había estacionado. Subió a la moto al tiempo que
un rayo cruzaba el cielo sobre nuestras cabezas. Un cable de un poste lejano
hizo un chispazo y todo quedó en la penumbra.
—Parece
que es tormenta eléctrica.
—Cuídate,
por favor llámame cuando llegues.
Sonrió
de lado y no pude evitar fijarme en sus labios. Es más, no pude evitarme dejar
de mirarlos. Su mano se aferró a la nuca y me atrajo hasta que nuestras
respiraciones se mezclaron en el mismo espacio.
—Sé
que no pedirás un beso, así que te lo daré yo.
Inclinó
el rostro y me comió la boca. Él era así, le gustaba actuar sin autorización.
Sin embargo esta vez, mi permiso flotaba implícito. Mi lengua urgente tanteo la
suya y chupé hasta arranar un gemido. Sentí fuego en las venas, un fuego
propio. Ya no era lo caliente de su cuerpo sino el mío en llamas. Las yemas de
los dedos se deslizaron por su espalda. Era tan atlético y musculoso. Era
perfecto…
Un
trueno cimbró hasta el suelo bajo mis pies y las primeras gotas gruesas de
lluvia comenzaron a caer. Me separé a pesar del deseo de continuar allí,
sintiendo que me deseaba tanto como yo, pero él estaba ante todo y me
preocupaba el camino que debía recorrer.
—Vete,
por favor. No hay luces en los postes.
—Tranquilo,
los focos de la moto son potentes. Te llamo apenas llegue.
—Por
favor.
Besó
mis labios y dio arranque. Se alejó por el sendero y me dejó esa angustia que
nace cuando alguien amado está a merced de la furia de la naturaleza. Un nudo
en la garganta apretó y se propagó en mi pecho.
—Tranquilo,
es un lobo. Conoce el bosque, aunque haya tormenta –Charles se acercó.
—¿Nos
quedamos sin luz?
—Sí,
y sin señal en los móviles.
—Le
dije que me llamara, ¿y ahora como sabré que llegó bien?
—Calma,
el corte de luz será breve, es una tormenta de otoño. Ven, ayúdame a convencer
a Miyo que “el Coco” no existe.
A
pesar de los nervios reí.
—¿Quién
le ha hablado de “el Coco”?
—Nadie,
creo que lo escuchó de un cuento infantil de Anne.
—¿A
quién se le ocurre leer un libro donde haya villanos?
—¿Conoces
alguno que no los tenga? –sonrió—. Como la vida. Siempre está el bien y el mal,
las princesas y dragones, los niños desobedientes y los “cocos”.
—Tienes
razón. Eres muy sabio. Hablaré con ella.
Liz.
La
tarde parecía tormentosa, pero no tan amenazante como para que Rose no fuera
con Anouk a Kirkenes para recibir su título. Sara y Rodion habían dejado a Dyre
con Ekaterina para poder pasar una noche de pareja en el lujoso hotel Storn.
El
mar se escuchaba rugir al chocar con las lejanas rocas, pero no tenía miedo,
amaba ese sonido aun en soledad. Me era familiar, como si siempre hubiera sido
parte de mí.
Es
cierto que la mansión parecía inmensa y un poco tétrica al no tener la
algarabía de todos los que la habitábamos, sin embargo estar embarazada
significaba que no estabas totalmente sola. Lo llevabas a él o ella dentro de
ti. Lenya me hacía falta, también Marin, y hasta mamá… Por suerte Drank vendría
a visitarme mientras Anouk acompañaba a Rose. Después juntos volverían a la reserva
donde tenían su hogar.
Con
gran entusiasmo preparé café y unas galletas de limón. Esas que me había
enseñado Margaret y que no podía comer pero a Anne le encantaban. Hablando de
ella, antes de bajar a la sala golpee su habitación. Como no respondía abrí la
puerta y la encontré dormida con los cascos puestos. La música era su refugio
así que no la desperté. Solo atiné a cubrirla con el edredón y salir
silenciosamente.
Ya
en la sala, me senté a esperar a mi amigo. Envié un mensaje a Lenya y me
respondió con un “¿te sientes bien?” Le respondí que sí y envié un corazón. Él
no tardó en enviar emoticones de besos.
Puse
música en el móvil para cortar tanto silencio. “Amor de mi vida” de Queen, era
mi preferido. Volví a acomodarme mejor en el sofá. Ya no encontraba posición
ideal, el bebé parecía ser muy grande.
Un
trueno se escuchó lejano y observé la ventana. El parque había oscurecido
debido a las espesas nubes así que me levanté y encendí las luces de la araña.
Me aproximé a los cristales y fue cuando lo escuché… El sonido del motor de una
moto. Sonreí. Por fin lo vería. Por fin constataría con mis propios ojos si
realmente Drank estaba bien.
Abrí
la puerta y salí al parque no sin antes encargarme del comando de los portones.
Caminé por el sendero a medida que las puertas de hierro daban paso a la moto.
Me detuve para dejarlo transitar el sendero a baja velocidad. Apagó el motor y
bajó quitándose el casco. Lo depositó con cuidado colgando del manubrio y fui
acercándome con una sonrisa que el tiempo no borraría.
