INTRODUCCIÓN

Introducción:

Dentro de los Sami, una raza milenaria se ha mantenido en secreto. Los lobos basados en la naturaleza y el honor han logrado la supervivencia lejos del ojo humano.

La reserva es su hogar y transitaré en ella para conocer cada secreto. Es un gusto que ustedes me acompañen. Estoy segura que reirán y se emocionarán.

Por mi parte cada línea, cada párrafo sobre ellos, me ha llevado a un mundo de misterio y fascinación.

Lo siento no puedo prescindir de ellos. Ellos… también me han atrapado.

sábado, 30 de diciembre de 2023

 Queridos lectores: Les deseo un hermoso Año Nuevo. Que sus deseos se cumplan. Uno de los míos se cumple año tras año desde el 2009. Tenerlos a ustedes acompañándome fielmente en la locura de imaginar y escribir. Un beso enorme a todos y buen comienzo de año. Lou.


Capítulo 60.

Tiempos de cambio.

 

Charles.

 

Entré al hospital de Kirkenes más rápido que un huracán. Me acerqué a Marin en mesa de entrada obviando la fila de personas que estaban esperando en recepción. Si llamaron mi atención o me insultaron por el atrevimiento, no escuché. Tenía una idea fija, ver a Bianca y a mi nieta nacer.

 

-Marin, Marin, querida, ¿dónde está Bianca?

-¡Charles! ¡Hola! En sala de parto, seguramente. Tercer piso.

 

Avancé hacia el ascensor mientras la escuchaba.

 

-¡Pero no van a dejarte entrar!

 

Me giré y sonreí.

 

-¿En serio? Apuesto que sí.

 

Había humanos esperando por el bendito ascensor así que subí por la escalera. Apenas pisé el tercer piso caminé por el pasillo mirando los números de las puertas de las habitaciones. Al fondo, puertas de vaivén hechas de acero, con un indeseable letrero de advertencia, “Área restringida”.

 

Al escuchar mis pasos una enfermera salió de una de las puertas cercanas, sin número.

 

-Señor, ¿lo puedo ayudar en algo?

-Buenas tardes, sí… Busco a Bianca Craig.

-¿La doctora? Está en sala de parto. Nacerá su bebé.

-Ah… bueno, sí. Vengo por eso. Quisiera presenciar el nacimiento –junté las palmas con ilusión.

-Lo lamento. Solo permitimos al padre del bebé.

-¿Y quién le asegura que no soy su padre?

 

La enfermera cambió la mirada apacible por una inquisitiva.

 

-Lo aseguraría por dos razones. Primero, usted tiene cara de abuelo más que de padre. Y en segundo lugar, el padre del bebé ya está con la doctora.

-Bueno, uno más no cambiará nada. Por favor, permítame verla, es importante para mí ver nacer a Odette, ser unos de los primeros en tenerla en brazos.

-Ah, ¿será niña? Ya lo saben, ¡qué bien!

-¿Puedo pasar?

-No, y es definitivo, son las reglas. Espere aquí que se acerque el padre y se lo comunique.

-¡De ninguna manera!

-¿Cómo dijo?

-Que de ninguna manera romperé las normas, enfermera. Esperaré aquí.

 

Me observó con desconfianza mientras yo sonreía. Se dirigió a la puerta de la enfermería y la abrió de par en par, señaló una silla junto al escritorio.

 

-Me sentaré aquí para observarlo y que no rompa las reglas.

-¡Qué eficiencia!

 

Ella giró para entrar a la enfermería y Shakespeare vino a mí…

 

-Ay, ay Dios… ¡Mi cabeza! ¡Ese dolor otra vez!

 

Ella se apresuró a volver sobre sus pasos.

 

-¿Qué le ocurre?

-¡Dios mío! Muchos nervios juntos, terremoto, volcán, tsunami, y ahora mi nieta por nacer. ¡Qué dolor agudo en la cabeza!

-Le traeré una medicina, tomé asiento.

 

Me cogió del brazo y trató que no cayera.

 

-¡Ay Dios mío! ¡Voy a morir!

-¡Tranquilícese! Llamaré a un doctor.

-No, no, voy a morir, es un ACV, estoy seguro, ¡qué dolooor! Ay… me desmayo, voy a desmayarme…

 

Me tambalee. Ella me ayudó a ponerme de pie y entrar a enfermería. Me sentó en una silla junto a unos estantes. Allí había ropa celeste prolijamente ordenada, y una caja de barbijos.

