Muchas gracias por comentar y acompañarme.
Capítulo
29.
Solo
por ti.
Chelle.
Faltaban
veinte minutos para terminar la clase. Debía explicar características de los
volcanes. Lección sencilla si mi voz no hubiera tenido de fondo un constante
cuchicheo y risas desde el fondo del aula.
Intenté
seguir, lo juro. Sin embargo, concentrarme en ser claro y conciso mientras mi
oído de vampiro tenía un cotorreo interminable era casi imposible.
Callé…
Eché una mirada en general a los alumnos. Muchos levantaron la vista y
detuvieron los apuntes. Me acerqué por el pasillo hacia el fondo…
—¡Birmhan
y Fjellner!
Ambos
me miraron como si recién bajara de una nave espacial.
Todas
las cabezas giraron hacia ellos.
—¿Podrían
decirme que es lo que les causa tanta gracia? Cuéntelo. Así el resto nos
divertimos como ustedes.
—No…
Es una tontería –balbuceó Birmhan.
El
lobo cogió la lapicera y simuló comenzar a escribir.
—Les
hice una pregunta.
Birmhan
me miró con desesperación. Intentó coger el dinero que había en la mesa que
compartían ambos pero no se lo permití.
—¿De
quién ese dinero?
—De
los dos.
—¡Cállate
Bill!
—No,
cállese usted, Fjellner. Estoy esperando una explicación. Para molestar e
interrumpir la clase debe ser algo sumamente importante.
—Es
que… Era una broma, profesor. No tiene importancia.
—Si
la tiene o no, eso lo diré yo. Lo escucho. ¿O prefieren explicarlo en rectoría?
—¡No!
–exclamaron.
Birmhan
suspiró rendido.
—Mike
y yo jugamos una apuesta. Eso es todo.
—¿Y
qué apostaron?
Fjellner
lo miró con terror.
—Ya
estamos en el horno, Mike. ¿Qué quieres que haga?
—Inteligente,
lo escucho.
—Bueno…
apostábamos… cuántos… tíos… se habría tirado en su vida… usted…
Arquee
la ceja mientras el murmullo de la clase se hacía más sonoro.
—Ah…
¿Así qué la apuesta es, cuantos tíos me tiré en mi vida?
Birmhan
chasqueó la lengua.
—Pero
no le de importancia fue una broma.
—Oh
no, ¡claro qué no! –Fruncí el entrecejo—. Solo se trata de mi vida privada
porqué debería molestarme. Pero ya que estamos, cuántos tíos según ustedes me
he tirado en mi vida.
—Ehm…
—¡Billl!
–protestó el lobo.
—¿Birmhan?
–insistí.
—Yo
dije unos ocho y Mike unos veinte.
En
ese instante el aroma a lobo me importó tres pepinos. Me acerqué apoyando mis
manos en el pupitre para verlos a la cara.
—Doscientos
cinco –respondí.
La
clase estalló en risas. Pero mi mirada y la del lobo se cruzaron. Él conocía mi
condición de vampiro y mi larga vida. Seguramente se habría preguntado si mi
respuesta habría sido una broma.
De
un movimiento cogí el dinero y volví hacia el pizarrón.
—Como
ninguno de los dos han acertado, perdieron. Así que me quedaré con el dinero.
—¡No!
Profesor, por favor. Mi padre me lo obsequió para salir con mi chica este fin
de semana –suplicó Birmhan.
—Pues
será para otra oportunidad. Dígale a su chica que perdió una apuesta estúpida
cuando el tonto de su profesor intentaba dar una clase.
—Lo
siento, de verdad.
—Continuemos
–me dirigí al resto de los alumnos que sonreían.
El
joven lobo no articuló palabra, ni movimiento. No hubo queja de parte de él.
Mejor así. El temor de enfrentarme a su raza no me había abandonado, aunque a
decir verdad, Fjellner era capaz de sacar lo peor de mí sin medir las
consecuencias. Era una constante puesta a prueba sobre mi resistencia. Con la
duda permanente de cómo terminarían las cosas si algo se me iba de las manos.
Que no significaba darle una trompada a un alumno, todo lo contrario, salir
huyendo de la Universidad sin dar explicaciones y jamás volver.
Pero
había logrado mi pequeño cargo de suplente. Quizás era el comienzo de poder
mantenerme en Kirkenes y tener mi independencia de los Craig. Ser mantenido era
incómodo. Porque el trabajo… dignifica. Debía lograrlo, a pesar de mis temores,
y de Fjellner.
La
clase al fin terminó. Borré el pizarrón, guardé las tizas y el programa del
curso entre las carpetas. El aroma del lobo persistía allí.
Levanté
la vista y lo vi con su mochila a la espalda y la sudadera negra. De pie en el
medio del pasillo con los brazos cruzados a la altura del pecho. Me miraba con
cierto odio que me produjo escalofrío. Lo que faltaba era que saltara sobre mí
con dos colmillos relucientes.
Respiré
profundo…
—¿Perdió
algo, Fjellner?
—Sí
–avanzó hacia mí y el oxígeno pareció faltarme.
Rápidamente
reuní las carpetas y las apreté contra mi pecho. Como si sirvieran para
protegerme de la ira de una bestia.
—Por
favor, necesito el dinero. No es mío. Es de mi hermana. Me lo dio para comprar
un libro ya que ella entra en la próxima hora. Yo curso más temprano y…
—Aguarde…
—otra vez la impotencia y la rabia le ganaban al miedo y a la sensatez—. ¿Está
diciéndome que usó el dinero para un libro de su hermana para jugar esa
ridícula apuesta? ¡No tiene escrúpulos!
—Ya
se lo dijo Birmhan, no íbamos apostar en serio. Por favor… Deme el dinero. No
volveremos a interrumpir la clase.