—¡Hola
Drank! –Quedé inmóvil.
Ya
no era un humano, sino un lobo. Y aun sonaban en mis oídos las múltiples
recomendaciones de Lenya. Era un lobo, pero era mi amigo, el de siempre y eso
jamás cambiaría.
—¡Liz!
Por fin nos vemos –sonrió y se quedó de pie, observándome.
A
simple vista no tenía grandes diferencias con el Drank que conocía. Desde su
adolescencia había sido musculoso y alto, sin embargo sus ojos… ya no eran
azules, eran canela. Y en ese momento supe que siempre lo adoraría más allá de
su fisionomía.
—¡Preparé
café! –mis ojos brillaron de emoción.
Él
me miró en silencio sin avanzar un paso.
—Y…
también galletas de limón –titubee.
—Me
encantará probarlas. Pero antes… Debo pagarte una deuda –sus ojos también
humedecieron—. ¿La recuerdas?
Asentí
mientras una lágrima amenazaba con asomar.
—Sí…
Me debes un abrazo.
Extendió
su mano y corrí hacia él. Me abrazó fuerte y a la vez con cuidado. Estuve así,
inmóvil, refugiada en ese calor que te brindan los amigos. Es reconfortante
saber que aunque han estado lejos nunca se fueron de ti.
—Mi
querida amiga –susurró—. Gracias por esperarme.
—Siempre
–murmuré.
Ese
abrazo tenía algunas sensaciones en común con aquel que nos dimos cuando pisó
por primera vez Kirkenes. La gratitud al destino por la oportunidad de
reencontrarnos. De verlo bien, recuperado del trance que fuera, la muerte en el
pasado, la conversión ahora. Sin embargo también había diferencias. Él ya no
era el mismo atormentado por amor a mí. Hoy su corazón latía por ella, Anouk
Gólubev. La chica que lo hacía feliz.
Otro
trueno se escuchó muy cerca y nos obligó a separarnos.
—Entremos
Liz, no quiero que te agarre la lluvia.
—Vamos,
quiero preguntarte muchas cosas.
—Y
yo también –rio.
……………………………………………………………………………………………..
Durante
una hora bebimos café y él comió de las galletas mientras nos poníamos al día.
Pregunté sobre la conversión, sobre la votación de Louk, si había comenzado a
estudiar, y como llevaba la vida con Anouk. Se lo notaba feliz y eso era
genial. Aquel sueño de tener una relación como Bianca con Bernardo se hacía más
palpable. Hasta sugirió que si a Lenya no le molestaría le gustaría apadrinar
al bebé. Sabía que Lenya no iba a negarse, también mi marido había cambiado. Se
lo notaba seguro y no tan celoso de cuanto macho se cruzara. Creo que todos
cambiamos a lo largo de la vida, lo bueno que todo parecía ser para mejor.
La
lluvia se escuchó chocar contra los cristales. Drank envío un mensaje a Anouk y
le pidió que cogieran un coche de alquiler hasta la mansión así se quedaría más
tranquilo. Ella respondió que sí pero antes deseaban festejar con Rose su
título y beberían un coñac en una cafetería.
Fue
cuando decidí ir a la cocina por más café. Pero al coger la cafetera un dolor
agudo atravesó mi bajo vientre. Me encogí por la molestia y respiré profundo
tres veces. Mis ojos fueron al calendario de la cocina… Faltaba veinte días
para que mi bebé naciera. Creí que me había esforzado más de lo común así que
cuando el dolor pasó, continué con la tarea más despacio.
A
pesar de ello, al llegar a la sala con la bandeja se lo comenté a Drank, y él
me miró preocupado.
—¿No
serán contracciones?
—No
ha sido fuerte y ya pasó –lo tranquilicé.
—¿Por
qué no llamas a un doctor? Por las dudas.
—Sí,
tienes razón. Mamá siempre decía que las tormentas adelantan los partos.
—¡No
bromees Liz!
—Calla,
está todo bien.
Cogí
el móvil y llamé a Arve para explicarle la situación. Sin embargo tuve que
dejarle el mensaje en el contestador, quizás estaría con algún paciente.
Volví
a sentarme con cuidado y llamé a Lenya, pero de inmediato me arrepentí. ¿Qué le
diría? ¿Preocuparlo y estaba en Oslo con los futuros contratistas? Además ya
estaba mejor.
Poco
a poco la charla volvió a la normalidad. Drank me preguntó sobre mamá y mi
relación. Le conté que nos visitábamos y habíamos limado asperezas. Aunque en
el fondo seguía sin entenderla. Sobre todo teniendo un hijo por llegar. Era un
amor tan grande y aun no lo había tenido en brazos.
Le
conté de Scarlet y Grigorii, de lo bien que había terminado todo. También
hablamos de Bua y la triste muerte de su padre en manos de Vilu. Eran tantos
temas de charla que la noche cayó sin darnos cuenta, y la tormenta… también.