 

-Tranquilo, llamaré a un doctor.

-Gracias, gracias, Dios la ayude.

 

Se puso de espaldas a mí y cogió el teléfono. Aproveché silenciosamente a coger una bata, cofia, y barbijo del armario.

 

La enfermera se giró unos segundos para verme y me descubrió.

 

-¡Oiga! ¿Qué hace?

 

Sin perder tiempo, me abalancé hacia la puerta quité la pequeña llave, salí de allí y la encerré.

 

-¡Regresé aquí! ¡Embustero!

 

Rápido como el vampiro que era, empujé las puertas de vaivén y entré. Se escuchaban voces y apenas un llanto de bebé. ¡Por todos los dioses, qué no llegara tarde! Mientras me vestía con la bata, cofia, y barbijo, observé el pequeño recinto. Tres puertas, tres salas de parto. Mierda...

 

Abrí la primera, un quirófano vacío. En la segunda, se veía por un recoveco un doctor, dos enfermeros y una dama rubia acostada con un recién nacido en brazos. Vamos por la tercera…

 

Al entrar, lo primero que vi fue a Bianca en posición de dar a luz. Una doctora y un enfermero parecían ayudarla. Junto a Bianca, con bata y barbijo, Sebastien. Apenas entré, la doctora y el enfermero se giraron hacia mí.

 

-¿Usted quién es?

-El doctor, Solberg. Especialista en partos prematuros y me enviaron para evaluar el desempeño. Permítame posicionarme junto a la señora. Ustedes sigan su trabajo como si no estuviera.

-¿Un doctor para evaluarme? –se extrañó la doctora.

-¿Quiere dejar su trabajo para investigarme a mí? Lo puede hacer. No tengo problema. Tendré motivos para completar su expediente.

-¿Expediente?

-Quise decir antecedentes, ¡está poniéndome nervioso! Doctora…

-Gingery.

-Bonito nombre.

-¡Es mi apellido!

-Okey, da igual, siga con lo suyo.

-¡La señora dará a luz en minutos! No puedo distraerme.

-Buena respuesta, la tomaré en cuenta en mi evaluación.

 

Al acercarme a Bianca y quedar del lado opuesto a Sebastien, cruzamos miradas.

 

-Charles… ¿Qué rayos haces aquí? –habló en voz baja.

-Sssh, ¿cómo qué hago? Contener a mi hija -me dirigí a Bianca que entre gestos de dolor abrió los ojos como platos, tras las lentecillas de contacto azules.

-Tranquila cariño, todo saldrá bien.

-Charles, para eso estoy yo –protestó Sebastien-. Soy el marido y padre de Odette.

-Y yo soy el padre de Bianca y el abuelo de la niña. ¿Quieres callarte y no complicar las cosas?

-¡Por favor no peleen! ¡Tengo mucho dolor!

-¡Perdón!

-Sí, sí, perdón.

-Doctora, cuando yo diga debe pujar. ¿Entendió? –dijo la doctora.

-Sí, okay… Okay... okay…

-¿Cómo no va entender? No es tonta –retruqué.

-Amor, estoy aquí, tú tranquila. Bueno… estamos –gruñó Sebastien.

-Doctora, ya puedo ver la cabeza del bebé, cuando sienta una contracción, puje.

-Sí, sí… ¡Ya tengo una contracción! Cielos… ¡Voy a morir!

-No, no va a morir. Puje, vamos, falta poco.

 

En ese instante, la puerta se entreabrió y tímidamente se asomó un caballero de seguridad.

 

-Disculpen, me informaron que hay un impostor en sala de parto, que encerró a una enfermera y…

-¡Es en la sala dos! ¡Lo vi entrar! –me apresuré a gritar.

-Por favor, estamos en el medio de un parto –protestó la doctora.

-Lo siento, me retiro, disculpen.

 

Sebastien me miró sobre el barbijo.

 

-¿Encerraste a una enfermera? ¿Estás loco?

-Loco no, desesperado –respondí.

 

En ese instante Bianca empujó con todas sus fuerzas mientras Sebastien y yo sosteníamos su mano.

 

-¡Muy bien doctora! Un esfuerzo más, ¡solo uno más!