—Eso
algo imposible de creer porque el verbo “interrumpir y joder” en clase es su
mayor especialidad.
—Lo
siento, lo siento. ¡Qué quiere que haga! Si quiere me arrodillo y…
Mis
ojos se clavaron con furia en su rostro y se excusó rápidamente.
—No,
no lo dije por lo que usted ya sabe… no… yo quise decir.
—¡Mejor
no diga nada! Lárguese.
—En
serio… —titubeó—. ¿Fueron doscientos cinco?
—¡Lárguese
ahora!
Abandoné
el aula echando chispas. Por supuesto, con él atrás rogando por el dinero.
Hasta que de pronto el aroma a licántropo se hizo más fuerte.
—¡Mike!
Me
detuve al mismo tiempo que él. No sabría decir porque. Quizás intuí que la
nueva aparición sería interesante.
Una
hembra muy bella se acercó preocupada.
—Mike,
estaba esperando en planta baja. Dijiste que nos encontraríamos. ¿Compraste el
libro? –me miró y sonrió—. Buenas noches, profesor.
—Buenas
noches –saludé gentil.
Noté
que la loba había reconocido mi raza, aun así se comportó muy amable.
La
cara de Fjellner palideció. Juro que hubiera reído en su cara por solo
vengarme. Pero había nacido de dos padres fabulosos que nunca hubieran
celebrado mi actitud, así que evité reírme de su situación embarazosa.
—Bua…
Es que… No compré el libro.
—¡Cómo
no lo has comprado, Mike! Confié que lo harías.
Noté
el disgusto en los ojos de Fjellner y de no creer, hasta arrepentimiento. ¿Qué
hacer en esa situación? ¿Terminaba de darle la lección al lobo y dejaba sin el
libro a su hermana? No lo pensé mucho…
—Fjellner,
por cierto… creo haber encontrado dinero en mi pupitre. Seguramente lo dejaron
usted y su compañero cuando se aceraron a preguntarme por la nota del examen.
¿Recuerda?
—Mike,
¿dónde tienes la cabeza? Ya debo entrar a clase. ¡Gracias por nada!
—Lo…
lo siento, Bua.
—Señorita,
disculpe. Quizás lo entretuve explicándole los errores de las respuestas. La
culpa es mía –extendí el dinero a la loba.
—Oh…
No se preocupe. No hay problema. Si hubiera perdido el dinero hubiera sido peor
–volvió a sonreír.
—Estoy
seguro que sí –miré a Fjellner y bajó la vista—. Hubiera sido peor perder el
dinero. Ahora si me disculpan me esperan. Buenas noches.
—Buenas
noches, profesor –saludó ella.
Él…
no contestó.
Mike.
Recostado
a la ventanilla del autobús, observaba la noche en la carretera rumbo a la
reserva. Mi moto estaba averiada nuevamente. Vinter se había ofrecido
arreglarla en un par de semanas. Bua, hojeaba el libro nuevo y de vez en cuando
echaba un vistazo a su móvil. Sabía el motivo. El Defensor no había vuelto a
llamarla desde aquella vez que Bua confesó quiénes éramos. Lamentaba por mi
hermana pero si el tal Asgard no le creí y no valoraba sus virtudes, no valdría
la pena. ¿Pero qué decirle? ¿Cómo conformarla si aún me dolía lo de Kriger.
Sabía lo que se siente cuando pierdes a un amor. Sobre todo si armas un
proyecto y un futuro con esa persona y de pronto todo se derrumba.
—No
te olvides de darle a tu amigo el dinero –me dijo. Y apagó el móvil.
—Sí…
—observé la carretera mientras la angustia me ganaba.
Las
luces en las ventanas en cada casa de madera, esas construcciones pintadas de
colores vivos que alegraban la ciudad hacia la campiña, se nublaron. Sabía que
tras de ellas, después de la primera curva, estaba el lago. Allí íbamos con mi
padre a pescar… Mis lágrimas afloraron silenciosas. El autobús recorría la ruta
en manos de un chofer que ignoraba que llevaba dos corazones destruidos.
—Mike…
—la mano de Bua sobre la mía me hizo reaccionar—. No llores.
—Déjame…
No estoy bien.
—Lo
sé. Lo de Kriger, nuestro hogar sin papá. Todos lo extrañamos.
—Pero
yo era el que más compartía con él. Siento que no lo superaré.
—Tranquilo.
No estás solo.
—Sí,
lo estoy –lágrimas nuevas se deslizaron por las mejillas—. Lo que es peor,
tengo vergüenza de mí. Hago todo mal. Me comporto como si no me importara mi
familia. Y si me importa. Es como estar suspendido en el tiempo. Detenido en el
medio del camino sin saber qué hacer –lloré.
—Mike…
Eres el hermano pequeño, te protegemos.
—No
quiero que me protejan. Quiero servir de algo. Yo no era así… Soy un idiota.
—Basta,
no lo eres. Estás… pienso que dolido, confundido. Ya pasará.
—Hago
todo mal. Ahora mismo tengo ganas de regresar a esa Universidad y volver el
tiempo atrás y no hacer lo que hice. Pedir disculpas a ese profesor.
—¿Al
vampiro? ¿Por qué?
Miré
a mi hermana con los ojos llorosos.
—Es
mentira que olvidé tu dinero. Lo iba apostar con Birmhan en chiste, no en serio
pero él… me descubrió y… después me cubrió contigo. ¡Soy muy malvado!
Mi
hermana se recostó en el asiento y suspiró. Hizo tiempo para pensar mi
fechoría. Después sonrió.
—No
eres malvado, Mike. Es cierto que debes enmendar tu conducta. Ya no eres un
adolescente. Eres muy inteligente, con buenas notas. Haz un esfuerzo.
—Ya
nada importa… —me recosté en la ventanilla y cerré los ojos—. Solo estoy
sobreviviendo.
