Capítulo
36.
Tiempo de cambios.
Liz.
Con
Lenya volvimos desanimados del hospital. Teníamos la cita para la ecografía y
Arve por fin podía estar presente. Pero la mala suerte quiso que un corte de
luz general debido a un pequeño temblor en Kirkenes, interrumpiera el estudio
apenas comenzábamos a inspeccionar. No hubo tiempo a nada, ni siquiera a
verificar si nuestro bebé se encontraba ubicado para nacer. Ni las medidas, ni
el sexo, ni la placenta, nada. Arve nos buscó una fecha próxima. La próxima
semana habría un turno a media tarde y no dudamos en aceptar, siempre y cuando
los temblores no continuaran. Según las noticias eran resultados de movimientos
sísmicos normales cada cincuenta años.
A
la tarde Natasha llegó con una maleta lista para viajar con Sebastien, Bianca,
y Ron, a la Isla del Oso. Montarían un laboratorio con el fin de investigar
sobre genética y posibles soluciones para nuestra raza. Era una buena idea,
ignorábamos mucho sobre nosotros y conocer a fondo nos llevaría a entender
varias incógnitas esenciales. Por ejemplo la cruza de razas. Claro que ese no
era mi problema porque Lenya y yo éramos vampiros y nuestro bebé gozaría de una
genética pura y estable, pero así como Douglas, hijo de loba y vampiro, otras
parejas podrían encontrarse ante el dilema si concebir sabiendo el error
genético.
Ivan
también llegó a Kirkenes pero con un fin diferente. Había sido contratado por
Sebastien y Khatry para que Miyo aprendiera cultura general y protocolo. Sonreí
de solo pensar cuantas canas verdes le sacaría al primogénito de los Gólubev.
Cuando
llegó Sebastien junto a mi marido del hotel Storn, aún debía esperar por el
regreso de Bianca del hospital así que compartimos un coñac, por supuesto yo
elegí beber un jugo de naranja. Nicolay llegó con su padre para aprovechar unas
horas antes de no verlo por un par de semanas. Al menos llenó el espacio. Se
extrañaba Charles en las reuniones, pero sabíamos que estaba feliz en su hogar
con Margaret y demasiado ocupado con Chelle y los Sherpa. La sala parecía más
grande de lo común. Numa y Dimitri habían salido muy temprano a la ciudad.
Rose, Sara, y Ekaterina, habían salido de compras por Kirkenes. De hecho Rodion
no bajó a la sala ya que intentaba dormir a Dyre.
A
la hora señalada para partir a la Isla, me despedí de ellos y subí a la
habitación. Lenya dio un vistazo al parque y alrededores ya que Ron no estaría
para vigilar la mansión. La sombra de Vilu Huilliche aún pesaba sobre nosotros.
Antes
de llegar a mi alcoba recorrí el pasillo de planta alta, silencioso. Las
puertas del resto de las habitaciones estaban cerradas. La penumbra de la tarde
iba ganando cada rincón de la enorme construcción. Por un instante añoré mi
hogar en Drobak. Es que salvo por Lenya me sentía a veces muy sola. Marin tenía
su vida atareada entre trabajo y marido, Scarlet… otro tanto. Repartía su
tiempo entre la Jefatura y Grigorii. Rose con sus estudios, Anne en su mundo, y
yo… tratando de hacer quehaceres domésticos que no preocuparan a mi marido.
Tenía licencia por embarazo en el Registro Civil así que tampoco podía
distraerme en el empleo. Pasear por la playa ni hablar, ya tenía un estado de
embarazo avanzado y el bebé era bastante grande para que mi movilidad fuera
normal.
Entré
a mi habitación y cogí el tejido sobre la cama. Extendí las agujas y observé el
punto “pavo real” que había aprendido de mi abuela. Quizás mañana terminaría la
prenda de abrigo para el bebé. Lo guardé en un estante del ropero donde tenía
la canasta con más ovillos de lana. Mis ojos fueron al estante de arriba… Cogí
el álbum de fotos y me senté sobre la cama. Uno de los pocos recuerdos que
había podido traer aquella vez que abandoné mi ciudad prácticamente con lo
puesto. Gracias a Bianca y Sebastien conté no solo con lo imprescindible sino
con mucho más de lo que podía imaginar.