 

Y así lo hizo… Mi Bianca, mi niña fuerte. La que había sobrevivido en aquella inundación convertida más tarde en una bella vampiresa. Como lo sería Odette.

 

Odette… que al cortar el cordón umbilical, lloró tan fuerte haciéndose escuchar en cada rincón de esa sala de parto. Era hermosa, bella y perfecta. Mejillas rellenas y boca como carmín. Sus ojos, grises y vivarachos. Envuelta en una sábana blanca que olía a desinfectante, buscó con los ojos la voz de su padre, que extendió de inmediato sus brazos para cogerla.

 

Dio algunos pasos y la acercó a una Bianca feliz. Me quedé observando esa escena maravillosa, con el amor palpándose en el aire. Y sonreí.

 

Ella la acunó en su pecho y el llanto se evaporó en el aire. La vida… un milagro para todos los seres que habitamos este mundo. Sí, también para vampiros.

 

Bianca me sonrió.

 

-Charles, ¿ahora quieres cargarla tú en brazos?

 

Titubee, no porque no deseaba. Pero de pronto un miedo atroz me invadió. Un temor desconocido a hacer algo mal y dañar a Odette. Miento, no era tan desconocido. El miedo porque los hijos sufran ya lo había percibido. Sin embargo, había sido hace tanto tiempo...

 

Cogí valor, después de todo había hecho lo imposible por estar allí. Me acerqué y acuné mis brazos para que Sebastien la acomodara. Era tan pequeña, tan frágil, y a la vez esa mirada poderosa que me buscó al instante.

 

-Hola Odette, soy tu abuelo.

 

De pronto, vi borroso por segundos, sentí cosquillas en mis mejillas…Lágrimas. Lágrimas de emoción.

 

Miré a la doctora, ansioso.

 

-Ha salido todo bien, ¿verdad?

 

La doctora se acercó.

 

-Sí, tan verdad como que usted es el impostor.

-Lo siento, solo quería ver a mi nieta nacer.

-Yo me encargaré de pedir las disculpas debidas a la enfermera –dijo Bianca.

-Y yo pagaré los daños o la fianza –Sebastien arqueó una ceja.

-¡Exagerado! Solo la encerré.

-La felicito doctora. Es una niña sana. Aunque la verá el pediatra en unos instantes para corroborar.

-Gracias.

Muy bien, avisaré que preparen la habitación. Enfermero –se dirigió a un joven-, limpie a la niña, tome medida, peso, y huellas. Después llévela a la nursery.

-Muy bien, doctora.

-¡No! –Bianca se inquietó-. La llevaré en mi camilla. No quiero separarme de ella.

-Tranquila, iré yo si es posible. Tú debes reponerte.

 

Suspiró y le sonrió.

 

-Okay, solo porque es profesional de este hospital el padre acompañará al enfermero. Pero usted –me señaló-, aguarde en el pasillo. Cuando esté la habitación les informaré.

-Gracias, doctora –contestamos los tres.

 

Anouk.

 

Mamá había llegado para estar junto a mí en este difícil trance. Nunca supo materializarse, y para ella aguardar que los vuelos se regularizaran fue una tortura.

 

Las dos de pie, frente al cristal que nos separaba de la terapia intensiva, contemplábamos la segunda cama donde Drank luchaba por sobrevivir.

 

-Creo que se movió –me sobresalté.

-No, querida. Es el respirador. Tranquila, ya reaccionará.

-El doctor dijo que hay que esperar cuarenta y ocho horas. Son cruciales.

-Por eso, aún falta para cumplirse el tiempo y no ha empeorado. Eso es importante.

-Sí… Es fácil para ellos decir que espere. Son fríos, no tienen emoción.

-Sí, la tienen. Sin embargo, deben guardar calma de lo contrario, sería un caos si se dejan llevar. Cuéntame, como se porta el bebé. ¿Te ha dado mareos? ¿Nauseas?

 

Ignoraba si mi madre quería distraerme para que me sintiera mejor y no tan tensionada. Lo cierto, es que me costaba mucho responderle. Drank era mi única prioridad. No deseaba perderme detalle de esa máquina conectada a él. Aun así respondí.

 

-Un poco. Es que con todo lo que he pasado, esos malestares son insignificantes.

-Lo sé… Cuéntame de Bianca. ¿Ya ha dado a luz?

-Sí, está en el tercer piso. Es una niña. Ya lo sabían. Le pondrán Odette. Como la hija de Charles.