Cuando
un rayo cayó muy cerca y nos dejó sin luz, los dos tomamos conciencia que no
sería una tormenta pasajera de otoño. Encendí los candelabros de la sala y
Drank volvió a enviar un mensaje a Anouk.
—Beberé
algo fresco mientras llega tu chica, ¿quieres más café?
Sus
ojos marrones muy claros me miraron con disgusto.
—No
tengo señal.
Avancé
rápidamente y cogí el móvil de la mesa de living. Intenté llamar a Lenya pero
tampoco lo logré.
—Fue
el rayo –murmuré—. Nos quedamos sin luz y sin señal.
—Tranquila…
estamos en la mansión y Anouk esperará que aminoré para viajar.
—Sí…
Haré café.
—Puedo
hacerlo yo.
—¿Has
aprendido? –sonreí.
—¡Claro!
¿Qué crees? –rio.
Llegó
hasta uno de los candelabros y cogió una vela.
—Ya
regreso y verás como haré mi café sin romper nada.
Reí.
—Pues
la cafetera está en la encimera lado izquierdo y nuevos filtros encontrarás en
el tercer cajón.
Antes
de que llegara Drank a la cocina otro dolor agudo me paralizó.
—Drank
Giró
para verme.
—¿Qué
ocurre?
—El
dolor regresó… Usaré el teléfono local para llamar a Arve.
Se
acercó con gesto de preocupado.
Apenas
disqué me di cuenta que no había línea. El teléfono producía ruidos de todo
tipo, era evidente que el rayo había dañado una vasta extensión.
—¿Y
si vamos en la moto al hospital? –después rectificó—. No, es una locura, llueve
torrencial. ¿Hay algún coche en el garaje?
—No,
Sebastien lo dejó en el aeropuerto y Charles se lo prestó a Brander para pasear
a Nicolay.
—Okay…
Okay… Tranquila… La luz volverá y la señal también. No te preocupes. No es la
fecha de nacer el bebé, ¿o sí?
—No,
faltan veinte días.
—Okay…
Siéntate en el sofá, yo traeré algo fresco para ti y me haré café. Nada malo
ocurrirá.
—No…
nada malo ocurrirá.
Apresurado
entró a la cocina y caminé lentamente hasta el sofá para sentarme. De pronto
tras otra punzada dolorosa sentí un líquido tibio correr entre mis piernas. Me
paralicé no solo por el dolor sino por lo que aquello significaba.
—¡Drank!
Regresó
de inmediato y me contempló.
—¿Qué
ocurre? ¿Otro dolor?
—Rompí…
Rompí bolsa… la fuente… Rompí la fuente….
—¿Qué?
–Su rostro en la penumbra quedó pálido como papel—. Dime que es broma.
Negué
con la cabeza repetidas veces. Ni yo creía lo que estaba aconteciendo. Tormenta
eléctrica, sin luz, sin señales, prácticamente solos sin preparación alguna, y
un bebé que parecía dispuesto a nacer.
Lenya.
Me
acomodé en la silla del lujoso restaurante y sonreí al humano que estudiaba las
imágenes del hotel.
—Vaya,
señor Craig, este hotel de Kirkenes es puro lujo. En Oslo sería un gran
negocio. ¿De cuánto dinero a invertir?
—Allí
en la penúltima hoja tiene el detalle.
Apenas
el humano comenzó a leer quité el móvil del bolsillo y busqué un mensaje de
Liz. No había ninguno, así que no había nada de qué preocuparme. De todas
formas envié un corazón para que me tuviera presente. No por celos, en
absoluto, sino para mimarla ya que la tenía a tantos kilómetros de distancia.
Observé
el reloj pulsera… En Kirkenes ya serían las siete y media. La noche habría
caído y deseaba de una vez por todas terminar la reunión y llegar a la mansión.
Esperé con paciencia la lectura del humano hasta que por fin conforme con el
proyecto quiso cerrar trato.
—¿Le
parece bien que esperemos a mi socio? Vendrá en quince minutos.
—Está
bien, así cerraremos trato y nos veremos dentro de una semana con la presencia
de mis hermanos –contesté.
Así
que aguardé un tiempo más con poco humor pero no me quedaba otra. Sebastien
siempre se encargaba de cubrir casi todas las reuniones y entrevistas y era
lógico que yo pudiera ayudarlo esta vez. Él tenía en consideración que Liz me
necesitaba y por eso viajaba a la Isla y se quedaba durante largas horas en el
hotel Storn todas las veces que había podido cubrirme. Era justo que aguardara
un poco más, aunque algo me tenía intranquilo. Es que no me separa de mi hembra
mucho tiempo últimamente. Ya el otoño comenzaría y la fecha de nuestro hijo
estaba muy próxima. Por suerte aún quedaban veinte días para el parto. Mejor
que el viaje fuera alejado del futuro nacimiento. Primeros días de septiembre,
nada malo podía ocurrir.
Drank.
El
grito ahogado de Liz puso la piel de gallina, más cuando la vi recostarse y
acomodarse para parir.
—Liz,
Liz no me hagas esto.
Ella
jadeó.
—Escucha,
no hay señal, llueve torrencial, Anne duerme y poco podría hacer. Confío en ti.
