Este capi habla de una enfermedad silenciosa pero grave. Si bien no se cura tan fácil como demostrará el capítulo quise ubicar al lector en lo que puede causar a veces los fracasos o desilusiones en la vida. Por otro lado tenemos a Thashy y sus visiones. Quizás entenderemos el porque de algunas escenas pasadas.
Que tengan buena semana. Un beso grande y gracias por comentar.
Capítulo
45.
Desánimo.
Mike.
Otro
amanecer… Otro día sin ganas de nada. Ausencia de apetito, de no querer moverme
de esta cama, de contemplar la vida de otros como transcurre a través de mi
ventana. Y sigues ahí, inmóvil, sin dar un paso porque ya no te interesa. Poco
a poco las voces rutinarias de tu hogar se vuelven lejanas. No cobra
importancia lo que hablan o callan. Si bromean o discuten. Solo prestando
atención al latido de tu corazón, metódico, uniforme, con la única señal de
saber que estás vivo. ¿Para qué? No, no tienes la razón que justifique tu
existencia. Quizás para algunos una pena exagerada que puedes dominar. Mentira,
no tienes el control de tu tristeza porque de lo contrario saldría a vivir la cantidad
de años que me faltarían disfrutar. De lo contrario no amargaría a mamá y a mis
hermanos con mi proceder. De verdad que no podía mandar todo al diablo y
decirme a mí mismo, “¡oye Mike, no es para tanto! Muchos se han quedado sin sus
padres, los amores van y vienen. Te olvidarás de Chelle y volverás a
enamorarte.”
Era
horrible sentir culpa. Preguntarse, “¿se merecen lo que les estás haciendo por
tu actuar?” “¿Merecen soportar que te hayas enamorado del hermano de la asesina
de tu padre?” No, sabía que no se lo merecían. ¿Pero cómo hacer? Y como esa,
miles de preguntas… ¿Por qué no lo escuchaste? ¿Por qué no esperaste la
explicación? ¿Por qué gritarle tantas frases que le hicieron daño? ¿Por qué
alejarlo si la única solución de poder con el pasado que nos unía era luchar
juntos? Ahora estaba solo, con toda la culpa y la depresión.
El
único aliciente era pensar en aquellos momentos con papá y que ya no se
repetirían. Imaginar a Chelle a mi lado y lo divertido que era compartir las
horas. Buenos momentos del pasado. Sin
embargo, los dos se lo habían llevado todo. No, miento. Chelle no se lo había
llevado, yo lo había roto en pedazos y desechado. La culpa, siempre la culpa…
Sumándole las noches que despertaba a todos a los gritos por pesadillas, a mi
permanente negación a comer lo suficiente ante la insistencia de mi madre. La
preocupación de Burnaby cuando tomaba la presión y me examinaba. Trataba de
hablarme, de convencerme, totalmente en vano. Hasta sugirió un psiquiatra. ¿No
lo entendía? Un psiquiatra no me devolvería a mi padre ni a Chelle.
Otro
amanecer igual a tantos… En poco tiempo escucharía los golpes en la puerta y la
voz de Bernardo preguntando sobre mi salud. La misma rutina, sin esperanza de
que algo me movilizara y me hiciera reaccionar. Eso creí… Porque si alguien me
hubiera dicho que él sin decir palabra, sin insistirme en que saliera del pozo,
me ayudaría… No, no lo hubiera creído. Pero así fue.
Kristoff
salió de darse una ducha y se vistió en silencio. Desde la cama lo observé… Se
vistió con movimientos torpes debido a la parálisis de su pierna que siempre
arrastraba. Cogió su mochila y guardó un abrigo. Contó el dinero de un bolsillo
y apartó parte de el en el cajón de su mesa de luz. Había escuchado hace un
rato que Vinter lo había llamado para ayudarlo en el taller. Tenía trabajo
atrasado y seguramente repararían motores hasta la medianoche.
Antes
de salir de la habitación me miró.
—Hasta
luego, Mike. Nos vemos a la noche.
—Hasta
luego –murmuré.
Apenas
cerró la puerta me senté en la cama. Sabía que Bua había comenzado en una
oficina del Congreso como administrativa por las mañanas de esa forma
continuaría los estudios en horario vespertino. Gracias a Asgard y sus contactos había presentado el
curriculum y la habían aceptado. Sin embargo fue la imagen de mi hermano
preparándose para salir a trabajar que me había conmovido. En su caso podía
alegar que tenía mucha dificultad para salir a ayudar a mamá, pero no usó su
problema físico para liberarse de lo que era imperioso hacer.
Me
puse de pie y abrí la puerta hacia la sala. Mamá se asomó por la cocina.
—Mike,
¿quieres un chocolate caliente? Está haciendo frío.
—No,
gracias mamá. Bua dejó un periódico antes de ayer, ¿sabes dónde está?
—Bajo
la TV.
Lo
cogí y me senté en el sofá con la imagen de Kristoff… vistiéndose y saliendo a
trabajar…
Chelle.