-¿Charles tuvo una hija?

-Hace mucho tiempo. Él vivía con Adrien. Conoció a su pareja en París. Se enamoró y tuvieron una hija. Ambas murieron.

-¡Pobre, Charles!

-Mamá, escucha. El pitido de la máquina cambió el ritmo.

-No puede ser, Anouk.

-¡Te digo que sí! Mira la luz de la pantalla, va más rápido.

 

Cambié de posición para ver mejor el monitor que controlaba los latidos de Drank.

 

Al instante dos enfermeras se acercaron apresuradas a su cama, mi corazón comenzó a latir alocado.

 

Vi su pecho cubierto de cables subir y bajar notoriamente. Una tercera enfermera salió por una puerta interna seguida por un doctor. La misma giró hacia mí y se acercó a los cristales. Corrió las cortinas y mi mundo se derrumbó. No pude ver nada más.

 

-¡Mamá! ¡Algo malo está ocurriendo!

-Calma, Anouk. Desde aquí no podremos hacer nada.

-Tienes razón, desde aquí no.

 

Sin mediar palabra me acerqué a la puerta y empujé con fuerza. Fueron segundos que me vi rodeada por tres enfermeras.

 

-Debe salir de aquí.

-Por favor, señora. Aguarde afuera.

-No me iré de aquí. No molestaré, lo juro. ¡Pero no me iré! ¡Quiero saber que está ocurriendo!

-Nada, tranquila… Por favor… Retírese.

-¡No me iré!

-¡Doctor, está en paro!- Dijo una enfermera.

-¡Retírese! –Me ordenó la otra.

-¡No!

 

Mi madre trató de interponerse.

 

-Déjenla por favor, es su pareja, el padre de su hijo. ¡Por favor!

 

Los instantes que siguieron fueron confusos. Voces dando órdenes, rodeando la cama de Drank, ese pitido agudo e intenso, sin intervalo, sobre todo sin intervalo, como tantas veces había visto en películas ante la muerte inminente. Recuerdo escenas entrecortadas, mis súplicas que hicieran todo lo posible, las planchas de acero en las manos de ese doctor presionando el pecho de él, mi madre conteniéndome y llorando junto conmigo, los segundos transcurriendo sin detenerse… cinco, diez, quince, veinte. Después el silencio… Un silencio inexplicable…

 

Solo sé que salí corriendo por el pasillo, subí las escaleras gritando un solo nombre una y otra vez.

 

-¡Scarlet! ¡Scarlet, ayúdame!

 

Sebastien.

 

Con mi niña en brazos la miraba embelesado dormir. Sería una bebé muy tranquila, para nada inquieta o quejosa. Cuestión que hubiera sido normal. Sin embargo, ella parecía rodeada de un halo de armonía y luz. Quizás, era yo que la veía de ese modo. Siempre tenía la idea que los bebés recién nacidos, les cuesta adaptarse al mundo exterior. Muy razonable. Luz, ruidos, contacto, etc. Recuerdo que Douglas me había dado trabajo. Aunque con el correr de las semanas se normalizó. Lo sé… No tenía a su madre cerca. Corrijo, le quite a su madre… En cuanto a Nicolay, no había sabido de su existencia hasta sus cinco años. Aunque en ese caso, no había tenido la culpa.

 

Suspiré y miré a Bianca que conversaba con su tía Mildri. Eridan estaba sentado a los pies de la cama con las piernas colgando. Balanceaba suavemente los pies. De vez en cuando levantaba la vista del suelo y me observaba con la niña. Entonces una mueca leve en sus labios dibujaba una sonrisa. Se lo notaba calmo. Bianca había dicho que el neurólogo había tenido que cambiar la medicación. Su enfermedad sería progresiva, pero buscarían todos los medios para que no impidiera una vida normal.

 

¿Pero cómo mencionar “vida normal”? Si a tu cerebro se le escapa por momentos hasta quien eres. Difícil consolar a Bianca. ¿Qué podría decirle? ¿Lo que informó el doctor? ¿Qué su padre se comportará o no como su padre? ¿Qué dependerá el día? ¿La hora?

 

-Papá, ¿quieres sostener en brazos a tu nieta?

 

Bianca sonrió y él la miró sorprendido.