—¿Qué
dices, Liz? No tienes nada preparado. ¡Por todos los cielos qué vamos a hacer!
–el pánico ganó mis sentidos.
—Drank,
ve a la cocina. Coge unos broches de ropa, ponlos a hervir.
—¿Broches
de ropa? ¿Para qué?
—Para
presionar el cordón umbilical.
—¿Qué?
¿Qué cordón? ¡Liz, por favor!
—Haz
lo que te digo, todo saldrá bien. Tiene que salir bien. Sube a mi habitación
con una vela y busca toallas limpias en el ropero, están a la derecha, primer
estante. ¡Aay, cielos, qué dolor!
—¿Qué?
Liz, por favor. Necesitas un médico no un amigo.
—No
hay médico ni lo habrá, esa es la realidad. Y no me aflojes, sé que eres muy
valiente.
—Esto
es diferente, ¡ay Liz! No puede ser.
El
gemido de dolor de mi amiga fue como un gran letrero fluorescente de, “sí puede
ser”. Respiré profundo unas cinco veces antes de correr obedeciendo las
indicaciones. Con el móvil en mi mano seguí intentando comunicarme con Anouk,
pero nada… Seguíamos sin señal.
Mientras
los broches hervían subí a la habitación y busqué con la luz pálida de la vela
las toallas. Percibí mi piel hirviendo y las encías dolían. Mi estado de
desesperación y alerta mutó parte de mis sentidos. La vista se agudizó en la
penumbra. Con una fuerza incontrolable creo que lancé medio ropero al piso.
Volaron prendas grandes y pequeñas. Solo quería encontrar las malditas toallas.
Cuando
las tuve en mi poder bajé las escaleras de a seis escalones como si me
persiguiera el mismo diablo.
—¡Aquí
están! ¿Qué hago ahora? –murmuré a punto de echarme a llorar.
—¡Ya
viene! Siento como si se desgarrara todo mi ser. ¡Draaaank!
—Tranquila,
tranquila, respira profundo y luego jadea, así –mostré como debía hacerlo—. ¿Lo
ves?
Sonrió
apenas.
—¿Dónde
aprendiste lecciones de parto?
—En
una serie de tv –murmuré.
—Te
ves… diferente.
—No
te preocupes, me siento perfecto.
—Okay…
Okay… Saldrá todo bien –se puso a llorar—. Lenya… Lenya está muy lejos.
—¡Lo
llamaré! Sí, sí, él sabrá que hacer.
—¡Draaaank!
Creo que voy a moriiiir del dolor!
—No,
no no –negué con la cabeza—. No vas a morir, no lo permitiré.
—¡Mi
bebé! ¡No quiero que le ocurra nada malo!
—Tranquila,
lo lograremos, tú y yo lo lograremos –repetí bajito varias veces, quizás para
convencerme al tiempo que mi sangre hervía bajo la piel.
Anouk.
Sentadas
junto a la ventana de la confitería veíamos la lluvia torrencial caer
copiosamente sobre el asfalto. La gente corría a guarecerse bajo techos de
negocios y paradas de autobuses.
—¿Encontraremos
un taxi? –pregunté bebiendo un trago de coñac.
—Por
supuesto, tranquila. Además Drank dijo que esperaras a que cesara la tormenta.
—¿Pero
se detendrá?
—Obvio,
amiga.
—Pregunto
por aquella inundación. Yo estaba en Moscú pero fue famosa.
—Olvídalo,
estaba Agravar de por medio. Así que esto es simple naturaleza.
—Okay…
No hemos traído paraguas.
—La
parada de taxis está en la esquina, ¿quieres calmarte? Mira –extendió el título—.
¿No te parece grandioso?
Sonreí.
—Sí,
y es solo el comienzo. ¿Qué te gustaría ser? ¿Doctora? ¿Abogada?
—Ah
pues… no lo pensé. Me gustaría saber construir edificios pero la matemática es
muy difícil.
—Pero
no has reprobado. Puede que te cueste un poco más pero si te gusta debes seguir
esa carrera.
—¿Y
cuál sería?
—Arquitecta.
—Ah…
estoy feliz. Se lo debo a Sebastien. Siempre alentó a que estudiara. Mucho
tiempo pensé que no servía para nada de esto –quedó callada y me miró—. ¿Estás
preocupada? Si quieres podemos irnos.
—No,
Drank me aconsejó que nos quedáramos a salvo de la tormenta.
—Envíale
un mensaje.
—Tienes
razón.
Cogí
el móvil y antes de terminar el mensaje un rayo iluminó el cielo, y tras el
trueno ensordecedor, la luz de la ciudad se apagó.
—Oye,
ese rayo terminó con los cables de tensión de todo Kirkenes. Está todo oscuro
–dijo Rose preocupada.
De
inmediato una débil iluminación acaparó cada rincón de la confitería.
—Deben
tener generador. Las calles siguen a oscuras. Le enviaré un mensaje a Drank, es
capaz de venir hasta aquí en la moto.
—No
lo hará porque no estás sola y no me dejaría a mí a la merced mientras ustedes
regresan a la reserva en moto.