—No
es sobrevivir. Esto es la vida, Mike. Tiene hechos buenos y malos. Hay que
seguir en la lucha.
—Todo
terminó. En poco tiempo me quedé sin nada.
—Estás
muy negado a ver que a todo el mundo le suceden cosas horribles. No eres el
único.
—Eso
no cambia nada.
—La
muerte de papá es algo que no tendrá remedio. El resto… no es tan grave. Kriger
no era bueno para ti.
—¿Tú
me dirás qué es lo bueno para mí? –sequé mis lágrimas.
—Es
evidente que no solo te engañó sino te dejó en el peor momento. Si te amaba no
lo hubiera hecho.
—Lo
eché cuando vino a darme el pésame.
—Pues,
yo hubiera insistido. Sin embargo él se dio por vencido fácilmente.
—¿Cómo
tu Defensor?
Calló
y su mirada se perdió en el paisaje.
—Yo…
llego a entenderlo en un punto. No es fácil creer en lo que somos.
—Es
un idiota.
—Kriger
es peor.
Nos
miramos… Sonrió y sonreí.
—Me
gusta que sonrías –se recostó en mi hombro y la abracé.
Chelle.
Al
salir de la Universidad me detuve en la acera. Quité el pequeño mapa doblado en
mi bolsillo. Lo extendí y estudié Kirkenes. A mi lado pasaron dos chicas
susurrando no sé qué cosa. Levanté la vista y una de ellas me lanzó un beso.
Sonreí.
Continué
observando las calles en el papel arrugado. Me lo había obsequiado Margaret
cuando le pregunté donde comprar una guía de la ciudad. Por supuesto, no le
dije para qué.
Volví
a levantar la vista… La plaza a mi derecha… La avenida principal a mi espalda.
Okay… Tres manzanas más y luego a la izquierda.
Caminé
bajo la tarde nublada tratando de disfrutar el poco bullicio. Era miércoles,
mitad de semana, y muchos habían regresado a sus hogares después de una jornada
de trabajo. Yo también lo hubiera hecho pero me urgía hacer algo importante. A
mi modo de ver, impostergable.
Las
vidrieras comenzaban a encender sus luces de un anochecer que avanzaba lento.
El otoño estaba próximo, la luz natural duraría cada vez menos hasta finalmente
desaparecer casi seis meses. Me detuve frente al local de Gucci como muchas
veces lo hacía antes de cruzar a la plaza. El precio de los trajes superaba mis
ahorros, por ahora debía esperar. Apenas me había podido comprar bóxers,
calcetines, tres camisas, y dos jeans. El resto de las prendas, eran de
Douglas. Paciencia. Suspiré.
Continué
camino y solo paré para comprar un café a un vendedor ambulante. Ojalá ella se encontrara
en su trabajo. Creería que sí por comentarios de Charles.
Antes
de llegar a la esquina me sobresalté. Un chico arrastraba un perro gigantesco.
De esa raza que suelen tirar de los trineos, creo que se llaman “siberianos”.
El perro me vio y gruñó mostrando una completa hilera de dientes.
—¡Kan!
¡Basta! ¡Ven aquí!
Retrocedí
como un chico asustado.
—Lo
siento. Nunca fue agresivo.
—Está
bien, no te preocupes –seguí camino apresurado.
Finalmente
llegué a las puertas del edificio. Tiré el vaso descartable en un bote de
basura. Subí la escalera y las puertas mecánicas se abrieron. Sin pensarlo dos
veces, ya que me encontraba en un lugar inapropiado para mí, me dirigí a la
mesa de entradas rogando que ningún enfermo sangrando se me cruzara. Cuestión difícil
si convenimos que es lo más natural en un hospital.
—Señorita,
buenas tardes. Necesito llegar a la morgue. ¿Por dónde es?
Me
miró bajo las gafas de aumento. De pronto ante mi frase, sonrió.
—Curioso
que me pregunten cómo llegar a la morgue. Generalmente los llevan.
—Muy
ocurrente… No estoy muerto. Por favor, necesito ver a la doctora Craig.
—No,
si lo veo. Está muy vivo. Suba por el ascensor al tercer piso. Pero, ¿ella lo
espera?
—Sí,
por supuesto –mentí.
Me
alejé poco más que corriendo y busqué el ascensor más próximo. Pedí permiso y
fui haciéndome lugar entre los humanos.
—¿A
qué piso va? –preguntó un doctor.
—Al
tercero. Gracias.
Al
salir al pasillo lo primero que hice fue buscar puertas de doble hoja. Era
factible que debían ser anchas. De un material de acero o algo así. Como en las
películas. Por suerte no fue necesario adivinar ya que una inscripción clara y
rotunda delimitaba el lugar de los vivos del de los muertos.
MORGUE.
PROHIBIDO
EL ACCESO A PERSONAL AJENO.
Empujé
lentamente y me asomé. Una luz mortecina en la sala me estremeció.
—¡Bianca!
Silencio…
Carraspee
y di un paso más.
—¡Bianca!
¡Soy Chelle!
Se
escucharon pasos hacia la puerta. En segundos ella apareció de bata blanca y
barbijo. Se lo quitó y sus ojos asombrados me miraron.
—Chelle,
¿qué haces aquí?
—Necesito
hablar contigo.
—Lo
siento, tengo dos autopsias. Hubo un accidente. ¿Quieres esperarme en la
mansión?
—No,
es urgente.
—Chelle,
es complicado, ahora mismo… Te veré más tarde.
—Se
trata de Charles.
Me
quedó mirando fijo y su rostro se tensó.
—Pasa
a mi oficina. Los muertos deberán esperar.
Bianca.