La
imagen sonriente de Signy en la nieve, hizo que recordara esa tarde que fuimos
a pasear con mamá. Éramos muy niñas, quizás once o doce años. A mí ya me
encantaban los libros de vampiros…
Lenya
entró a la habitación y levanté la vista. Hablaba por el móvil con cara de
preocupado. Presté atención…
—¿No
podríamos cambiar la fecha, señor Ostrigh? ……………… Entiendo………….. Lo llamaré
para combinar la hora del encuentro……………… Gracias, que tenga buenas tardes.
Cortó
la llamada y me miró.
—Cariño,
¿mirabas fotos?
—Sí
–me hice a un lado para que se sentara sobre la cama—. ¿Qué ocurre que te
preocupa tanto?
—Es
Ostrigh, dueño de un viejo predio que Sebastien, Scarlet, y yo, estamos
interesados en comprar. Es un buen negocio.
—¿Un
predio? ¿Nueva inversión?
—Exacto.
Construir y habilitar otra sucursal del hotel.
—¿Pero
no es demasiado para Kirkenes? ¿Hay tantos turistas?
Suspiró
y acarició mi largo cabello.
—No
es Kirkenes. Es Bergen.
—Entonces,
¿la reunión es allí? ¿Eso te preocupa? ¿Irte de viaje?
—¿Qué
crees? Falta muy poco para que nazca el bebé. En la mansión no hay casi nadie
durante el día.
Besé
sus labios.
—Tranquilo,
aún no es fin de septiembre. Puedo arreglármelas muy bien.
—Pienso
si sería conveniente en llevarte conmigo pero has visto lo que dijo Arve. El
bebé parece ser muy grande y debes guardar en lo posible reposo hasta la fecha
probable de parto.
—Lo
sé. ¿Cuántos días estarás en Bergen?
—Solo
dos. Cerrar el trato, firmar, y el resto lo haremos cuando regrese Sebastien.
—No
es tanto tiempo dos días. Después de todo está Sara y Rodion por dos semanas,
debes aprovechar.
—Sí…
Estaba pensando…
—¿Qué?
—Como
tú ya no puedes visitar la reserva… ¿Qué tal si le dices a Drank y Anouk que
vengan mañana por la tarde?
—No
sé si estará apto para salir después de la conversión.
—Oh,
cierto. Bueno podrías intentarlo. Me quedaría más tranquilo sabiendo que estás
acompañada.
—Okay,
le enviaré un mensaje.
—Voy
a darme una ducha –sonrió seductor—. ¿Tendré el honor de qué me acompañes?
—El
honor es todo mío –reí.
Numa.
Regresé
con Dimitri a la casa de Charles. En la mansión Sebastien y Bianca ya habrían
partido y además mi estimado psicólogo debía ver a Ivan para saber que había
decidido con respecto a la chica Sherpa. No dudaba que el erudito primogénito
de los Gólubev aceptaría ser guía y profesor de Miyolangsangma. Ese era su
nombre completo. “Diosa que mora en la cima”. Con importante título, Ivan no
rechazaría el trabajo. Era una Sherpa y además Sebastien se lo había pedido
expresamente. No se le haría fácil aunque fuera el más inteligente de la
tierra. Aunque a decir verdad se había dedicado a la enseñanza de importantes
Universidades y codeado con prestigiosos catedráticos, sin embargo… lograr que
alguien que sabe tan poco del mundo humano llegara a actuar como la mayoría de
ellos, no era lo mismo.
Bianca,
Liz, Rodion, Brander, y algún ejemplo más, no habíamos tenido problema después
de convertirnos en vampiros. Por supuesto, fuimos humanos en gran parte de
nuestras vidas. El único ejemplo que podía asimilarse sería Scarlet cuando dejó
las cumbres para vivir con nosotros. Pero había una abismal diferencia. Adrien
nunca la apartó de lo básico de la educación humana. Y ser altanera y
contestaría era una clara elección de ella. No ocurría lo mismo con Miyo que
aunque no buscaron hacer daño, sin quererlo la aislaron del resto del mundo.