 

Titubee, tenía temor, lo confieso. Es que un hijo es un gran tesoro, invaluable e irrepetible. Por otro lado, confiaba en Bianca, así que me acerqué en cuanto él extendió sus brazos. Mildri se acercó a nosotros y lo ayudó a acomodar a Odette. Sentí la tensión en mí y en algunos de los presentes. Lenya, Liz, Marin, Douglas, Margaret, todos hicieron silencio. Como si fuera poco, sentí en la nuca la mirada potente de Charles. Pero nadie se atrevió a contradecir a Bianca.

 

Eridan la cogió en brazos acunándola y sus ojos la estudiaron con ternura. Después de unos minutos interminables, desvió la mirada a su hija y afirmó, “es igual a ti”.

 

-Sí, ¿verdad? Aunque tiene los ojos y boca del padre.

 

En ese instante, Scarlet entró en la habitación. Había salido como rayo tras Anouk y su pedido de ayuda. Douglas pidió para cargar a su hermana cuestión que me dio tranquilidad. Aproveché a acercarme a Scarlet y preguntar.

 

-¿Cómo te fue? ¿Pudiste…? ¿Todo bien?

-Por supuesto. Salvé la vida de Drank.

-¿Qué ocurrió? –preguntó Liz angustiada.

-Tuvo un paro, pero tranquila, todo está bien.

-¿Seguro?

-Sí, tranquila. Anouk y sus padres están con él.

-¿Te dejaron… actuar? –arquee una ceja.

-¿Por qué no? Soy policía pero sé de medicina.

-¿Eso dijiste? –balbucee. Bajé la voz un poco más-. Creo que vamos a tener que dar alguna que otra explicación en el hospital.

-Tranquilo, tenemos a un comisario y a una forense a nuestro favor –susurró.

-¿Eres doctora? –preguntó Mildri.

-Casi –mintió mi hermana. Reprobé la última materia.

-La sensatez –murmuró Lenya.

-Cielos… No quiero pensar si alguien… -callé, no olvidaba que Mildri y Eridan ignoraban lo que éramos.

-Policía, casi doctora, eres muy completa, Scarlet.

-Oh sí, Mildri. Lo soy. La más completa de la familia. Y se lavar, planchar, cocinar…

-Y abrir la puerta para irte a jugar – completó mi hermano levantando una ceja.

-Siempre tan… gracioso -Scarlet se acercó a Douglas y me miró-. Tranquilo, todo bajo control. Ahora –se dirigió a la bebé-, es mi turno. Voy a tenerte entre mis brazos, ya que aún no puedo llevarte de shopping a comprar.

-Ni se te ocurra, Scarlet. No la eches a perder –protesté.

 

Bianca rio.

 

-¡Qué exagerado eres, hermano!

-¡Oye, Scarlet! Acabo de pedirla, casi no la disfruté –protestó mi hijo.

-Tú la tendrás siempre cerca. Con Grigorii nos mudaremos y ya no la tendré a mano.

-¡Yo vivo en la reserva! Tampoco la tendré.

-¿Te mudarás, Scarlet? –Bianca entristeció.

-Auuuh, siii. Hermanita, igual nos veremos a menudo. Lo prometo. Ya es hora que convivamos con Grigorii, además la casa de Charles y Margaret es grande, pero tampoco podrá albergar a una decena.

-Pues casi una decena seremos –sonrió Lenya.

-No hay problema. Margaret y yo haremos lugar suficiente para el que desee quedarse con nosotros.

-Gracias, Charles –sonrió Bianca.

-Y apúrense ustedes dos, porque después me toca a mí.

-¿Y a los tíos? –protestó Lenya.

 

Bianca sonrió y me miró.

 

-¿Crees que alguna vez duerma en la cuna?

-Espero que sí, cariño –sonreí.

 

 

Ekaterina.

 

Ordené la casa para que Margaret no tuviera trabajo al regresar del hospital. Numa me ayudó con la limpieza y entretuvo a Nicolay en la habitación. Estaba deseoso de conocer a su hermanita pero debía esperar. Al día siguiente, Bianca estaría con nosotros y sus caprichos y mal humor se calmarían. Eso esperaba…

 

En la sala, sentado en el sofá, Ivan permanecía pensativo y triste. Abandoné la tarea de acomodar los almohadones y me senté frente a él.

 

-Tranquilo, Sebastien dijo que todo está bajo control.

 

Levantó la vista de la alfombra y me miró.

 

-Convertí a un humano. Nada está bajo control.