Entré
al hotel “La manada” y me anuncié en la mesa de entrada. Eran las nueve de la
mañana y mi día libre recién comenzaba. No había podido ni siquiera dormitar durante
la noche. No comenté a mi marido lo que haría. Sencillamente porque conocía la
rotunda respuesta.
Sebastien
estaba en una reunión en el hotel Thon, junto a Lenya y Scarlet. Le dije que
iría por ropa para bebé, ahora que conocía el sexo de mi niña. Odette, se
llamaría Odette. Como la hija de Charles.
Subí
las escaleras y cogí el pasillo alfombrado. Por las ventanas que darían a la
calle podía verse una llovizna fina y persistente. La lluvia en la ciudad me
traía melancolía, también inquietud. Serían resabios de aquella tarde de
tormenta en la que hubiera perdido la vida.
A
Sebastien también le inquietaba la lluvia. Creo que a todos los habitantes de
Kirkenes después de la gran inundación.
Me
detuve en la puerta número dieciocho. Dispuesta a golpear respiré profundo,
pero alguien se adelantó y abrió la puerta.
—¡Bianca!
—Tía
Mildri, ¿cómo estás?
—Bien,
querida. Pasa, tu padre está leyendo el periódico en el sillón. Yo iba a la
farmacia por medicación.
—Gracias.
Eché
un vistazo alrededor. La habitación era una de las más amplias y bonitas.
Sabina había tenido la amabilidad de ofrecerla a mi padre y no cobrarle lo que
verdaderamente valía. Aun con los problemas de salud, mi tía era la única que
trabajaba de empleada doméstica. No les faltaba nada esencial y aunque así
fuera, me hubiera sido imposible ayudarlos ya que ni papá ni Mildri aceptarían
dinero que no fuera de su esfuerzo.
—¡Eridan!
Mi
padre estaba sentado junto a la ventana, ensimismado en la lectura. Quitó los
anteojos y me miró.
—Hola
papá.
—Bianca,
¡qué suerte has venido a visitarnos! ¿Hoy no tienes que ir al hospital?
—No,
hoy no. ¿Cómo te sientes?
—Bien.
Duermo demasiado con esas pastillas pero el doctor dijo que quizás pruebe
bajarme la dosis.
—Me
parece bien.
—Bianca
–tía Mildri sonrió—, ¿me disculpas? Justo iba por medicinas y no quisiera que
me faltaran al mediodía. Debe tomar un par de ellas.
—No
te preocupes. Ve tranquila.
—Es
genial que puedas quedarte así estaré más tranquila.
—Me
quedaré hasta que regreses.
—Gracias.
Le diré a la camarera que te traiga un café.
—No
te molestes, de verdad. Desayuné con Sebastien antes de que partiera a su
trabajo.
—Okay,
entonces iré ya mismo a la farmacia.
—Tómate
el tiempo que quieras. No tengo nada urgente que hacer.
Cuando
tía Mildri se fue me acerqué al sillón. Me senté en la alfombra junto a sus
piernas.
—Bianca
tengo una silla cerca de la cama, está incómoda sobre la alfombra. O mejor
siéntate en este sillón.
—No
–reí—, me gusta sentarme en la alfombra. ¿Recuerdas? Cuando era niña y me leías
cuentos.
—Si…
A veces lo olvido. ¿Tú cómo estás?
—Bien…
Me hecho una ecografía… y será niña.
—¡Oh!
Como tú.
—Espero
que no tan caprichosa –reímos.
—Sí…
la princesa de los Craig –murmuró. Después me miró como descubriendo un hecho
importante—. ¡Son todos varones! ¡Será la mimada!
—Sí,
aunque Liz puede tener una niña. Aún no lo sabe.
—Cierto.
Mi sobrina me dará un sobrino nieto o sobrina nieta, pero tú eres mi hija. Para
mí será mi princesa. Soy su único abuelo, imagínate.
—De
eso quisiera hablarte, papá. No serás su único abuelo.
—¿Ah
no?
—Escucha…
voy a contarte algo que debe morir en ti. Es un secreto. Confío en que a nadie
se los dirás.
—¿Un
secreto?
—Sí.
¿Ni
siquiera a Mildri?
—Ni
siquiera a ella.
—Está
bien. Te lo prometo.
Miré
hacia la ventana donde ríos diminutos corrían por los cristales. Mi cerebro,
buscó en la memoria aquel suceso terrible y volví al ayer. A ese pasado, a esas
calles inundadas donde corrientes de agua arrastraban muchas vidas. A ese cielo
plomizo y tormentoso. Y a esos ojos borgoña que me miraban con desesperación
cuando abrí los míos por primera vez.
—Papá…
Tú no recuerdas. No vivías en Kirkenes. Pero hace un par de años la ciudad
quedó bajo agua. Muchos murieron ahogados y perdieron sus casas.
—¡Qué
horror! ¿Por qué me cuentas eso?
—Porque
yo estaba allí, en la ciudad, en esa inundación que nos atrapó sin salida.
—¿Qué
fue lo que hiciste?
—No
mucho. Me encontraba dentro de un vehículo que comenzó a llenarse de agua. La
corriente arrastró al chofer y murió.
—Dios…
—Charles
estaba conmigo en ese coche. Pudimos salir a duras penas pero… la corriente era
muy fuerte. Arrastraba objetos pesados y contundentes. Tanto es así que uno de
ellos se clavó en mi estómago.
—¡Oh
por Dios!
—Tranquilo,
¿me ves? Estoy aquí.
—Por
suerte, el destino ayudó que sobrevivieras.
—No
fue el destino. Fue Charles.
—¿Charles?
¿Qué pudo hacer él con tremenda catástrofe?
Me
detuve y lo pensé… ¿Cómo explicar lo que seguía con palabras sencillas y sonar
creíble?
—Papá,
los Craig… no son una raza común. Quiero decir… no son humanos. Tú has
estudiado biología y sabes que hay cuestiones de la ciencia que no pueden
explicarse.