—Cierto.
Le escribiré que estamos bien.
—¿Pedimos
otro coñac?
—Buena
idea, está haciendo frío y estoy nerviosa.
Al
enviar el mensaje la pantalla me mostró un alerta. “Señal perdida, inténtelo
más tarde.”
—No
hay señal en el móvil. Inténtalo tú.
Rose
repitió la acción con su móvil enviando un texto a Liz.
—Le
pondré que esperaremos en la confitería a que aminore la lluvia… Espera…
Llamé
al mozo para pedir los coñac.
—Hay
un círculo que gira y gira… —me mostró la pantalla.
—No
hay señal Rose, estamos iguales. Fue el rayo.
En
ese instante alguien se acercó a nuestra mesa. Alguien que conocía poco pero su
aroma a lobo me recordó en segundos quien era.
—Buenas
noches.
—Hola
–respondí.
—Soy
Kriger, no vemos visto un par de veces.
—Ajá…
Y… ¿Entonces?
—¿Sabes
dónde está Mike?
—¿Yo?
¿Por qué debía saberlo?
—Lo
vi salir de la reserva con su moto hace varias horas. Y ya amenazaba tormenta.
—No
tengo idea.
—¡En
serio no sabes! –se enfadó.
—Escucha
imbécil, deja en paz a mi amiga. Estamos disfrutando un coñac y tú no estás
invitado –contestó Rose—. Vete, ya te ha dicho que no sabe dónde está ese tal
Mike.
—No
lo sé –volví a repetir.
Salió
de allí con cara de pocos amigos.
—Estos
lobos cada vez más locos. No sé como vives rodeada de ellos. Deja no contestes,
es por Drank.
—Sí,
pero no te preocupes, no son todos así, maleducados y antipáticos. Conozco varios
muy amistosos. Tim, por ejemplo. Bua, Vinter, Kristoff, Mamina, Louk también a
pesar de lo que hizo.
—Ese
Louk, una joyita, ¡eh!
—Fue
un acidente.
—No,
Anouk. No fue un accidente. Convirtió a Drank en medio de una pelea. Tú misma
me lo contaste.
—Pero
Drank está feliz.
—Eso
no implica la que se ha mandado.
Suspiré.
—No
me gusta esta tormenta y sin señal.
—Tranquila,
salir a la calle por un taxi en el medio de la oscuridad…
—Escucha…
se sienten sirenas. Debe ser la Guardia Civil.
Nunca
un apagón duró demasiado, estoy acostumbrada a tormentas de nieve y esas sí que
te las regalo.
—¿Tú
crees que se solucionará en poco tiempo?
—Lo
que creo que lo peor que podríamos hacer es salir de aquí en estos momentos.
Drank está en la mansión. Incluso podríamos desencontrarnos si se le ocurre
venir.
—No
sabe en cuál cafetería estoy.
—Por
eso digo.
—Okay…
beberemos el coñac y la lluvia cesará. Seamos optimistas. Nada malo ocurrirá.
La
puerta de la cafetería se abrió dejando pasar a un oficial de policía.
—Mira
Rose, hay un oficial.
Giró
la cabeza y abrió la boca.
—Es
Vikingo.
—¿Quién?
¿El policía que te gusta?
El
oficial rubio miró alrededor.
—¿Están
todos bien? –preguntó al mozo.
—Sí
señor.
—Yo
estaría mejor en su cama –murmuró mi amiga.
—¡Rose!
—No
me escuchó –sonrió.
Informó
que el corte de luz tardaría menos de una hora, aconsejó a los clientes que
trataran de no transitar por las calles hasta que estuviera solucionado. Cables
de alta tensión podrían encontrarse tirados en cualquier sitio y sería muy
peligroso. Después se fue.
—¿Lo
ves? Es mejor aguardar aquí.
—¿Sabes
materializarte?
—Nooo.
Nunca aprendí.
—Tranquila,
no te dejaré sola. Esperaremos.
Drank.
Mientras
Liz ahogaba los gritos de dolor y pujaba, el sudor corría por mi frente y los
latidos de mi corazón parecían abrir en dos mi pecho. Había traído la pequeña
olla con los broches, teníamos toallas, y hasta había conseguido alcohol en el
baño a último momento.
—Lenya…
Lenya no está aquí –sollozó Liz.
—¿Quieres
qué intente llamarlo?
—Olvídalo…
—jadeó—. No hay señal ni luz eléctrica. Cielooos, ¡qué dolor!
—¿Qué
puedo hacer? ¡Dime!
—Solo
ayúdame cuando lo veas.
—¿Qué?
¿Qué vea que cosa?
—¡El
bebé, Drank!
—Oh
sii, oh siii, tú tranquila… Dios mío… Dios mío… fui un hijo de puta en otra
vida.
—Drank,
me haces reír y tengo mucho dolor –sonrió.
—¡Maldita
tormenta! Apenas vemos con las velas.
—Será
suficiente. Solo quiero escucharlo llorar. ¡Diabloooos! ¡No resisto!