Los Sherpa había vivido así, salvajes pero puros de corazón. Khatry podía ser
la excepción ya que eligió seguir los consejos de Sebastien y adentrarse poco a
poco en las costumbres de la raza humana. Agni no era su padre aunque lo había
sentido entrañablemente cercano. Las chicas Sherpas siguieron una conducta
prácticamente impuesta por su prehistórica familia. Thashy podía decirse que lo
disimulaba más. La mayor de las hermanas era muy observadora y discreta, muy
inteligente y equilibrada, y eso ayudaba a que no metiera la pata en cualquier
reunión. Pobre Miyo, su espontaneidad e inocencia no le jugaba a favor.
Apenas
llegamos la sala charlaba distendida. Charles animaba a Margaret a que contara
una anécdota de Douglas de pequeño. Margaret reía seguramente recordando lo
gracioso del hecho. Khatry y Miyo estaban sentados frente a Iván. Chelle se
mantenía un poco más apartado. Y Thashy no se encontraba en la sala. Todos
saludaron con entusiasmo cuando nos vieron. Margaret ofreció café pero Dimitri
no aceptó.
—Gracias
Margaret pero ya debo regresar a Moscú o mi flamante esposa pedirá el divorcio.
Solo quería saber si mi hermano se
quedará hoy mismo en la mansión o regresará conmigo.
—Iré
contigo, antes de enseñar a Miyo debo cumplir con un par de obligaciones
contractuales. Estaré por aquí la semana entrante.
—Muchas
gracias –dijo Khatry.
—De
nada, es un honor.
Charles
se acercó a mí.
—¿Estás
bien?
—Sí,
lo estoy.
—Me
alegro. Y… sabes que soy curioso –sonreí—. ¿Puedo saber de dónde vienes?
Lo
miré con una calma que hacía mucho tiempo no gozaba.
—De
un entierro.
—Ah…
De
pronto la voz de Ivan hizo que prestara atención. Estaba de pie con su camisa
perfecta y almidonada y sus jeans negros.
—Si
me disculpan, antes de irme, necesito pedir disculpas.
Todos
nos miramos, incluso Dimitri se sorprendió.
Se
adelantó unos pasos hacia Chelle y con voz alta y firme continuó.
—Quiero
pedirte disculpas por aquel día. Ese que creímos todos que eras otro tipo de
vampiro. Es día que todos y cada uno, nos olvidamos quienes fueron los
Huilliches. Perdón por el mal trato, por mis amenazas y la violencia. Por
hacerte sentir inferior cuando nunca lo fuiste. Acepta mis disculpas, por
favor.
—No
era necesario, Ivan –contestó Chelle—. Menos que te disculpes frente a todos.
—Fíjate
que sí es necesario. Porque mis malas acciones fueron frente a testigos, lo
justo es que las disculpas también lo sean.
—Gracias,
acepto las disculpas –sonrió.
Abrí
la boca y la cerré. Así era Ivan Gólubev. Aristocrático, un poco pedante,
soberbio a veces, pero capaz de cometer hechos como estos, dignos de la
humildad de Mahatma Gandy.
Decidí
quedarme hasta el anochecer en la cabaña de Charles. Después partiría a la
mansión. Tenía una cita con Ekaterina en mi alcoba, una cita que ya se haría
postergado pero no dejaría que volviera a ocurrir.
Además
de poder tenerla entre mis brazos, hecho que ansiaba con el alma, debía
contarle lo ocurrido esta mañana con esas sombras fantasmales que me habían
perseguido en los sueños, y un psicólogo dispuesto a todo.
Con
Dimitri cogimos un coche de alquiler y él dio una dirección. Al principio no
supe dónde nos dirigíamos pero al recorrer el último tramo de viaje, mis ojos
se enfrentaron a unos altos murallones desgastados por donde sobresalían por
encima los picos de varios cipreses.
El
coche se detuvo en los portones y abrí la boca.
—¿Qué
hacemos aquí?
—Ya
sabrás –pagó el viaje y salimos como si fuéramos a dar un paseo por la Quinta
Avenida.
Avanzamos
hasta unas oficinas y entró decidido a hablar con un caballero en la mesa de
entradas. Lo seguí lentamente, dudando de mis propios pasos.
—Buenos
días, mi nombre es Dimitri Gólubev, si no me equivoco hablé con usted ayer. ¿Es
el encargado?
—Ah sí,
señor Gólubev.