—¿No
son humanos? No entiendo.
—Okay…
Los Craig son una raza inmortal como super héroes –no sé porque quise evitar la
palabra vampiro. Pienso que me pareció más aceptable.
—¿Inmortales?
—Sí.
No estoy burlándome de ti. Hay muchos como ellos pero el humano no lo sabe ni
debe saberlo.
—¿No
mueren?
—No.
—¿Nunca
fueron descubiertos?
—Es
un secreto muy bien llevado. Pero es una raza como la humana, algunas
diferencias pero nada que… sea de importancia —tragué saliva.
Quedó
en silencio. Su mirada fue a la ventana. Lo dejé que se tomara el tiempo para
pensar lo que había escuchado de mi boca. Tuve temor de su reacción futura pero
no tenía otra si deseaba que Charles no sufriera más. Chelle me lo había dicho…
Era injusto que no tuviera el mismo lugar de abuelo que tenía mi padre. Porque
ambos mi habían dado la vida.
De
pronto, me miró.
—¿Qué
tiene que ver la raza de los Craig contigo?
Suspiré.
—Porque
esa tarde iba a morir. Y Charles… me mordió. A partir de ese día yo también soy
inmortal.
—¿Tú?
¿Tú estás bien? Puedo decirle a mi psiquiatra que te de un turno. Tú sabes a
veces el hogar, el embarazo, trabajar con los muertos…
—No
papá, no estoy mal de la cabeza. Todo lo que te he dicho es verdad.
—¿Por
qué has dicho que no los han descubierto? Lo olvidé.
—Porque
es un secreto. Ahora lo sabes tú y nadie más debe saberlo. ¿Comprendes?
—¿Te
mordió?
—Sí,
por eso estoy viva.
—Ah…
Silencio…
Otra
vez miró hacia la ventana por algunos minutos que respeté. Hasta que rompí el
silencio.
—Papá…
Debes guardar el secreto. Te lo conté porque Charles es como mi padre, es tan
importante como tú. Me ha devuelto la vida. Por favor, di que me entiendes.
Me
miró a los ojos y sonrió.
Acarició
mi cabello y volvió la vista a la ventana.
—No
me agrada vivir en Oslo, ¿a ti?
—No
estamos en Oslo, papá. Vivimos en Kirkenes. ¿No recuerdas?
—¿Kirkenes?
Ah sí… Viajamos a Drobak y ahora estamos en Kirkenes.
—Exacto…
¿Recuerdas lo que te conté de mí y la inundación?
—Sí…
Fue hace dos años… Y te salvaste… ¿Cómo te salvaste?
Suspiré
y bajé la vista.
La
puerta se abrió y tía Mildri entró sonriente.
—Conseguí
la medicina y traje unas donas de chocolate.
—Gracias
pero ya me voy. Apagué el móvil y si Sebastien me ha llamado seguramente se
preocupó.
—¿Por
qué lo has apagado?
—Necesitaba
hablar con papá sin que nadie me interrumpiera.
—¿Pudiste
hablar, cariño?
Mi
padre apartó la vista de la ventana y la miró.
—Sí,
hablamos mucho. Cuéntale Bianca, ¿verdad que vivimos en Kirkenes?
—Claro…
—acaricié su cabeza y le di un beso— y que no te gusta Oslo.
—Querida…
a veces… tu padre…
—Entiendo,
no te preocupes. Regreso a mi hogar.
—Cuando
quieras puedes venir. Dile a Liz que estoy tejiendo un ajuar en amarillo. Como
aún no se sabe el sexo. ¿Se hará una ecografía?
—Sí,
dijo que la semana próxima Lenya la acompañará.
—¡Qué
bien! Su embarazo no es de riesgo pero mejor así.
—Por
supuesto. Ahora… me voy. Disfruten las donas.
—Gracias,
tesoro.
—¡Bianca!
–giré para ver a mi padre.
—Dime
papá.
—Cuídate.
Y dale las gracias a Charles.
Lo
miré fijo y sonrió levemente.
—Se
las daré.
Sebastien.
—¡Bianca,
dime qué no es verdad!
—No
te pongas así. No tenía otra salida.
Me
pasee en la habitación de punta a punta con las manos en las caderas.
—Dime,
estoy pintado, ¿verdad?
—No
es eso.
—¡No
me tomas en cuenta!
—Es
mi padre.
—¡Y
yo tu marido! Podías haberme avisado lo que ibas a hacer.
—Fue
un impulso. No quise ignorarte.
—Tu
impulso pone a todos en peligro. ¿Es qué no te importa?
—¡Sí!
No te preocupes.
—¡Cómo
no voy a preocuparme! Ahora resulta que nuestro secreto está en manos de…
—¿Un
loco? ¿Eso ibas a decir?
—No…
Tú sabes. Tu padre no está bien emocionalmente. Contarle algo así… Demonios.
—Lo
siento.
—Ahórrate
el “lo siento”. No nos salvará si el secreto sale a la luz. ¡Joder, Bianca!
—Lo
que le he dicho ya lo olvidó, ¡y no grites!
—Estoy
desbordado. Douglas piensa que soy un padre abandónico, que lo que hago es por
capricho y me cansé de ayudarlo. Numa cree que le tiré sus problemas a un
psicólogo a pesar de que he intentado miles de formas de acercarme a él. Chelle
está a la deriva. Los Sherpa deben imaginar que soy inepto y tiene que venir un
muerto del más allá para quitar a Vilu del medio. El Estado exige el pago de la
totalidad de los daños y perjuicios de la explosión de la isla. Cuento con dos
humanos, uno comisario y el otro policía, que saben que asesinamos para
sobrevivir, y que pueden de un día al otro arrepentirse de ser cómplices. Y ahora
tú… le dices que somos vampiros a tu padre. ¡Genial!