—Resiste,
resiste, ¡hazlo por Lenya, por el bebé, por mí, y por quien se te ocurra!
—¡Ya
vieneee! ¡Oh Dioooos!
Fue
cuando vi coronando la pequeña cabeza.
—Tienes
razón, ya viene. Solo es un esfuerzo, solo un poco… ¡Madre mía!
El
grito de Liz creo que traspasó las gruesas paredes de la mansión y mis
tímpanos. Un grito que jamás olvidaría.
—Juro
que nos cuidaremos con Anouk, no quiero que pase por esto.
—¡Deja
de decir idioteces! ¡Aaaaay! Voy a pujar, voy a pujar…
—Sí,
sí, tú puja tranquila… Cielo santo.
De
pronto una sombra caminó por el pasillo superior y se detuvo en la escalera.
—Liz…
¿Estás bien?
—¡Anne!
Sí, sí, tranquila, solo es un corte de luz, ¡duele muchooo!
Bajó
apresurada la escalera y tanteando a la luz de las velas cogió un paraguas del
paragüero. Cuando la vi avanzar hacia mí con el objeto en alto grité.
—¡No!
¡No estoy atacándola!
—¡Anne!
Es mi amigo y voy a parir, quédate sentada en la escalera, por favor –suplicó
Liz.
—¿El
bebé? –preguntó con cara de terror.
—Sí…
el bebé quiere nacer.
Liz
se aferró al sofá e inclinó su cuerpo como si se sentara y… pujó con todas sus
fuerzas. Contemplaba ese rostro sudado y gesto de dolor y mi impotencia crecía.
¿Cómo ayudarla a que todo fuera más sencillo?
Pujó
otra vez dando todo de sí. Pienso que su alma se fue en ello… Mis manos se
unieron para recibir un bebé de piel arrugada y ojos encapotados. Sus puños
estaban cerrados con fuerza y estaba envuelto en una especie de masa gelatinosa
que fue desprendiéndose a pedazos. Lo limpié como pude con una de las toallas y
el llanto no tardó en llegar.
Sonreí
emocionado.
—Tráelo
Drank, quiero verlo de cerca.
Se
lo acerqué y lo encerró entre los brazos. El bebé abrió los ojos y su diminuta
mano fue a la boca. Chupó y cesó de llorar.
Reímos.
—Es
un varón, Liz.
—Sí…
Es rubio, como yo.
—Sí
cariño, es hermoso –presioné el cordón con dos broches –esto también lo vi en
una serie.
—¡Bien!
El bebé nació –exclamó la chica rubia aplaudiendo.
—Dios…
Sigue doliendo mucho, debo expulsar la bolsa. Dicen que así cesarán las
contracciones.
—Es
que…la bolsa ya… la expulsaste… No debería dolerte, ¿o sí?
—No…
Mis
ojos se desviaron a su entrepierna. Empalidecí. Más aún…
—Liz…
Viene otro.
—¿Qué?
—Que
viene otro bebé, tienes otro bebé. ¡Por todos los cielos!
—Oh…
Debo resistir, tiene que nacer o se asfixiará. ¡Drank! No siento que empuje por
salir, ¿qué ocurre?
—Tranquila,
puja tú. Solo falta un poco más.
—¡Ayúdame!
No quiere salir, no quiere salir –sollozó.
—Anne
o como te llames, ven, ten al bebé. Mantenlo con la toalla que no coja frío.
La
chica obedeció con cara de espanto.
—Vamos
Liz, solo falta un poco más.
—¡No
sale por más que pujo y sigue doliendo! ¡Ayúdame Drank, ayuda al bebé!
Mis
dedos temblorosos tantearon la cabeza. Traté de meterlos y encajar suavemente
para ayudarlo a salir. Al llegar al cuello me detuve.
—Liz…
escucha, debo hacerlo con cuidado. Tiene algo en el cuello y creo que es el
cordón.
—¡Se
asfixiará!
—No,
no lo permitiremos, tranquila… tranquila. Tú sigue pujando. ¡No, no pujes, lo
ahorcará!
—¡Por
favor, Drank, ayúdalo!
En
medio de los gemidos de dolor corrí a la cocina, revisé cada cajón en la oscuridad.
Por suerte mi vista ya no era humana y veía casi como si fuera de día. Encontré
los cubiertos, cogí un cuchillo y encendí una hornalla con el aplique. Lo pasé
por el fuego y volví sin perder tiempo.
—¡Drank!
¿Qué vas a hacer?
—Confía
en mí.
Con
cuidado introduje los dedos para hacer espacio y deslicé el cuchillo hasta el
cordón.
—Ahora
no pujes, ¡solo quédate quieta!
Tenía
terror de fallar. La vida del bebé estaba en mis manos. Pero lo hice, no
quedaba mucha alternativa.
Al
cortar retiré el cuchillo y lo lancé a un costado. Solo faltaba un esfuerzo
más.
—Ahora
trata de pujar de nuevo, Liz. Una vez más y con todas tus fuerzas.
—¡Sí,
sí!
Pero
la fuerza de Liz ayudaba muy poco ya que el bebé no daba señales de movimiento.