—¿Qué
hacemos aquí? –repetí en voz baja pero no me respondió.
—Síganme,
por favor. Está todo listo –dijo el empleado del cementerio.
—Gracias.
Me
quedé estático, inmóvil en el mismo lugar sin dar un paso más.
—¿Qué
hacemos aquí? –repetí una vez más.
Dimitri
se detuvo y me miró.
—Enterrando
fantasmas.
—¿Qué?
Yo… mejor me voy.
—¿Te
irás? Piensa que puedes estar perdiendo una gran oportunidad. ¿Quieres sentirte
mejor?
—¡Qué
oportunidad voy a tener en un cementerio!
No
contestó pero aguardó mi reacción siguiente. Ya habíamos llegado hasta allí no
sé por qué motivo. Lo cierto es que no me quedaba opción si mi psicólogo
opinaba que el fin era sentirme mejor. Sinceramente había dudado de Dimitri
desde aquella primera entrevista forzada por mi padre y a lo largo de las
sesiones me había demostrado por mis adelantos que era brillante. ¿Podría dudar
ahora?
Lo
seguí con el corazón latiendo más rápido de lo común. Con una serie de sensaciones
encontradas. Confianza en él, miedo por lo que vendría, curiosidad, temor,
confusión.
Salimos
de la oficina y llegamos tras el encargado a una construcción muy grande. En
cemento grabado se leía, “Fosas comunes”. Una puerta de hierro doble hoja que
no tardó en abrir de par en par. Entramos al lugar… La luz natural de las
grandes claraboyas iluminaba columnas de tres metros formadas por urnas, una
pegada a la otra. El encargado se dirigió hacia la izquierda y se detuvo. Buscó
con los ojos hasta que estiró sus manos y extrajo una de ellas depositándola en
el suelo, después la otra.
—Aquí
están, como me pidió.
Mi
vista de vampiro alcanzó a leer perfectamente las pequeñas identificaciones.
Antes de reaccionar y echar a correr, los mencionó.
—¿Son
los restos que buscaba? –Miró a Dimitri—. Feuris Dahl y Aegileif Bergman.
Al
escuchar sus nombres retrocedí unos pasos hasta chocar mi espalda con una
pared. El encargado me miró preocupado.
—¿Se
siente bien?
—Sí
–balbucee.
Dimitri
continuó.
—Por
favor descubra las urnas, queremos corroborar que sean ellos.
—Por
el historial que busqué ayer, caballero… Creo que será casi imposible. Murieron
quemados.
—Hágalo
igual, por favor.
El
empleado quitó un manojo de herramientas de bolsillo y eligió una en particular.
Sin perder tiempo hizo palanca hasta abrir una urna, después la otra.
—Pues
sí –dijo el empleado—, hay algunos objetos de valor, bueno… de valor por
decirlo así.
—¿Podría
dejarnos un momento a solas? –sugirió Dimitri.
—Por
supuesto.
—Acércate
Numa. No conozco sus objetos, pero tú sí.
—¡Tú
estás loco! ¿Lo sabías? –exclamé indignado.
—Eso
dicen muchos, sé más original.
—¡No
voy a verlos!
—¿En
serio? ¿Y cómo sabes que son ellos? Quizás se salvaron del incendio. Tú dijiste
que Charles y Ron llegaron cuando estaba todo envuelto en llamas. ¿Y si
escaparon? Es tu oportunidad de constatar el deceso.
Dudé…
—Esto
es… escalofriante.
—Creo
que más escalofriante son tus pesadillas.
Volví
a dudar…
—No,
no lo voy a hacer. Quiero irme de aquí.
—Muy
bien, es tu decisión. Recuerda que pudo haber un error sobre todo porque nadie
reclamaría sus restos. Llamaré al empleado y nos iremos.
—¡No!
Espera… Espera… —respiré profundo—. Dame unos minutos… Solo unos minutos, por
favor.
—Lo
que quieras.