—¡Te
dije qué no hay peligro! No mencioné la palabra vampiro. No hay porqué
preocuparse.
—¡Tú
me lo aseguras! ¿La que dijo amarme desde el primer día y me abandonó unas tres
o cuatro veces?
Callé…
Me senté en el borde de la cama y cerré los ojos.
Un
silencio incómodo nos rodeó.
—Okay…
lo siento. No quise decir lo último. Estoy… agotado.
—¡Vete
a la mierda! –se metió en el baño y cerró de un portazo.
Me
puse de pie y me acerqué a la puerta.
—Lo
siento. De verdad… Te amo con locura.
—¡Mentiroso!
¡No me amas!
—Por
favor, Bianca. No quiero ser un líder… ¿Por qué tuvo que morirse y dejarme con
todo esto? Si no fuera por ti y mis hijos me recluiría en las cumbres para
siempre. Nunca debí salir de allí.
—¡Vuelves
a gritarme y no me verás más! No piensas en Odette.
—¿Yo
no pienso en Odette? Tú no piensas en Odette. ¿Qué haremos si el secreto sale a
la luz. Nos perseguirán como bichos raros. ¿Crees qué nuestra hija estará
exenta?
—¡Eres
un desalmado!
—¡Joder
contigo, Bianca! ¡Qué terca eres!
La
puerta se abrió de golpe.
—¡Suficiente!
–la figura de Scarlet se presentó ante mis ojos. Me clavó la vista, frunció el
ceño.
La
puerta del baño se abrió lentamente. Bianca se asomó y se recostó al marco.
—¿Qué
les ocurre? ¿Se han vuelto locos? ¿No saben dialogar?
Me
puse de pie de un salto.
—Me
voy al despacho. Cuéntale a tu cuñada protectora lo energúmeno que es tu
marido.
—¡No
te vayas! –los ojos de Bianca se llenaron de lágrimas… y quise morir.
—No
llores, por favor.
—¿Puedo
saber qué pasó o son riñas conyugales? –Scarlet se sentó en la cama.
—Le
dije a mi padre que no éramos humanos.
—¿Qué?
—Lo
sé, fue arriesgado. Pero era necesario, no tenía salida.
—¿Te
descubrió?
—No.
—¿Entonces?
¿Qué ocurrió, Bianca?
—Eso
quisiera yo saber –murmuré—. Pero no me dice. Ella se guarda hechos y cosas,
actúa por ella sola, y se enoja cuando le reprocho.
—Gritaste.
—Okay…grité.
Lo reconozco, me puse nervioso.
—Sebastien,
un líder debe mantener la calma, lo haría nuestro padre.
La
miré furioso.
—¡Me
cago en ser líder! No soy el perfecto de nuestro padre, sin embargo si deseas
el puesto te lo regalo con moño.
—Tranquilo…
Anda… no es para tanto.
—¿Es
qué nadie me preguntó si quería serlo? Entérense, ¡no quiero!
—Eres
el mayor. Y además –Scarlet se acercó y me abrazó—, no tienes porque ser
perfecto. Porque papá no lo era.
—Sí,
lo era –la emoción ganó mi ser.
—¿Lo
era? Deseó que Douglas no naciera con genes de lobo, sin importar la
consecuencia. Hubiera asesinado a Bianca por mantener el secreto, el pedido de
su nieto lo evitó. Me crió consentida y caprichosa. Y… entre otras cosas… no se
acercó a Lenya en toda su vida. Puedo hacer memoria de algunos errores más. Lo
cierto es que también se equivocó. No pretendemos que guíes a nuestra raza de
forma excelente e inequívoca. Sabemos que no habrá nadie mejor que tú para
reemplazarlo. Incluso… en muchas situaciones, eres mejor que él.
Bajé
la vista y suspiré.
—Scarlet…
tu astucia por convencerme… —sonrió—. A veces da resultado.
—Bianca
–se dirigió a ella y le cogió la mano—, ¿por qué rompiste el secreto?
—Yo…
saben qué haría cualquier cosa por ustedes. Daría mi vida por mi marido, hija,
Douglas... Lo saben. Pero hay alguien que me salvó dos veces la vida –una
lágrima rodó por la mejilla—. Ese alguien es intocable. Su sufrimiento es mi
tortura. Si él no está bien yo no lo estaré.
—¿Charles?
–preguntó.
—¿Qué
tiene qué ver Charles? –volví a sentarme en el borde de la cama.
—Largo
de contar, no tiene importancia la razón. Sí, lo hice por él.
Observé
la ventana mientras Scarlet abrazaba a Bianca para consolarla. Pensé… Charles…
Eridan… y un común denominador… Odette.
—¿Es
por Odette?
Bianca
me miró en silencio.
—Quisiste
darle el lugar de un abuelo igual que lo es tu padre. ¿Es eso?
—Sí.
Asentí
con la cabeza.
—Solo
te pido que me cuentes lo que ocurre en la familia. No me saques de los hechos
de tu vida, por mínimos que sean. Me lo prometiste en la Isla del Oso cuando
regresaste de Canadá. ¿Recuerdas?
—Sí,
lo siento. Estuve mal en no confiar en ti. Sinceramente, creí que no me lo
permitirías.
—No
contradeciría un deseo ferviente tuyo. Menos si es por una buena razón.
—No
lo dirá, créeme. Sé que tienes una responsabilidad para con todos nosotros y no
es mi intensión hacerte más difícil las cosas. Te amo.
—Perdóname.
No debí echarte en cara tu abandono. Sé que me amas como yo a ti.
—Confía
en mí –me abrazó—. Estamos juntos en todo. En lo bueno y malo.
—No
quise gritarte.
—Lo
sé.
—Buenooo,
este es el exacto instante que Scarlet Craig abandona la habitación –rio mi
hermana.