Entré
a la Universidad apresurado rumbo a Rectoría sin mirar el pasillo que daba a la
puerta 17, mi aula. Bueno, ya no lo era. Todo lo que parecía que completaría mi
mundo había desaparecido. Las clases, mis colegas amistosos, los alumnos, Mike…
Apenas
golpee la puerta de roble una voz amable invitó a pasar.
—¡Profesor
Ovensen!
—Buenas
tardes, bueno casi noches.
Sonrió.
—Es
verdad, ahora oscurece muy temprano. Por favor, coja asiento. Lo llamé porque
necesito saber si estará disponible el próximo cuatrimestre.
—No
tengo trabajo por el momento –me senté frente a ella.
—¡Genial!
Oh… Perdón –sonrió—. No es que me alegra que no haya encontrado trabajo. Es que
si estuviera ocupado sería un obstáculo para decirme que sí. Y… tengo una
propuesta. No sé si recuerda algo le había comentado sobre el curso superior.
—Creo
que no contarían con una docente.
—Exacto.
—Debería
traer un curriculum para la materia a enseñar.
—No
es necesario, profesor. Con sus antecedentes en tercer año me basta y sobra.
Presentó su título de ingeniero así que la materia que debe dar está más que
aprobada para usted.
—Gracias.
Necesito trabajar.
—Y
un docente como usted es lo que la Universidad necesita.
—Gracias
Rectora.
—Comenzará
en dos semanas y concluirá su curso en diciembre, antes de las fiestas. El pago
por sus horas de clase será…
—No,
está bien. No se preocupe. Tener trabajo ya es para no desperdiciar.
Quitó
sus gafas, apoyó sus manos en el escritorio, y me observó preocupada.
—Profesor
Ovensen… Le diré algo como consejo si me permite.
—Por
supuesto.
—Usted
vale mucho. Debe tener confianza en sí mismo y darse el lugar. Es ingeniero y
un excelente docente, no debería aceptar cualquier pago por su tiempo.
—La
necesidad tiene cara de hereje.
Sonrió
apenada.
—Entiendo.
Yo pagaré el precio de lo que significa tener un docente como usted en mi
plantel.
—Muchas
gracias.
—Se
lo merece, nunca lo olvide. No estoy regalándole nada.
Un
llamado a la puerta nos interrumpió.
—Disculpe,
¡adelante!
La
puerta se abrió y el aroma a lobo me envolvió. Comencé a transpirar en
milésimas de segundos, mi respiración se alteró… pero al escuchar la voz
femenina mi pulso volvió a la normalidad.
—Rectora,
buenas noches.
—Buenas
noches, ¿que necesitas, querida?
—Soy
Bua Fjellner. Hermana de Mike.
Giré
mi cabeza y la contemplé. Creo que ni lo pensé. Escuché su apellido y fue como
un choque eléctrico imposible de disimular. Ella me miró y abrió la boca como
si fuera a decir algo pero calló y se dirigió a la rectora.
—Traigo
una nota de mi hermano.
La
extendió y la rectora la cogió.
—Es
la renuncia formal al curso. Cree que a esta altura ya no habrá oportunidad
para otro alumno pero al menos el profesor no tendrá falsas expectativas al no
contarlo dentro de su curso.
—¿Por
qué? –Preguntó ella compungida—. ¿Por qué su hermano abandona cuando apenas
quedan dos semanas para finalizar el cuatrimestre? ¡Con las notas excelentes
que ha obtenido!
—Yo…
cumplo órdenes.
Levanté
la vista del suelo y me puse de pie. Recogí la nota del escritorio.
—Disculpe
el atrevimiento pero no acepte la renuncia, por favor.
—¡Me
encantaría! Aunque si el joven está decidido no podré hacer nada. Debe
presentarse al examen final en cinco días.
—No
vendrá, Rectora. Conozco a mi hermano.
—Hablaré
con él.
La
loba me miró.
—Profesor
Ovensen, sería magnífico que pudiera convencerlo –sonrió la Rectora.
—Lo
intentaré.
—No
creo sea buena idea –la loba me miró fijo y yo a ella.
—Llámeme
cuando necesite que me presente al nuevo curso. Ahora, permítame hablar con la
señorita. Si nos disculpa –señalé la puerta.
—¡Claro
qué sí! Esperaré hasta mañana para la decisión.
—Gracias.
Salí
de allí junto a la loba. Caminando por el pasillo ella rompió el silencio.
—Le
agradezco la intención, sin embargo Mike no cambiara su parecer.
—Ya
lo veremos. ¿Está afuera esperándola?
—No.
Está en casa, encerrado en su habitación. Ahora bien –se detuvo y cruzó los
brazos—, dígame como hará. ¿Atravesará la Reserva y golpeará la puerta de mi
casa?
Guardé
silencio.
—No,
¿verdad? Entonces, entrégueme la nota, usted y yo sabemos que no hará ese
sacrificio por él.
—El
sacrificio debió hacerlo él. Levantarse y seguir la vida, por él, por su
familia. Ya que Mike si cuenta con ella.
La
loba bajó la vista.
—Conté
a mi hermano que esa asesina mató a sus propios padres.
—No
quiero que me tenga lástima.