-El director del hospital sabía sobre nosotros. No tienes por qué preocuparte.

-¿No entiendes? Será un vampiro contra su voluntad. Eso nunca ocurrió.

-No creo que le moleste.

-¿Cómo sabes?

-Pues… Vivir sin miedo a morirse es un regalo.

-¿Es un regalo?

-No lo sé, pienso que sí.

 

Se puso de pie y caminó hasta el ventanal que daba a la terraza. Su vista pareció perderse en el horizonte.

 

-No, no es un regalo si tu vida no vale la pena.

-Bueno… Quizás la de él vale la pena.

-¿Te imaginas? Ver morir a todos tus seres queridos y tú sigues ahí, contemplando como parten para siempre.

-Su hijo es un vampiro –Numa bajo las escaleras con la mirada fija en él.

 

Ivan mantuvo la mirada.

 

-Escuchas conversaciones sin participar en la reunión. No es ético.

-No me des clases de ética, Gólubev.

 

Comencé a sentirme incómoda. Sabía que Numa lo tenía entre ceja y ceja por mi historia pasada con él. La tensión entre los dos comenzó a invadir la gran sala.

 

-¿Nicolay? –interrumpí.

-Duerme.

-¡Qué suerte! Pensé que hoy no lo controlaría.

 

Numa se sentó a mi lado sin dejar de mirarlo.

 

-Se me da bien tratar a los niños.

-¡Qué joven para ser padre! –se burló Ivan.

-Y tú como que ya estás viejo.

-Pero aproveché cada día, ¿y tú? Ah no… cierto. Viviste parte de ella en la calle.

-Prepararé un café –me puse de pie.

-Eres bueno para dar golpes bajos, ¿quién te crees que eres? ¿Qué sabes de mi vida?

-Prepararé café, ¿quieren café? –volví a insistir.

-¿Y tú de la mía?

-Sé que eres un ególatra, engreído. Nunca te ha faltado nada, has tenido todo servido.

 

Numa se puso de pie y ambos quedaron frente a frente. Cielos…

 

-Hablas porque el aire es gratis. ¿Servido? No sabes lo que es luchar día a día por ser el mejor en todo. La presión que ejerce tu familia sin ni siquiera proponérselo.

-Vas a hacerme llorar –se burló Numa.

-¿Llorar? Imposible. Tú no valoras nada. Deberías estar agradecido a los Craig.

-¡Basta! –grité, posicionándome entre los dos.

-¿Y quién cuernos te dijo que no lo estoy? ¡Desgraciado!

-¿Siempre te haces la víctima? ¿Crees que eso te da derecho a saber sobre los demás? ¿Por qué mi familia tiene dinero fue todo sencillo para mí? No sabes nada. Tendrás calle pero no sabes nada de como siente el otro. Deberías ser compasivo.

-¡Idiota! ¡Sabelotodo!

-¡Pero mis padres me han querido!

-¡Basta los dos!

 

Hubo silencio…

 

-Lo siento… Lo siento de verdad –Ivan bajó la cabeza-. No… debí decir eso… No estoy bien.

-Escucha, ve a descansar. No has dormido nada -aconsejé.

-Me voy.

-¿Dónde irás?

-Debo ir al hospital. Necesito ver a Drank.

-¿Ahora es tu mejor amigo?

-¡Calla, Numa!

-Todos saben que le has hecho la vida imposible a él y a tu hermana. No te creo que lo hayas querido salvar. No te ha quedado otra. Seguro él te salvó a ti.

 

Ivan saltó sobre Numa y lo arrinconó contra la pared.

 

-¡No me provoques! Serías muy tonto. Sabes que perderías.

-Basta, por favor –los separé muy angustiada.

 

Numa frunció el entrecejo furioso.

 

-¡Pues si quieres irte, vete de una vez!

-Claro que me iré. Sin embargo, antes te diré algo. Trata de controlar tu inseguridad. Sé que tu resentimiento es por mi pasado con Ekaterina, eso no lo puedo cambiar. Está en el pasado y quedará ahí. Intenta no ponerla incómoda la próxima vez.

 

De un salto, se escabulló por el balcón, y lo perdimos de vista.

 

-Si será desgraciado –murmuró Numa.

-Tú debiste callarte. Llegaste a la sala con la idea fija de hacerlo pasar mal y lo único que lograste es hacerme sentir mal a mí.