Mi
mente revivió aquel día que me quedé en la mansión sabiendo que Charles y Ron
irían para vengarse. Ni siquiera los había acompañado. Me quedé imaginando qué
podría pasar con esos miserables frente a dos vampiros poderosos. Sin embargo
no llegaron, un incendio fortuito devoró a mis progenitores. Eso habían dicho
los testigos. Y quise olvidar todo como si nada de ese suceso me interesaba,
como si yo no hubiera tenido que ver con ellos. Pero sí tenía que ver… Ambos se
habían encargado de hacer mi vida miserable, día a día, noche tras noche, había
sido su víctima desde que nací. ¿Estaban muertos? ¿Ya jamás podrían hacerme
daño? No había otra forma de convencerme…
Me
acerqué lentamente hasta poder ver lo que contenían las urnas. Sentí mi rostro
palidecer, mi pulso latir frenético.
—Estoy
aquí –dijo Dimitri—. No estás solo.
Asentí.
Fue
chocante ver restos consumidos. Contemplar ese color negruzco y opaco de los
huesos y ese aroma peculiar a quemado. Sin embargo lo que ganó mi atención con
el correr de los segundos fueron esos objetos que conocía tan bien. Un reloj de
hombre, de metal rectangular, billouterie barata de vidrio y acero. Y las
alianzas de plata en ambas urnas.
—Son
ellos –susurré casi sin voz.
—¿Estás
seguro?
—Sí.
El dije tiene su nombre y las alianzas… son ellos.
—Bien
–Dimitri se alejó hacia la puerta y llamó al encargado—. Estamos listos.
¿Estamos
listos? ¿Para qué? Pensé… Y salimos los dos de allí con el encargado y las
urnas.
Al
llegar a una interjección de dos senderos el hombre se detuvo. ¡Bill! Otro
humano se acercó.
—El
caballero es el señor Gólubev. ¿Tienes hechas las fosas?
—Sí,
todo listo.
Le
entregó las urnas y seguimos camino. Yo en silencio, tratando de adivinar como
terminaría todo esto. Caminando entre tumbas de mármol y otras de cemento
desgastado. Con lápidas ornamentales y otras rotas. Unas con flores frescas,
otras… marchitas. Todos, pobres, ricos, con deudores dolientes o familias
inexistentes. Todos estaban allí, muertos. Sin tener nunca más la posibilidad
de vivir una vida diferente a la que hicieron.
En
cambio yo estaba aquí, caminando junto a un psicólogo que se esforzaba por
curar mi psiquis, respirando el aire de alrededor, y con la oportunidad de
cambiar mi destino. Ser feliz o no, dependía de mí y de nadie más.
Cuando
nos detuvimos en las fosas cavadas el sepulturero depositó las urnas, cogió una
pala y preguntó.
—Las
lápidas estarán en un mes, ¿quieren algo especial de dedicatoria?
Dimitri
me miró.
Dudé…
—Sí,
quiero que digan, “Sobreviví, a pesar de ustedes”.
El
rubio vampiro sonrió de lado.
—Buena
frase, me gusta.
—A
mí también.
Cuando
el humano se disponía a echar tierra en los pozos, Dimitri lo detuvo y cogió la
pala.
—Gracias,
pero lo hará él.
Lo
miré sorprendido.
Acercó
la herramienta y la clavó a mi lado.
—Entiérralos.
—¿Yo?
—Sí,
tú debes enterrarlos. Para eso hemos venido aquí.
Cogí
la pala y obedecí. El humano se retiró y Dimitri se sentó sobre las raíces de
un árbol gigante. Encendió un cigarro y aguardó.
La
acción de enterrarlos nada tuvo de especial al principio pero luego… mi memoria
trajo los hechos aberrantes que había sufrido en mi niñez. Los golpes, el
maltrato, las humillaciones, el frío, el hambre, el desamor… Tanto… Con cada
palada que los hundía más y más mi pasado se enterraba con ellos.
Mi
pecho comenzó a agitarse, la respiración se entrecortaba con cada esfuerzo de
mis brazos. Mi corazón palpitaba fuerte, pero latía… latía… eso significaba que
estaba vivo. Yo sí estaba vivo.
Las
urnas fueron desapareciendo bajo la tierra oscura y apelmazada. Una y otra vez
continué, sin detenerme. Ya lo había comprobado, eran sus restos, eran ellos
que ya no se veían bajo mis pies. Me erguí y contemplé la tierra…
Cerré
los ojos con el temor de que la imágenes de esos cretinos surgiera en la mente,
sin embargo… quien comenzó a vislumbrarse cada vez más nítido fue Sebastien… Y
después Douglas, y Charles y Ron, Anthony, Rose, Bianca… Todos los que aún
estaban vivos junto a mí.