—Usted
sabe que mi hermano no lo mueve la lástima, sino el amor.
—No
voy a hablar del tema.
—¿Tiene
miedo jugarse?
—Señorita,
no sabe nada de esas cosas, es joven.
—Para
que sepa sí sé. Soy una loba que un día de la noche a la mañana destruyó toda
idea hipotética de su familia de verla casada con un lobo. Sin embargo, me
enamoré de un humano y pienso vivir con él hasta el fin de mis días.
—Los
nuestro es diferente.
—Claro,
lo sé. Digamos que una hermana de Asgard no ha asesinado a nadie de mi familia,
pero… eso no cambia que se hayan enamorado.
—Mike
está confundido. Salió de un desengaño y me crucé en su camino.
—¿En
serio cree lo que dice? Mike conoce varios machos apuestos e inteligentes. Pero
algo tiene usted que no vio en los demás.
—Soy
un vampiro.
Sonrió
de lado.
—Si
quiere pensar eso, lo entiendo. Está eligiendo el camino más fácil.
—Es
mejor para los dos olvidar lo nuestro. Me dará la razón con el tiempo.
—¿Y
si se equivoca? ¿Si deja pasar el tiempo y ya es tarde? Debo reconocer que es
muy valiente para jugarse algo tan importante como el amor.
—Eres
su hermana y comprendo que lo defiendas. Me lastimó, no me escuchó, me echó de
su vida.
Su
expresión cambio por una apenada.
—Por
favor, discúlpelo. Es arrebatado, lo admito. Le pido que no lo dejé hundirse en
la depresión.
—No
es depresión, es un capricho.
—Le
recuerdo que quien tiene un médico en la familia soy yo. No estoy echándole la
culpa. Solo que es el único que lo puede ayudar.
—Si
se siente mal por haber sido injusto, hagamos una cosa… —suspiré—. Dígale que
lo perdono, que siga su vida. No guardaré ningún rencor.
Me
miró por varios segundos.
—Mejor
hagamos otra cosa. Demuéstreme que tiene pelotas y dígaselo usted mismo en la
cara. Le puedo asegurar que la puerta de mi casa no estará cerrada para usted.
¿Se anima?
—No
iré, y usted no se engañe. Nunca sería bienvenido en su familia.
—Mi
madre me dijo que quiso hablar con usted, ¿no la quiso atender?
—Jamás
dejaría a una hembra en la puerta y me escondería. Charles, el dueño de casa me
puso al tanto de la visita. No me encontraba en la cabaña cuando ella fue. Si
me cree o no es cosa de ustedes. Sé cómo soy y como somos los Huilliches, pero
dígale que es mejor así. Mike me olvidará y seguirá su camino lejos de aquello
que les ha provocado a su familia y a él tanto dolor. Es mi hermana quien
asesinó a su padre y nadie cambiará ese aberrante hecho. Sin embargo, no voy a
permitir rebajarme ante ustedes como si toda mi estirpe fuera delincuente.
—Me
parece bien, pero como no podrá ver a Mike y convencerlo, devuélvame la nota.
Dudé,
pero al fin se la entregué. Me miró desilusionada.
—No
quiere pisar mi casa y eso se llama terquedad.
—Eso
se llama orgullo.
Giró
y avanzó por el pasillo pero al dar unos cuantos pasos se detuvo y me miró.
—Orgullo…
Un sentimiento que hay que saber usar en el momento adecuado. Porque nos
enaltece pero también nos destruye. Si es verdad que se enamoró de mi hermano y
lo amó, piense muy bien cuando poner en práctica el orgullo porque puede ser su
bienestar, pero también su fin.
Tim.
Terminé
de guardar las hormas de queso en los estantes de la cocina y puse agua para el
café. Me senté en un taburete cerca de la ventana, destornillador en mano y la
vieja radio que se negaba a funcionar.
Tendría
unos veinte años encima pero no quería desprenderme de ella. Mi padre solía
escuchar música por las tardes en su taller. Recuerdo entrar corriendo con mi
mochila al llegar del colegio y quedarme unos segundos observándolo sonreír ensimismado
en la tarea. Era carpintero, muy buen carpintero. Él construyó todos los
muebles de casa. Esos que de tan buena calidad no habían perecido con la helada
mortal.
En
mi infancia fui un niño feliz. No tuve lujos como los Rotemberg pero nadie
puede negar que disfruté mi infancia como merecen los críos. Es que nunca desee
tener esos coches a pilas o robots a control remoto, lo mío era correr carreras
por el bosque con mis amigos. Ir a nadar al rio en la época de verano, y
acampar con lo imprescindible para sentirme orgulloso de mi capacidad de
subsistencia. Fui un buen estudiante, tanto que mis padres pensaron que iría
por el Terciario y me recibiría con un título importante. Sin embargo mi afán
no iba por allí, mi sueño era no atarme al consumismo y afianzar el lazo con la
naturaleza. Por suerte no los defraudé. Porque su afán siempre fue verme feliz.
Y lo había logrado.