 

Lo miré con los ojos llenos de lágrimas.

 

-Perdón… Perdóname. No lo pude evitar. Lo veo tan… perfecto y… no sé porque no lo elegiste antes que a mí.

-¿Por qué? Porque hay algo que se llama amor, ¿tú me cambiarías por una vampiresa bella e inteligente?

-Tú eres bella e inteligente.

-No…Pero al menos me tranquiliza que tus ojos me vean así.

 

Me abrazó fuerte y besó mis labios.

 

-Perdóname, no volverá a ocurrir. Te lo prometo.

 

Louk.

 

Cuando entré en la habitación, lo observé desde la puerta. Poco a poco el nudo en la garganta fue desapareciendo, porque debía verlo para estar seguro que estaba allí, vivo, nuevamente con nosotros. Estaba recostado con dos almohadas y la cama reclinada. Alrededor de él, estaba Anouk y sus padres, Liz, y una enfermera que revisaba el suero. Debí tardar unos cuantos segundos porque Anouk levantó la vista y me sonrió.

 

-Louk, pasa. No te quedes en la puerta.

-Okay…

-Louk, amigo –Drank sonrió.

 

Lucía demacrado pero animado. Yo… Yo hubiera saltado y lo hubiera abrazado fuerte. Sin embargo, no desconocía que hacía poco había podido salir de una situación crítica, aunque se lo viera bien. Por lo tanto me acerqué despacio y extendí mi mano para que la cogiera. En instantes la apretó fuerte y sus ojos se clavaron en los míos devolviéndome tranquilidad. Es que era de no creer que después de todo lo ocurrido estuviera vivo.

 

-¿Cómo estás? –balbucee.

-Mejor, ¿y tú?

-Bien, preocupado aunque ahora te veo y… estoy feliz.

-Qué bueno que viniste, deseaba verte y darte las gracias.

-Pues, no hice mucho.

-Sí, claro qué sí. Anouk me contó todo lo que hiciste por hallarme.

-Te encontró Ivan.

-Pero tú fuiste muy importante. Decidiste buscarme, gracias amigo.

-Muchas gracias –la madre de Anouk posó su mano en mi hombro.

-Todos los queremos a Drank te agradecemos –dijo Mijail.

 

Liz me sonrió y le devolví la sonrisa.

 

-Tú, gracias por lo del tsunami.

-De nada. Nada hubiera logrado sola.

-Es cierto, Louk. Estaré eternamente agradecida por tu valor –dijo Anouk.

 

La enfermera regresó con una manta.

 

-Aquí le dejo un abrigo, generalmente a la noche baja la temperatura aunque esté en la sala de cuidados intensivos. Y hablando de cuidados intensivos…

Deben irse. La visita fue suficiente, el paciente debe descansar.

-Muy bien, vamos. Así Drank descansa –Dijo Mijail.

-Nos veremos pronto, Drank –Liz le dio un beso en la mejilla.

 

Anouk sentada en la cama junto a Drank intentó resistirse.

 

-Yo me quedaré por la noche.

-Mi amor, por favor. Ve a descansar. Estaré bien.

-Pero…

-Drank tiene razón, te llevaremos hasta la reserva y nos iremos al hotel. Prometemos pasarte a buscar por la mañana –dijo su madre.

 

Liz la abrazó

 

-Vamos, debes cuidar al bebé. Mañana temprano estarás aquí.

-Hazlo por mí, cariño.

-Okay… ¿Y si te sientes mal?

-Estarán las enfermeras y doctores –aseguró Mijaíl.

-Y… Scarlet –susurró Liz.

-Yo puedo quedarme, si Drank no le molesta. Me gustaría compartir un rato más con él –agregué.

-Perfecto, ve Anouk. Tranquila, pronto estaremos juntos en la reserva.

-¿De verdad?

-Sí, amor.

-Pero me llamas si sientes algo raro.

-Sí –rio-, te lo prometo.

 

Apenas todos abandonaron la habitación, encendí el velador y apagué la luz principal. Me senté en una silla a su lado y contemplé la máquina que indicaba el ritmo cardíaco.

 

-Todo está bien, Louk. Tranquilo.

-Bien… Trata de dormir.

-Sí, pero antes cuéntame algo de la reserva. ¿Me he perdido de mucho?

 

Sonreí.

 

-Poco. Todo está igual. Salvo que… Bueno… Mike y Chelle van a casarse.