Abrí
los ojos y miré a Dimitri.
Exhaló
el humo de su cigarro y aguardó inmóvil clavándome la mirada púrpura de los
Gólubev.
Lancé
la pala a un costado y jadee por el esfuerzo. Casi no podía hablar pero tuve el
suficiente aliento para sonreír y decirle, “gracias”.
Chelle.
Entré
al edificio de la Universidad esperanzado que fuera un día tranquilo y ameno.
Debía continuar la clase sobre el hierro y níquel en el núcleo terrestre así
que había preparado un cuestionario para que investigaran los alumnos. Antes de
llegar a la puerta del aula me sorprendió no ver a nadie pululando los
alrededores. Siempre me esperaban llegar asomados a la puerta o recostados a la
pared en grupos de tres o cuatro. Nadie… Y la puerta cerrada.
De
pronto, la Rectora me llamó.
—¡Profesor
Ovensen!
—Buenos
días, Rectora.
—Oh…
suspiró agitada hasta llegar a mí—. ¡Qué pena me da!
—Disculpe…
—Es
que he llamado a su móvil desde ayer para notificarlo.
—¿A
mí? Es que tuve problemas con el móvil. ¿En qué puedo ayudarla?
—Lo
siento tanto… El profesor Vang regresó. Sinceramente es el titular y no podría
reemplazarlo bajo ningún concepto, a pesar de que su desempeño ha sido
maravilloso. Pero tengo una buena noticia.
—Sí…
La escucho… —contesté aún conmocionado por la llegada del antiguo profesor.
¿Y
ahora qué? ¿Me quedaba sin empleo?
—Venga
conmigo. Tengo una oferta que hacerle.
La
seguí como autómata. Ya no tener el cargo de docente me hacía sentir que estaba
en el mismo punto de partida. Entró al despacho y me invitó a sentarme.
—Ya
veo su cara de resignación, pero aguarde –quitó una carpeta azul y me la
ofreció—. Léala con tiempo. La próxima semana tendré que tener su respuesta.
—¿De
qué trata, Rectora?
—La
profesora de quinto año no renovará contrato con nosotros. Es decir Geología Superior
se quedará sin docente el próximo cuatrimestre. Sería el correspondiente a Marzo—
junio. Fíjese si podría cumplir con el programa de enseñanza elevado, para mí
sería un honor mantenerlo en nuestro staff. No me conteste ahora.
Cogí
la carpeta, dudoso. Yo daba clase en tercer año… Sin embargo, era mejor
intentarlo, ¿qué perdería?
—Muchas
gracias. Lo leeré y contestaré lo más pronto posible.
—Muy
bien. Lamento que no haya tenido más tiempo para avisar del regreso del señor
Vang.
—No
hay problema… Solo que… Me gustaría despedirme de los alumnos. ¿Podría?
—¡Por
supuesto! La clase terminará en cuarenta minutos.
—Gracias.
………………………………………………………………………………………………..
A
la hora señalada escuché tras la puerta cerrada el “hasta la próxima clase”,
del profesor. Ni un murmullo de parte de los alumnos, ni un “nos vemos profe” o
“¡qué pase bien!”, como solían decirme a mí. No sabría decir si había caído
bien la noticia de su regreso o si me extrañarían. Lo que sí estaba seguro que
yo los echaría de menos. ¿Y a Fjellner? ¿No lo vería más?
La
puerta se abrió y el profesor se alejó apresurado por el pasillo. Antes que los
alumnos comenzaran a salir del aula, entré. El sonido de fondo de las distintas
voces calló. Los miré desde la puerta y sonreí. No hubo rostro que no me mirara
con desilusión.
—Vine
a despedirme.
Avancé
hasta el pupitre ante la mirada de esos cuarenta y cuatro chicos que en muy
poco tiempo había comenzado a conocer y apreciar.
—¡Es
injusto! ¡Debía quedarse usted! –George fue el primero que habló.
—No
es así –respondí—. Yo estaba de paso.
—¿Hay
alguna forma que se quede? –preguntó Vanish.