Por
supuesto la vida no es color de rosa aun para aquellos que vivimos satisfechos
con lo simple. Los perdí a los dos en menos de un año por la horrible
enfermedad que todos temen. El cáncer. Me sobrepuse al dolor porque es una
obligación levantarse y seguir luchando y también porque la tenía a ella, la
dueña de mi corazón.
Hace
más de ocho años otro episodio oscureció mis días… Mi hembra y mi bebé
perdieron la vida en el accidente, pero mis padres ya no vivían para contemplar
mi dolor. Eso fue una suerte dentro de la desgracia. No hubiera querido que me
vieran desolado, perdido, casi sin fuerzas para levantarme. No miento, me costó
reponerme. Lo logré gracias a amigos, a mi instinto de sobrevivir, y a mi fe.
Siempre creí que los muertos no se iban del todo. Así que por mis padres, por
ella, y por mi hijo, no podía darme el lujo de dejarme abatir. Tenía vida, por
alguna razón estaba vivo. Por ejemplo, proteger a Gloria.
Hace
un par de semanas sentía una angustia muy particular. No era la primera vez por
lo tanto reconocía que mi inquietud no nacía de mí. Difícil de explicar a
alguien que no ha sido guardián de otra persona. Muchas veces cuando nuestra
futura alfa se sentía triste o preocupada yo lo percibía. Aunque no la viera.
Generalmente hablaba con Bernardo sobre la sensación y él se encargaba de
hablar con ella. Esta vez, presentí que la pequeña estaba realmente afligida.
Su
congoja también era la mía. ¿La causa? Podría ser el gran malestar que estaba
gestándose entre lobos y vampiros.
La
puerta de la sala se escuchó y levanté la cabeza. No escuché su voz pero ya
conocía su forma de entrar y salir.
—¡Carl,
estoy en la cocina!
Apareció
luciendo una mirada apagada.
—¿Qué
ocurrió? ¿Tu amiga no apareció?
—No.
No creo que regrese. Tu sabes las cosas no andan bien entre lobos y vampiros.
Arquee
la ceja y continué con mi tarea.
—Pues,
tendrán que funcionar porque ambos vivimos en el mismo planeta.
—¡Qué
fácil lo dices!
—Es
la realidad. Habrá que colaborar de ambas partes. Porque al final criticamos a
los humanos y actuamos igual.
Arrimó
otro taburete y se sentó frente a mí.
—Yo
no estoy en contra de tener amigos vampiros.
Sonreí
antes de girar el destornillador sobre la tapa.
—Eso
ya lo sé. Has hecho amistad con la señorita vampiresa.
—Miyo
de señorita no tiene nada y eso creo que es lo que me encariña. Es simple sin
tantos adornos y ropas costosas. A ella no le importa estar descalza. Se
asombra de las pequeñas cosas que ocurren alrededor. Todo es una novedad. He
vivido tanto tiempo viajando por el mundo, reuniéndome con personas frías y
calculadoras que aman los lujos y frivolidades. Como mi familia, tal cual. Y
después de todo, ¿qué me quedó? Nada.
—Tienes
dos sobrinos y a tu hermana.
—Deja
ya ese afán de reconciliarme.
—Ella
no es igual que tu madre.
—No
sé. No me interesa averiguarlo. No le deseo mal, que siga su vida y se olvide
de mí.
—No
se olvidará, Carl. Eres su hermano.
—Se
le olvidó durante muchos años.
El
pitido de la cafetera interrumpió.
—Yo
haré el café –observó detenidamente la radio entre mis manos—. ¿No jodas que
intentarás componerla? ¡Cómprate otra por el gran Gumpe! Te prestaré dinero de
mi paga de sueldo. Mi empleador me paga muy bien –guiñó un ojo y sonreí.
—Es
que no es por ahorrar. Tiene muchos recuerdos. No quiero deshacerme de ella.
—De
ella, de tus cuatro camisas leñadoras, los tres jeans, y las botas de invierno.
Así no conquistarás una chica.
—¿Quién
te dijo que quiero conquistar a alguien?
—No
puedes estar solo para siempre.
—Tú
lo estás.
—No
te compares, eres un macho virtuoso.
—Anda,
que tú sabes que tienes virtudes, eres apuesto.
—Vaya…
Si no supiera con certeza que te gustan las hembras diría que quieres
conquistarme.
Reí.
—En
absoluto. Solo trato de convencer a un amigo de lo que vale.
Sirvió
el café en silencio y me ofreció una de las tazas.
—¿Azúcar?
—Dos
por favor.
—Aquí
tienes… ¿Nunca pensaste en rehacer tu vida?
—¿Te
refieres a tener una pareja?
—Sí,
desde que tu hembra falleció siempre te vi solo.
Encogí
los hombros.
—No
es que esté cerrado a las posibilidades pero no quiero forzar al destino.
Evidentemente no me he cruzado con alguien afín.
—Cualquiera
podría enamorarse de ti, ya sabes, eres un buen lobo. Buen amigo, trabajador.
¿No te gusta alguna chica en la reserva?
—No.
Tengo amigas pero no estoy enamorado.
—¿Cómo
sería tu modelo ideal?
Deposité
una de las partes de la radio sobre la mesa.