-¿En serio? ¡Qué bien! Me alegro.

-Además hay tres vampiros viviendo en la reserva.

-¿Los conozco?

-Los guerreros de Adrien. Son bastante amables. Uno es un poco ermitaño pero todo bien.

-¿Se quedarán en la reserva?

-No, es solo hasta que Sebastien se organice. Su casa desapareció por el volcán.

-¿Dónde vivirán los Craig? ¿Liz y Lenya, los niños? –se preocupó.

-Creo que en lo de Charles. Por el momento. Además, tienen poder adquisitivo, deja de preocuparte… Oye… Drank…

-¿Sí?

-Lamento haberme ido antes. Ivan dijo que era lo mejor.

-Lo sé, Louk. No tienes que decirme nada. Sé cómo eres. Lo que decidió Ivan fue lo correcto. No hubiéramos salido ninguno de los tres. Lo importante que no dudaste en bajar a los túneles por mí. Y… me salvaste la vida.

-¿Yo?

-Cuando me convertiste. De verdad, todo es por algo. La vida tiene un propósito que a veces ignoras. No hubiera sobrevivido siendo humano.

-Pues…

 

Por la rendija de la puerta entreabierta observé la luz del pasillo apagarse.

 

-Debes descansar. Hablaremos cuando despiertes por la mañana.

-Intentaré dormir, pero me despierto muchas veces. Aún me veo en los túneles, sin salida, rodeado de agua. No se lo digas a Anouk.

 

Palmee su mano.

 

-Es razonable. Pronto se irán esas pesadillas. No se lo diré.

 

De pronto, la puerta se abrió lentamente. Ambos miramos a quien sigilosamente se había colado sin ser visto. Lo admito, eso solo lo podía lograr un vampiro.

 

-Ivan –murmuró Drank.

 

Me puse de pie y lo observé acercarse a la cama con pasos lentos. Con la mirada fija en mi amigo. No sonreía. Sin embargo, algo en él transmitía que no había venido en son de guerra.

 

-¿Cómo estás? –preguntó casi en susurros.

-Mejor. Anouk ya se fue. Tus padres la acompañaban a la reserva.

-No vine por mi hermana. Quería saber cómo estabas.

-Ahora estoy bien. Gracias. Scarlet con su don…

-Estoy al tanto. Excelente don.

-Los vampiros tienen dones importantes –agregué.

 

Me miró.

 

-Tú tienes quizás el más importante.

-¿En serio?

-El valor –se dirigió a Drank-. Debes saber lo que tu amigo hizo por ti.

-No fue nada –interrumpí, metiendo mis manos en los bolsillos un poco avergonzado.

-Sí, lo fue. No hubiera podido conseguir salvarte sin su ayuda.

 

Drank sonrió.

 

-Lo sé. Les agradezco a los dos.

 

Mis dedos rozaron algo en uno de mis bolsillos. Extraje el objeto y recordé.

 

-Oye, esto te pertenece. ¿Recuerdas? Cuando escuchamos caer algo bajo el agua. Lo recogí. Es… -lo miré detenidamente-. Un llavero. Tiene… Un águila bicéfala. Símbolo de los Gólubev, ¿no es así?

 

Lo extendí y lo cogió en su mano. Lo observó por unos segundos como si no lo reconociera. Al fin me miró y se acercó a Drank.

 

-Cierto, es el águila bicéfala de Rusia. Símbolo de los Gólubev –dos de sus dedos la sujetaron provocando un suave balanceo en el aire-. La extraje de la caja de los llaveros. Había cinco, solo quedaban tres. Esta…desde hace un tiempo la llevo conmigo. Pero no me pertenece.

 

Extendió la mano ofreciéndola a mi amigo.

 

-Te pertenece a ti, lobo. Hace tiempo te la debía. Bienvenido a la familia.

 

Drank la cogió, por varios segundos la contempló. La encerró en su mano y sonrió.

 

-Gracias. Es un honor. La cuidaré como mi segundo tesoro. El primero… el primero ya sabes quién es.

 

-Lo sé, y el honor es nuestro. Lamento haber desconfiado de ti.

-Entiendo tu recelo. Aunque me daba rabia no poder demostrarte quien era yo. Que era capaz de amar a Anouk como nadie lo hará.

-Solo quiero verla feliz.

-Lo que de mí dependa, te prometo que así será.