—No,
él es titular en la materia.
—¡Pero
explica como el culo!
—¡Nix!
–llamé la atención.
—¿Y
si juntamos firmas? –sugirió Caro
—¡Sí!
¡Hagamos eso! –corearon.
—No
no, escuchen. No hagan nada que empeore la situación. Además no me despido del
todo. Quizás de clases para los de quinto.
—¿Y
tengo que esperar para verlo dos años? –se angustió Jenny.
Sonreí.
—Necesito
robarles unos minutos.
Los
que ya estaban de pie volvieron a sentarse.
—Quiero
contarles… que llegué aquí… sin tener prácticamente nada, ni siquiera
ilusiones. Perdí mi familia, mi país, mi hogar, todas mis posesiones. Tengo
solo un amigo, se llama Charles. Él y un guía llamado Sebastien, que me
orienta… Ambos fueron los únicos que me impulsaron a probar suerte como
profesor porque en realidad soy ingeniero. Entonces, probé aquí en la
Universidad porque había una vacante provisoria… Conseguí el cargo y traté de
desempeñarme dando todo de mí –sonreí con tristeza—, que mucho no era porque
solo tenía mi conocimiento.
Los
ojos de algunos alumnos brillaron emocionados.
—No
quiero que esta sea una despedida traumatizante para ninguno, solo necesitaba
hacerle saber lo importante que fueron. Quiero agradecerles a todos porque
también aprendí muchas cosas de parte de ustedes. De verdad. Nunca imaginarán
lo bien que me han hecho siendo mis alumnos y dándome un lugar que era de otro
profesor.
—A
nosotros nos inculcó el amor por su materia, la forma de estudiar más simple, y
otros consejos –dijo Mac.
—¡Se
lo ganó profe! –gritó Birmhan desde el fondo.
Fue
cuando lo vi… A Fjellner. Estaba sentado junto a su amigo, con la vista clavada
en su pupitre. Seguramente pensaría lo mismo que yo. No nos veríamos a menudo.
Quizás no nos cruzaríamos jamás en la ciudad de Kirkenes, punto de posible
reunión de vampiros y lobos.
Los
alumnos fueron abandonando el aula. No hubo uno que partiera sin demostrar su
cariño y agradecimiento. Sentí que la experiencia había valido la pena. Todo lo
logrado era gracias a la relación que había formado entre docente y alumno.
Muchas veces muy difícil de mantener en el curso.
Birmhan
y Fjellner fueron los últimos en salir del aula. El lobo calzó la mochila y se
adelantó mientras su amigo cogía sus útiles en la mesa. Esta vez no simulé
buscar carpetas, lista, o cualquier cosa que me desviara de su rostro. Esta
vez… esperé a que llegara con los ojos fijos en los suyos. Si no lo vería más
deseaba que ese ámbar se grabara en mi memoria.
—Profesor
–se dirigió a mí como debía llamarme cualquier alumno—, me despido. Ya no nos
veremos.
La
frase me impactó de tal forma que percibí la hiel por mi garganta. El pecho
comprimirse. Mis cuerdas vocales enmudecerse. El torrente sanguíneo repartiendo
la angustia por cada rincón de mi cuerpo. Las mismas sensaciones que te llegan
cuando escucharás una mala noticia que ya presupones.
—Le
deseo suerte –después en tono muy bajo y después de cerciorarse que su amigo
continuaba lejos, continuó—. Sabemos que ni yo pisaré la mansión, ni tú irás a
visitarme a la reserva. No tenemos un vínculo que pueda justificar el encuentro
en ambos territorios. ¿Encontrarnos en Kirkenes? Tal vez, pero lo cierto es que
ni siquiera somos amigos. Un ex alumno y un profesor. Así que… prefiero
despedirme y desearle suerte por las dudas.
Abrí
la boca y la cerré. Incapaz de poder decirle, “no me hagas esto, dame otra
oportunidad.”
—Agradezco
todo lo que hiciste por mí, aun sin querer comprometerte.
—No
hice nada –balbucee al fin.
—Eso
es lo que crees. Será porque nunca sentiste lo mismo que yo –volvió a mirar a
su amigo alejado—. Entérate que me diste una ilusión de amar otra vez y
olvidarme el pasado amargo. A partir de enamorarme de ti, entendí que la vida
da oportunidades y que debes creer que lo malo no durará para siempre. Gracias.