—Soy
muy simple. No sé… me gustaría alguien espiritual y que le guste la naturaleza.
En
ese momento se escuchó varios llamados a la puerta. Carl se dirigió a la sala y
yo cogí el mini soldador para unir dos cables sueltos.
En
segundos Bernardo se presentó en la cocina.
—¡Hola
Tim!
—¡Hola
Bernardo! ¿Todo bien? Pensaba ir a visitarte y conversar.
—¿Sobre
Gloria?
—Exacto.
Creo que no se encuentra bien anímicamente.
—Eso
es lo que pienso. Está muy callada y pensativa.
—¿Te
ha dicho algo del lobo blanco?
—No…
Pero quería proponerte algo.
—Te
escucho.
—¿Quieres
café? –ofreció Carl.
—Gracias
te acepto.
—Te
serviré y luego me iré a ver tv.
—Puedes
quedarte lo que hablaré con Tim no es un secreto.
—Coge
asiento, Bernardo.
—Gracias.
Gloria no estará feliz si no hacemos algo pronto. Ni ella ni ninguno de la
Reserva.
—¿A
qué te refieres? –abandoné la herramienta y la radio y lo miré preocupado.
—Todos
sabemos que la relación con los vampiros está tirante.
—Sí.
—No
podemos seguir así. Hay una frase en el Libro de los Lobos que me inquieta.
—¿La
del “gigante de fuego”?
—Exacto.
Habla de una unión, entre todos.
—“Antes
que el gigante de fuego despierte” –agregó Carl.
—Sí,
y no sabemos qué diablos significa exactamente pero el pedido de unión es claro
y debemos hacer algo.
—¿Qué
piensas hacer?
—Ir
a hablar con Sebastien Craig. Sin embargo creo que no debo ir solo. No porque
me crea inferior, todo lo contrario pienso que tenemos una relación amistosa.
Scarlet es madrina de Yako y la dama de los Craig es mi mejor amiga. Temo no
poder exponer el problema con objetividad.
—¿Entonces?
—Necesito
que vayamos los cuatro guardianes, como representantes del futuro alfa. ¿Qué
opinas?
—Me
parece bien. Cuenta con ello. ¿Le has dicho a Drank y a Louk?
—Aún
no. Quería saber que opinabas.
—Estoy
de acuerdo. Solo que hoy se venera a Heimdall, el Dios de la luz. Todos los años
llego hasta el cementerio donde descansan nuestros muertos para el ritual con
mis hermanos sami.
—No
te preocupes, tengo entendido que Drank viajará en estos días a Moscú con Anouk
para formalizar su relación y necesito que estemos los cuatro presentes –bebió
del café—. Sería maravilloso que los Gólubev pudieran visitar a su hija sin
esta tensión que flota en la reserva.
En
ese instante se escucharon llamados a la puerta. Carl fue a abrir mientras bebíamos
el café con Bernardo y comentaba sobre la salud de Mike. Lo conocíamos como un
chico alegre y trabajador. Últimamente parecía una sombra sin ganas de nada. La
desilusión amorosa por Kriger, poco después el asesinato a su padre… Y aunque
pudo distinguirse una mejoría al enamorarse del vampiro, al quebrarse la
relación era notorio que había vuelto a caer en la depresión. ¿Pero quién podía
ayudarlo? Sus amigos siempre estaban pendientes, incluso Bernardo, sin embargo
estaba seguro que necesitaba algo más como ser un profesional que entendiera la
gravedad de la situación.
De
pronto escuché a Carl discutir y la voz de una hembra que de inmediato
reconocí. Me excusé con Bernardo y me dirigí a la sala.
Sully
poco más que rogaba por algo y Carl mantenía la postura repitiendo, “no lo voy
a hacer”.
Me
acerqué no por curioso sino porque Carl había avanzado mucho desde que vivía
conmigo y no deseaba que alguien estropeara su nueva vida. Intentaba que mi
flamante amigo no guardara rencores porque solo provocaría dolor, pero viniendo
de los Rotemberg lo cierto es que no podía dar fe que siempre fueran buenas
intenciones.
—Buenos
días, Sully.
—Buenos
Días, Tim. Espero que estés bien.
Carl
interrumpió.
—Te
comento que no ha venido para expresar sus buenos deseos hacia ti, sino a
pedirme un favor al que por supuesto me negué.
—Tim,
nuestra madre está internada en estado delicado –trató de explicar.
—Tú
madre dirás, yo no tengo madre.
—Por
favor, necesito cuidarla esta noche y no sé con quién dejar los niños.
—Es
tu problema, Sully –remarcó Carl—. Será porque no tienes amigos en toda la
reserva.
Suspiré.
Carl
me miró.
—Olvídalo,
no me quedaré con esos demonios.
Bernardo
se acercó.
—Buen
día, Sully.
—Buen
día, Bernardo.
—Disculpen,
debo hablar con Louk. Nos reuniremos los cuatro la próxima semana si te parece.
—Por
supuesto, cuenta con ello.