Sin
embargo antes de que ocurriera Lenya entró desencajado.
—¿Dónde
está Liz?
—Creo
que la vi en el parque junto a Anne y Ron. Ella se quedará en la mansión para
estar cerca de Grigorii –contestó Scarlet.
—Mierda…
—se agarró la cabeza con ambas manos.
—¿Qué
ocurrió? –me preocupé.
—Es
Drank… Mierda… Bernardo me llamó.
Cogí
mi móvil silenciado...
Tres
llamadas perdidas de Bernardo.
Drank.
Antes
de la jornada de trabajo quise hacer una escapada para ver a mi amigo Sami. Anouk,
había decidido pasar por la mansión antes de comenzar su clase. Deseaba hablar
con Sebastien y contarle sus intenciones de quedarse la mayoría de la semana en
mi cabaña. Aprovecharía a blanquear nuestra formal relación porque era justo
que él estuviera al tanto.
Para
el líder de los vampiros, Anouk era su responsabilidad en ausencia de su
familia.
Por
mi parte, cuando desperté esa mañana sabía que la extrañaría el resto del día.
Abrí los ojos y giré mi cabeza en la almohada. Allí estaba, contemplándome, con
ese amor que reflejaban sus ojos. Sonreí y levanté la cabeza hasta que mi boca
alcanzó la suya. ¿Alguna vez estaríamos despiertos en la cama sin desear hacer
el amor? En general del deseo al hecho había una brecha. Yo era humano, con mis
limitaciones. Por instantes odié serlo. Pero quizás ella no se hubiera
enamorado de mí. Hubiera querido saber cuál fue el motivo, mi virtud, o lo que fuere,
que cautivó a tan distinguida vampiresa. De mi parte, el amor me llegó tan
solapado que costó darme cuenta que era mi mitad.
Cuando
partió después de un romántico desayuno en la cama, sentí esa melancolía que
sufres cuando no tienes junto a ti a quien amas. Sin embargo era una congoja
dulce. ¿Cómo explicarlo? Quizás por tener la seguridad que aunque estuviera
lejos ella me pertenecía y a la vez era mi dueña. Por supuesto que en el buen
sentido de la palabra. Porque Anouk tenía su vida, gustos, afinidades, y yo
también. Era como ver un solo camino que recorrer juntos con proyectos
diferentes.
Estar
enamorado… Es una sensación que había olvidado y que reflotó en mi corazón. No
cansarme de mirarla, las mariposas en mi estómago, las inseguridades propias,
mis manos deseosas de acariciarla, querer todo el tiempo estar con ella. Desear
ser todopoderoso para protegerla de todo. Donarle cada rincón de mi cabaña y
que la hiciera propia. Porque nada tenía valor si en mi vida no estaba Anouk
Gólubev.
Los
Gólubev… Lo imaginaba complicado. Aunque nada importaba. Si me hubieran dicho
que por ella debía escalar el Everest, hubiera dicho que sí.
Me
despidió con un beso y acomodó su cabello recogido. Tenía una sonrisa de esas
que parecen eternas por lo francas. Giró varias veces para saludarme mientras
cogía el camino hacia la mansión.
-¡Cuídate
mi amor! ¡Nos vemos a la tarde!
Me
tiró un beso y sentí la sensación de detenerla, de no dejarla partir. Pero no
debía comportarme como un loco posesivo, al fin y al cabo el reencuentro era
parte del encanto de la convivencia.
Antes
de llegar al hogar del Sami algo me sorprendió. Bieggaa y Svart, dos de los
lobos de mi amigo estaban sentados atravesando el camino. Detuve la moto y los
miré.
—¿Qué
ocurre? –hablé como si ellos me contestaran.
Los
lobos se levantaron y echaron a correr. Por supuesto los seguí, con el corazón
en la boca. Aún no amanecía del todo. La luz de un naranja pálido se colaba
entre los troncos de los cipreses y el trinar de los pájaros ya invadía las copas
del espeso follaje ocre.
¿Qué
ocurría con el Sami? Era extraño que sus lobos se hubieran apartado de él.
Conduje por el sendero agreste y sinuoso hasta llegar al claro. No se veía humo
en la chimenea pero tampoco hacía tanto frío para hacer imperioso su uso.
Bajé
de la moto y la estacioné bajo el alero. Iba a golpear la puerta pero Svart se
adelantó y la empujó con las patas delanteras. Todo era extraño, y me preocupó.
Me
asomé a la pequeña sala y eché un vistazo.
—Sami,
¿estás aquí?
Un
ronquido grave y extenso me alertó que no estaba solo. Entonces, lo vi en la
cama. A su pies estaba el tercer lobo, como cuidando a su dueño. Avancé sin
pérdida de tiempo y lo desperté.
—Ey,
amigo… —toqué su hombro y ardía.
Me
apresuré a coger un paño de la improvisada encimera y salí hasta la pequeña
cañada. Lo sumergí hasta que quedara empapado en el agua fría por las heladas
de la noche. Regresé apresurado. Él trataba de incorporarse cuestión que
impedí.
—No,
te quedas ahí. Descansa.
Coloqué
el paño en la frente y dio un suspiro agónico.
—Tienes
fiebre, amigo –me senté a su lado.
—Agua
–murmuró—. Allí… en la olla limpia.
—¡Claro!
Volví
para darle un vaso con el agua fresca. Lo ayudé a incorporarse y a beber.
—Tranquilo,
bebe despacio. Ya estoy aquí.
—Amigo
–balbuceó—, suerte viniste.
—Sí,
lamento no haberte hecho una visita antes. No dejaré pasar tanto tiempo. Lo
prometo.
—¿Lo
prometes?
—Palabra
de amigo.
Volvió
a recostarse y di vuelta el paño en su frente para que el lado fresco quedara
sobre su piel.