Era como si estuviera estancado sin reaccionar.
—¡Drank!
No sale, ¿qué ocurre?
Mierda…
Sin
perder tiempo usé los dedos de las dos manos y traté de llegar a su pequeño
cuello, luego tantee los hombros entre los quejidos desgarradores de Liz. La
transpiración me corría por la piel y percibí la fuerza sobrenatural de cada
uno de mis músculos. Respiré profundo y lo atraje lentamente de los hombros.
—Ya
casi Liz, ya casi está, sigue pujando.
Ella
fue muy valiente y en ningún momento a pesar del dolor se echó atrás. Como al
quedar sola con Marin en Drobak ese invierno atroz sin dinero ni comida.
Y
nació… al fin tuve al bebé en mis manos. Liz echó la cabeza hacia atrás
respirando agitada.
—¡Lo
lograste! –reí—. Ya la tengo. Es una niña.
—Es
una niña –rio emocionada—. ¡Gracias a ti!
Iba
a entregarla a sus brazos y noté con terror que no respiraba. El color de su
cuerpito era azulado.
—¿Qué
le ocurre? ¿Qué ocurre Drank? No llora, ¡no abre los ojos! ¡Drank está muerta!
—No,
no, no espera, espera…. ¡No puede morir!
La
coloqué en el sofá y la envolví con una toalla. Presioné un broche en el trozo
de cordón roto y comencé a masajear rápidamente el pecho inmóvil.
Nada…
Ni un solo movimiento.
Liz
sollozaba, extenuada. Aun así intentó acercarse pero la hemorragia que sufría
la obligó a mantenerse acostada. Estaba perdiendo mucha sangre y eso también me
preocupaba.
—¡Tienes
hemorragia!
—No
importa, soy vampiro, la herida sanará en poco, ¡importa el bebé!
La
niña no respiraba… Entonces, solo quedaba una cosa por hacer…
Presioné
delicadamente la nariz y cubrí la pequeña boca con la mía. Dar reanimación era
un curso de muchos años atrás en Drobak
sin embargo hay lecciones que nunca te olvidas.
Y
continué, sin bajar los brazos, una y otra vez, la bebé no podía morir. No lo
iba a permitir aunque se fuera mi último aliento en ella.
—El
bebé está empezando a llorar –murmuró Anne—. ¿qué hago?
—¡Tráelo
aquí! –exclamó Liz.
De
inmediato lo puso en su pecho para amamantar mientras yo continuaba en la dura
tarea de reanimar ese cuerpito inerte de color blanquecino. No aflojé ni un
minuto en la tarea de respiración, no iba a dejar de hacerlo. Ni siquiera
cuando alguien me diría, “ya no puedes hacer más”.
La
luz eléctrica volvió en todo su esplendor. El sonido de un trueno lejano flotó
en la sala. Segundos después todo quedó en silencio… hasta romperse con un
nuevo sonido… El llanto de la bebé.
Liz
me miró y la miré jadeante.
—¿Es
ella?
—Sí,
es ella –y rompí a llorar.
Sebastien.
Después
de hacer el amor, Bianca quedó dormida entre mis brazos. Me sentía inquieto, no
podía conciliar el sueño a pesar del cansancio producido por mi perfecta
amante. La separé lentamente y cogí el móvil de la mesa de luz. Revisé el
whatsapp, los mensajes de texto, las llamadas perdidas… Nada….
Bianca
se giró entre dormida y me miró.
—¿Estás
preocupado? ¿No hay mensajes?
—No,
ni de Charles, ni de Numa, de nadie. Es extraño.
—Quizás
no tuvieron necesidad de comunicarse.
—No
sé. He aprendido que el silencio prolongado no trae buenas noticias. Escucha,
me materializaré en la mansión –salté de la cama y me vestí.
—¿Estás
seguro? ¿Qué le digo al arquitecto?
—Dile
que tengo gripe y fiebre, que lo veré en dos días. Sabes que no podré
materializarme en tan breve tiempo para regresar.
—No
te preocupes, Ron y Natasha están aquí, estaré bien. Solo llama para saber que
ocurrió.
………………………………………………………………………………………………
Me
materialicé en el medio de la sala… Recorrí con los ojos lentamente el cuadro.
Anne sentada en la escalera con lágrimas en los ojos. Liz en el sofá cubierta
de sangre amamantando un bebé. A unos metros otro bebé en brazos… de un lobo.
—¿Qué?
¿Qué ocurrió aquí? –balbucee.
—¡Sebastien!
¡Sebastien! –exclamó Liz sonriendo.
Lucía
ojerosa y demacrada.
—¡Liz!
–Avancé hasta ella desesperado—. ¿Qué ocurrió? ¿Pariste? ¿Pariste sola?
¡Demonios! ¿Qué pasó con Arve? ¿No lo llamaste? ¿Y Lenya no sabe nada?
¡Perdiste mucha sangre!
—Estoy
bien, no te preocupes. Hubo un corte de luz y no había señal, fue la tormenta.
¡Quisieron nacer! ¡Oh Dios mío! No estuve sola. ¡Drank me ayudó!