Al
retomar los hermanos la conversación decidí retirarme. Era un estricto tema
familiar y no debía inmiscuirme así que solo le di un consejo a Carl y abandoné
la sala.
—Carl,
piensa bien tu respuesta, apoyaré lo que decidas.
Charles.
Terminaba
de pasar la aspiradora por la gran alfombra de la sala cuando Miyo interrumpió
feliz. De un salto se sentó en el sofá con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Qué
estás haciendo, Charles?
—Pues,
limpiaba la sala y ya casi termino. ¿Y tú?
—Terminé
de estudiar la tarea del vampiro lindo.
—Ah
– sonreí—, ¿Ivan?
—Sí.
Ivan, vampiro lindo.
—¿Y
qué has aprendido? –cogí asiento dejando la aspiradora a un lado.
—Verbos.
—¡Muy
bien!
—¿Quieres
que te los diga?
—Por
supuesto.
—Dime
cual.
—Mmm…
Limpiar.
—Limpiar…
Bueno… Es así… —observó el techo mientras pensaba—. ¡Yo sé!
Porque
no se dice Miyo sabe, se dice yo sé.
—Muy
bien. ¿Entonces, limpiar?
—Sí…
Si limpio ahora, es “presente”. Yo limpio, tú limpias, él limpia, nosotros
limpiamos, vosotros limpiáis, ellos limpian.
Aplaudí.
—¡Genial
Miyo!
—Espera
Charles, Miyo no terminó, ¡no! Yo no terminé.
—Ah,
perdón –me recosté en el respaldo del sofá.
—Si
yo limpié ayer es pasado. Yo limpié, tú limpiaste, él limpió, nosotros
limpiamos, vosotros limpiasteis, ellos limpiaron.
—¡Bravo!
—¡Sí!
–ella también aplaudió—. Si yo limpio mañana es, yo limpiaré, tú limpiarás, él
limpiará, nosotros limpiaremos, vosotros limpiareis, ellos limpiarán… y también
hay otros…
Después
de dos horas, Miyo seguía con el mismo entusiasmo y yo trataba de mantenerlo…
—Con
el verbo “vivir”, hay uno que se llama pluscuamperfecto y es, yo había vivido,
tú habías vivido…
Margaret
entró con la bolsa de compras.
—Holaaa,
¡Miyo a qué no sabes que te traje!
—Hola
Margaret, yo estaba contándole a Charles los verbos. Se dice yo estaba no Miyo
estaba.
—¡Muy
bien! ¿Te los sabes todos?
—Sí,
todos.
—Buena
chica. Me he acordado de lo que te gustan los caramelos de cereza y te traje
muchos.
—¡Gracias!
—¿Y
a mí qué me has traído Margaret? –bromee.
—A
ti te traje café molido importado de Colombia.
—¡Qué
bien! Gracias, querida.
Margaret
le entregó la bolsa de caramelos y los ojos de Miyo brillaron de alegría pero a
los segundos se apagaron.
—¿Qué
ocurre, Miyo?
—Miyo
se puso triste, ¡no! Yo me puse triste.
—¿Y
por qué?
—Porque
yo… yo convido… a mi amigo el lobo y ahora no puedo ir.
Suspiré.
—Tranquila,
es solo por un tiempo. Sebastien prefiere que guardemos distancia así ya no
tendremos tanta discordia al vernos. Verás que nos haremos amigos de nuevo.
—Pero…
si no nos vemos –pensó unos instantes—, no nos vamos a hacer amigos. Porque no
podemos hablar de lo que nos molesta.
Margaret
dejó las bolsas en el suelo y me miró arqueando la ceja.
—Pues…
No es tan fácil, a veces es necesario distancia, ¿entiendes?
—No,
Miyo no entiende. Yo no entiendo.
—A
ver –respiré profundo y carraspee—, es que los lobos ya saben lo que nos
molesta y no lo quieren cambiar por ahora.
—¿Y
los vampiros qué debemos cambiar? Si no hablamos no lo sabemos.
Margaret
se sentó en el sofá y se cruzó de brazos.
—Aguarden,
no tengo todas las respuestas. Deberían preguntarle a Sebastien –bufé.
En
ese momento entró Khatry.
—¡Hola!
¿Qué tal la playa? –preguntó Margaret poniéndose de pie y recogiendo las
bolsas.
—Bella
–contestó el guerrero—, el mar estaba calmo. Aunque el aire que he olido es…
—¡Olí!
–saltó Miyo entusiasmada—. Ya lo oliste, es verbo pasado.
Khatry
abrió la boca y no emitió sonido. Margaret sonrió.
—Querido,
tu hermanita está aprendiendo con su vampiro lindo, parece que da buenos
resultados.
—¿Y
Thashy? ¿No ha ido a pasear contigo? Los vi salir juntos –pregunté preocupado.
—Quiso
quedarse en la playa un tiempo más. Le gusta tener ciertos momentos de soledad
y concentración.
—¿Ha
recuperado el don de ver el futuro inmediato? –Margaret volvió a sentarse
entusiasmada.
—No
lo sé. Thashy es muy reservada e introvertida. La antítesis de Miyo. No en
talentosa, ambas lo son –sonrió mirando a su hermana.