—¿Cogiste
frío?
—Creí
que sí. Mi nariz…
—Ya
veo, estás resfriado. Debes cuidarte. El otoño se avecina y tenemos días
inestables.
—Soy
fuerte.
—Lo
sé, pero quizás te pilló mal esta vez.
—¿Te
quedarás?
—Una
hora. Es que tengo que trabajar. Ayudo en la construcción de dos cabañas más.
Vinter no tiene muchos recursos y su hogar está quedando inhabitable.
—Vinter…
arregla los coches —murmuró.
—Sí…
Lo conoces, ¿verdad?
Se
mantuvo callado y cerró los ojos.
Descansa,
yo prepararé un té de esos de hierbas que preparas. Solo dime que frasco es.
……………………………………………………………………………………………
A
las siete y cuarto abandoné la precaria cabaña del Sami. Al menos la fiebre
había bajado aunque prometí regresar por la noche. Estaba seguro que lo haría
porque yo nunca rompía las promesas. Sin embargo, esa noche… no volví.
Hola, Lou... Pues como soy lectora de tu novela, me siento aludida, y te doy las gracias por tu amable dedicatoria
ResponderEliminarCuando Chelle intentaba explicar las características de los volcanes, los cuchicheos y las risas que a él estaban alterando, a mí ya me hacían reír... Por supuesto, me he reído mucho más en cuanto me he enterado de la apuesta... Y mucho más con el número 205 que ha respondido Chelle
Bueno, yo ya tenía muy claro que Chelle es un buen lobo... quiero decir que imaginaba que le devolvería el dinero a Mike
Es natural y lógico que Mike recuerde a su padre, que recuerde que pescaba en el lago con él... que lo extrañe, que le llore
Lo sucedido con Kriger es muy diferente... Kriger se fue porque lo quiso así... a su padre lo han asesinado
Siento que Asgard no llame a Bua, pero creo que lo hará... Asgard es un gran hombre, creo que querrá hablar con más calma con Bua
Entiendo el enfado de Sebastien, además de que lo veo muy desbordado... demasiados problemas
Pero también he entendido a Bianca, necesitaba explicarle a su padre que Charles es otro padre para ella
Creo que Eridan lo ha entendido ya que le ha dicho a su hija que le dé las gracias a Charles... y, no sé muy bien por qué, pero creo que esto lo recordará
La verdad es que Lenya y el final del capítulo me han dejado bastante pensativa... La promesa de Drank de volver por la noche a ver a su amigo Sami, Drank nunca rompe una promesa, pero no ha vuelto
Ya solo me queda felicitarte por tu excelente narrativa, tus descripciones, tus diálogos
Gracias por este nuevo capítulo que he disfrutado mucho
Besos
¡Hola Mela! Gracias a ti por tu comentario. Adoro que mis lectores se diviertan con lo escrito. Y tú debes saber muy bien que hacer emocionar es quizás más fácil que hacer reír. Así que ambas podemos estar satisfechas con nuestras obras. Me alegro mucho que haya servido para hacerte sonreír.
EliminarMike no está pasando un buen momento, Chelle tampoco, creo que podrían ayudarse, pero eso está por verse. No olvidemos que ambos los une un hecho trágico y no precisamente están del mismo lado. Aunque Chelle no sea un asesino como su hermana creo que es difícil para alguien con tanto dolor separar las cosas. Veremos...
Bua seguirá esperando, por lo que veo. Aún no tengo noticias de Asgard, a lo mejor... próximo capi nos da una alegría.
Sebastien está desbordado, tienes razón. Por suerte ha pedido disculpas a Bianca y ella a él. Su amor por Charles es totalmente defendible.
Muy lista mi querida escritora, Eridan lo ha entendido, sí. Habrá que ver si retiene el secreto en su memoria o la charla de Bianca fue en vano.
Sí... a mí me preocupa lo que ha dicho Drank. No ha llegado esa noche a visitar a su amigo. ¿Por qué? Aguardo enterarme que ocurrió. Creo que es algo grave. él no rompería una promesa.
Gracias querida amiga, me has hecho muy feliz con tu comentario. Un abrazo gigante y feliz semana para ti.
Uy adoro la relación de Sebastien y Bianca espero que el padre de ella no dé problemas. Veamos que pasa con Drank gracias por le capítulo te mando un beso
ResponderEliminar¡Hola Citu! Muchas gracias por tu comentario.
EliminarEsperemos que el padre de Bianca no los meta en líos. Para mí Bianca ha hecho bien, lo hizo por Charles. Eso lo justifica.
Drank... uf.. bueno debemos esperar el capi 30.
Muchos besotes y feliz semana amiga.
Qué rebuena la respuesta de Chelle!!! Los apostadores se han quedado planchados:)))))) Me preocupa Drank, si le ha pasado algo, Anouk se muere de pena.
ResponderEliminarCapítulazoooo!!!!
Besoteeeessssss!!!!!
¡Hola corazón! Mucas gracias por leerme y comentar.
EliminarCierto, muy buena respuesta y creo que a Mike no le ha gustado en absoluto.
Drank... A mí también me preocupa. Pero tenemos que esperar al próximo capi y enterarnos. Estoy tratando de indagar pero los lobos son muy herméticos. Veremos...
Besotes miles y feliz fin de semana para ti.
¿Cómo sabían Mike y su amigo que a Chelle le gustan los tíos?
ResponderEliminarBso
Algo grave le ha pasado a Drank,es raro que no haya vuelto.No se si Eridan se acordara de lo que le ha contado Bianca,tiene mal la memoria.Asgard hace mal por no llamar a Bua,si no hablan no se arreglaran las cosas y es una lastima porque se quieren y ella lo esta pasando mal porque ha muerto su padre.Me ha gustado mucho.Besos.
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