—Ya
veo… Pero… ¿nacieron? Dos… ¿Eran dos?
—Sí,
hembra y macho, son hermosos Sebastien.
Caminé
hacia el lobo que sonreía.
—No
hubiera podido hacerlo sola. La niña no respiraba, Drank la salvó.
—Permíteme
–dije al lobo, y cogí al bebé—. Gracias.
—De
nada.
—Liz,
¿Lenya ignora lo que ocurrió? Debemos llamarlo.
—Envié
un audio cuando volvió la señal. No sé si lo habrá escuchado.
—¡Cielos!
–observé al bebé y sonreí—. Es hermoso Liz. ¿Y la niña? ¿Cómo está? —me acerqué
a Liz.
—Está
comiendo –rio—. Es muy glotona.
—Hay
que llamar a Arve. Intentaré comunicarme con Lenya.
—Yo…
mejor me voy –Drank cogió su chaqueta.
—No
tienes por qué irte. Agradezco todo lo que has hecho.
—¡Quédate
Drank!
—Es
que no sé nada de Anouk, no respondió el mensaje.
El
ruido de un motor se escuchó acercarse.
—Debe
ser ella con Rose –dijo Liz acariciando a la bebé.
Me
acerqué a las cámaras con el bebé en brazos.
—Sí,
son ellas.
Lenya.
Con
total impaciencia pero simulando muy bien, concluí la tediosa reunión con los
contratistas. Sebastien y Scarlet estarían conformes y ahora solo faltaba
regresar a mi hogar de una vez por todas.
Salí
a la calle y paré un taxi. Después de indicarle al chofer el hotel cogí el
móvil para saber de Liz.
Mis
ojos recorrieron las alertas… Cinco llamadas perdidas… Revisé el whatsapp, un
audio de pocos segundos… Lo activé y escuché su voz llorosa…
“Mi
amor, mi amor, los bebés nacieron, son dos, ¡nacieron! Estamos bien, llama
cuando puedas por favor. Te amo.”
¿Qué?
¡Quéeee! ¿Nacieron? ¡Cómo qué nacieron! –grité.
El
chofer me miró por el espejo.
—¡Detenga
el coche, por favor!
—Es
una avenida.
—¡Deténgalo
ya!
Pagué
con un billete que seguramente le alcanzaría para mantenerse dos meses. Sin
esperar el vuelto bajé en la mitad de la calle. Tras escuchar las bocinas crucé
como pude y llegué a la acera. Pulsé llamar—Liz, y esperé…
Nada…
sonaba y no atendía…
—¡Mierda,
joder! ¡Atiende! Por favor, por favor.
Volví
a intentarlo consecutivamente una y otra vez y no había respuesta. Una tortura,
una horrible tortura.
Observé
las calles, no había plaza solitaria, ni un parque, ni un edificio abandonado
para poder materializarme. ¡Mierda!
De
pronto, divisé un callejón a media manzana y allí me dirigí. Caminé a pasos
agigantados mientras intentaba llamar otra vez. Casi llegando al callejón
Sebastien atendió la bendita llamada.
—¡Hola1
Hola, no puedo creerlo que atiendan el móvil, ¿qué ocurrió? ¡Por favor, dime
qué está todo bien! ¿Por qué tienes el teléfono de Liz? ¡Dame con ella!
—Tranquilo,
hermano. Tranquilo. Escucha, Liz está bien y… tus bebés también. Aquí ya está
Arve atendiendo a Liz. Yo tengo el móvil de ella pero no hay peligro. Tranquilo.
—¿Mis
bebés? — tartamudee—. ¿Cómo que los bebés?
—Son
dos, una niña y un niño. ¡Te felicito hermano!
—Son
dos… Liz… ¡Dime la verdad! ¿Están bien?
—Sí,
los tres están bien.
—Me
materializaré ahora mismo. Yo estoy… ¡Oh cielos! No sé si podré estoy muy nervioso.
—Respira,
cálmate o no lo lograrás. Ya pasó, están bien.
—Ya
pasó… —murmuré con los ojos llenos de lágrimas—. Ya pasó… y no estuve con ella.
¡Por qué me hace esto mi padre! ¡Podría haberme ayudado en donde se encuentre!
Sebastien
suspiró.
—Hermano,
están bien y eso es lo más importante. Liz tendrá mucho para contarte. Ánimo,
te esperamos. Los bebés quieren conocer a su papá.
—Sebastien…
la dejé sola…
—Fue
accidental. No te preocupes. No estuvo sola... Drank… Un lobo la ayudó.
Corté
la llamada y me largué a llorar.
Uy que tierno y emocionante capítulo me alegra que los hijos Liz Lenya nacieron Drank es todo un héroe. Veamos que pasa con Lenya esperó que no se ponga celoso ni e culpe te mando un beso
ResponderEliminar¡Hola Citu! Me alegro que te haya gustado.
EliminarNacieron y Drank ayudó. Lenya no se pondrá celoso, no debería. En realidad lo que debe hacer es dar las gracias. Veremos en el próximo capi. Gracias por comentar!!
Un besazo y feliz semana para ti.