—¡Sí!
Miyo vio a papá una vez. ¡No! Yooo, vi a papá una vez.
—¡Por
supuesto!
Reí,
y retomé la conversación llevado por la curiosidad.
—¿Qué
oliste en la playa, Khatry?
—El
aire traía un aroma horrible como a azufre.
—¿Qué
extraño? –se asombró Margaret.
—Quizás
de algún barco que se incendió –me preocupé.
—No
vimos barcos lejos de la costa, tampoco humo—.
—Bueno,
no nos preocupemos, después de todo si no había humo tal vez el viento trajo el
aroma de un lugar lejano.
—Cierto,
había viento.
—¡Oh,
ya sé! –Interrumpió Margaret—. Es la fiesta de los sami. Seguramente son las
fogatas en honor a los muertos. Ayer le conté la leyenda a Thashy. El bosque
donde habitan los aborígenes no está tan lejos.
—Es
verdad. Ahí tienes la respuesta Khatry –sonreí.
—¿Qué
queman que huele así?
—Pues
no lo sé. ¿Bebes un café? Probarás algo exquisito.
—Gracias.
Margaret
extendió la bolsa plateada y di un beso en sus labios. Me dirigí a la cocina
mientras ella conversaba con los Sherpa.
Al
colocar el nuevo filtro y abrir mi flamante regalo, volvieron las dudas.
Azufre…
¿Qué quemarían los sami? Y lo más importante, ¿serían ellos?
Sebastien.
Sentado
en la alfombra de la sala jugaba con Nicolay y su tren a pilas. Observaba en mi
hijo el ceño fruncido no precisamente debido a la concentración, sino a un
evidente enojo.
El
tren recorría las vías de forma lenta, acerqué uno de sus muñecos playmovil y
sugerí.
—¿Qué
tal si sube en la próxima estación?
Negó
con la cabeza rotundamente.
—¿Por
qué no? Será divertido.
—Eso
no es divertido. El tren va muy despacio y tiene que ir rápido.
—Pues,
faltará reponer pilas nuevas.
—No
quiero pilas nuevas.
—¿Y
qué quieres?
Encogió
los hombros.
—Dime,
¿quieres que juguemos a otro juego?
—¡No!
—Estás
enojado, ¿quieres contarme?
—¡No!
—¿Peter
se portó mal?
—¡No!
—Okay…
—me puse de pie y me dispuse a guardar el tren.
Me
siguió con la mirada a pesar de mantener el rictus de enojo.
—Ayúdame
a guardar los “playmovil”.
—¿Por
qué? No tengo ganas.
—Porque
hay cosas que no tenemos ganas de hacer y hay que hacerla igual. Usamos los
juguetes y ahora hay que guardarlos.
—En
la alfombra no molestan.
Lo
miré serio.
—Sabes
qué sí. Nicolay, guarda los juguetes. Te ayudaré.
—¡No
quiero! ¡Estoy cansado!
—¡Cansado
de qué!
Bianca
que bajaba la escalera escuchó la conversación.
—Puedo
guardarlos por esta vez.
—No,
los guardará él.
—Okay,
okay…
—¡Eres
malo! Como Branden y Boris. ¡Todos son malos!
—Ah,
la cosa viene por ahí… Siéntate en el sofá, tu y yo hablaremos largo y tendido
y después guardarás los juguetes.
Bianca
cogió su abrigo del perchero y sonrió.
—Amor,
iré de compras. Scarlet me dijo que había unas toallas para niña muy bonitas en
el Centro comercial.
—Quisiera
acompañarte pero…
—No
te preocupes. Aprovecha a Nicolay, Branden vendrá a la noche a buscarlo.
—¡No
quiero ir con Branden!
—¿Por
qué no quieres?
—¡Por
qué no!
—Uy,
día difícil, cariño. Los dejos a solas para que hablen.
—Nos
vemos, Bianca. Te amo.
—¡También
yo!
Cerró
la puerta y miré a Nicolay.
—Haremos
algo tú y yo. Prepararé una chocolatada para los dos, y hablaremos del porqué
estás tan enojado. Después guardaremos los juguetes.
—¿Chocolatada?
—Sí,
con galletas de vainilla.
—¿Hay
galletas de vainilla?
—Sí,
muchas.
—Pero
tú no comes galletas.
—Serán
todas para ti.
—¿Y
a los bebés no les daremos?
—No
pueden comer, aún son pequeños.
—Me
gusta la chocolatada con galletas de vainilla.
—¡Vamos
a la cocina!
—¿Y
Rose podría guardar los juguetes?
—No,
los guardarás tú.
—Ufaaa.
El
móvil vibró en mi bolsillo. Observé la pantalla… Bernardo…
—Bernardo,
buenas tardes.
—Buenas
tardes, Sebastien. ¿Cómo estás?
—Bien,
¿y tú?
—Bien…
Disculpa la molestia, necesito saber tu opinión.
—¿Mi
opinión? ¡Qué sorpresa! Okay, ¿sobre qué?
—Estuve
pensando que debemos reunirnos para hablar sobre la tensión que existe entre
nosotros, tú sabes… Ustedes y nosotros.
—¿Tu
y yo?
—Creo
que mejor sería si asisten los guardianes de Gloria, yo incluido por supuesto.
—¡Papáaaa!
–Nicolay llamó desde la cocina.
—¡Aguarda!
—¿Quieres
esperar?
—No,
le dije a mi hijo. Escucha, estoy abierto a la conciliación, plantear el
problema, y de nuestra parte colaborar con lo que sea necesario.
—Me
alegro escuchar eso ya que últimamente no se percibía una búsqueda de
acercamiento.
—¿Por
ti o por mí?
—Sebastien,
dejemos para la reunión cualquier resabio o reclamo.
—Estoy
de acuerdo solo que tú fuiste el que acaba de decir que yo no colaboro en la
paz.
—Bien…
Retomo… Debo esperar que Drank regrese de Moscú en la semana entrante.
—Okay,
le diré a mis hermanos. Si tú vas con los que crees que son la influencia para
Gloria no puedo asistir sin darles el lugar a Scarlet y a Lenya.
—Perfecto,
¿dónde?
—Mi
hotel.
—¡Papáaaa!
¡Tengo hambree!
—¡Un
segundo Nicolay!
—Prefiero
lugar neutral.
—No
puedo creerlo… Okay, como gustes.
—¿Te
parece la entrada de las cavernas? Sobre la costa. ¿Te ubicas?
—Claro,
dónde fue hallado Douglas cuando intentaron asesinarlo.
—Entonces,
allí no. No sería un buen ambiente para conciliar.
—Estoy
de acuerdo. Imagino que en la reserva tampoco. No nos quieren allí.
Silencio
entre los dos…
—Okay
Sebastien, en el hotel estará bien. Dime tú que día, así no te sientes obligado
a mis decisiones.
—Me
da igual, salvo dentro de diez días que viajo a la Isla, pon la fecha.
—Te
confirmo el día exacto que podemos asistir los cuatro.
—Bien,
le diré a mis hermanos. Cualquier imprevisto te mantengo al tanto.
—Okay,
que tengas buen día.
—Igual
para ti.
Thashy.
El
mar lamía la arena mientras caminaba por la orilla. En el horizonte el sol
estaba escondido hasta la mitad y lucía como galleta semi hundida en el café.
Mi piel desprendía un ligero aroma a coco que se mezclaba con el aire azufrado.
Pero era tanta la belleza de la playa que mi sentido del olfato no lograba
opacar. Necesitaba un lugar así para pensar sobre esos extraños sueños con
papá. ¿Por qué estaba rodeado de bosque y no entre las heladas cumbres donde
siempre habíamos vivido? ¿Por qué no lo soñaba con su colmillo de leopardo de
las nieves en su cuello y lo tenía yo en mis manos? En los sueños lo intentaba
devolver y él no lo quería… Despertaba inquieta, angustiada por no entender aun
lo que quería decirme. Solo su última frase hacía eco en mi mente… “Dáselo a
él”. ¿Él? ¿Y quién era él?
El
don de ver el futuro inmediato no me había dado respuesta. Pero siempre en la
mayoría de las imágenes estaban en el bosque…
Observé
frente a mí la costa calma. Arena fina y brillante que al esconderse el sol iba
tornándose de un gris apagado. A mi derecha, las olas bañaban la base del
acantilado. A la izquierda, el mar moría en un conjunto de árboles altos y
frondosos que parecía espesarse hacia adentro. El bosque...
Una
fina columna de humo sobresalía del verde y ocre de los pinos y se diluía hacia
el cielo. Era la fogata de los sami para los muertos. La historia que me había
contado Margaret ayer. Los Sherpa también creíamos en la conexión del alma y el
universo. No había un Dios particular sino campos de energía oscura o
brillante. Seres como los chamanes que al partir continuaban siendo iluminados,
y lugares mágicos que marcan valles sagrados. Y me pregunté… ¿Era el bosque de
los sami el mismo que el de mis sueños?
Cerré
los ojos y mi mente quedó en blanco… Instantes después, el bosque… Una gran
fogata… Humanos vestidos con ropa de colore vivos… Avancé entre ellos sin que
alguien me detuviera, como si fuera una más. Hasta que llegué a él… El lobo de
cabello rubio. El mismo que había visto en mis visiones aquella vez. ¿Por qué
él?
Sus
ojos miel casi tornasolados por las llamas me miraban sorprendidos. Estaba
claro que no me esperaba, no me conocía. Solo dijo, “gracias” y extendió la
mano. No comprendía porque me agradecía hasta que mis ojos fueron a mi mano
derecha. Era el objeto de mi padre tan amado que había guardado al morir y que
yo siempre llevaba como amuleto. El colmillo del leopardo de las nieves,
símbolo Sherpa.
Abrí
los ojos, a lo lejos la espesa arboleda… Y comencé andar hacia esa misteriosa
vegetación. Tenía muchas dudas sobre ese futuro que se mostraba con incógnitas.
Sin embargo de algo estaba segura, que nada en este mundo era por casualidad.