Suerte en todo lo que emprendas, de corazón.
—Muchas
gracias —tragué saliva y extendí mi mano.
La
observó en el aire y luego me miró a los ojos.
—No
puedo estrechar tu mano. Aunque no lo entiendas, al menos sabes el porqué. Me desarmaría,
me partiría en trozos, inclusive… me animaría hacer lo nunca me animé por no
perjudicarte. Así que, no.
Y
se fue, partió del aula dejándome el corazón hecho pedazos.
Birmhan
se acercó sonriente.
—¡Profesor
le deseo suerte!
Sonreí
a duras penas tratando de sobreponerme.
—Gracias
Birmhan. Le deseo lo mismo y que cuide esos atracones que se da de vez en
cuando.
Rio.
—Lo
haré. ¡Ah! –quitó un papel con un número y lo extendió—. Mi hermana debe rendir
libre Geología. Pensé que si la llama y combinan una cita para apoyo en la
materia sería beneficiosa para ella y para usted. Si no trabajará hasta el
próximo cuatrimestre le vendrá bien un dinero. No será mucho pero…
—¡Muchas
gracias! Lo anotaré ya mismo en el móvil –lo cogí emocionado.
—Suerte
profesor y gracias por todo.
—De
nada…
Ingresé
el número en mis contactos con el nombre de Birmhan. Observé el recinto… El
aula quedó vacía como mi corazón. Me retiré rumbo a la casa de Charles. Al
menos tendría un amigo como él para contarle como me sentía. Mientras caminaba
por el pasillo hacia la salida, la sonrisa de Charles y sus consejos me
hicieron pensar si era hora de dejar de ser cobarde.
Mike.
Me
senté junto a mi amigo que esperaba por su chica en los primeros escalones de
la Universidad. El edificio a mi espalda y la calle transitada frente a mí.
Aquí estaba… En el punto de partida de un corazón solitario. Sentía un nudo en
la garganta que me esforzaba por mantener y no romper a llorar. Hubiera sido
ridículo. Porque a las chicas les queda bien no a nosotros. Esa imagen machista
y desnaturalizada que tiene el mundo en general. Como si los hombres no
debiéramos demostrar sentimientos. A ver… Me quedaba sin él, no lo vería más,
¿cómo haría para levantarme por la mañana planeando algún encuentro a solas o
pensando que decirle para convencerlo? ¿Otra pérdida? Mi ex novio aunque no
valiera la pena, después mi padre, ahora él…
Un
golpe en el hombro me hizo reaccionar.
—¡Anda!
Si quieres llorar, llora. No se lo diré a nadie –Birmhan sonrió con pena.
—Gracias,
sé que no se lo dirías a nadie. Pero, ¿para qué? No lograría hacerlo volver por
mí.
—Bueno,
sacarás toda esa rabia y tristeza que tienes, es mejor afuera que adentro.
Mientras me terminaré estas galletas de chocolate que tengo en el bolsillo.
Sonreí.
—Debes
comenzar a comer mejor.
—Ni
loco, la comida y el sexo es lo único que me llevaré de este puto mundo.
Sonreí
otra vez.
—Además…
hay cosas peores. Como dejar a tu chica embarazada.
Lo
miré sorprendido.
—¿La
embarazaste?
—Sí,
y quiere casarse. ¿Y sabes qué? No tengo trabajo. ¿Qué haremos?
—Tranquilo,
debe haber solución.
—¿Antes
o después que su padre me asesine?
—¿Quieres
que hable con él?
—Sí
que últimamente tienes instinto suicida, ¡eh!
—Si
no tienes trabajo puedes conseguir uno. Lo importante es si la amas, ¿la amas?
—Sí,
la amo. Aunque no imaginaba este futuro.
—La
vida es así. Tú proyectas y ella hace lo que se le antoja contigo. Bienvenido
al destino.
—Oye…
Es Ovensen. Allí –señaló la acera—. Seguro va hasta la esquina para cruzar la
plaza.
Seguí
su dedo índice y lo vi.
—Déjalo,
¿qué voy a hacer? Suplicarle que tengamos algo serio.
Chelle
llegó a la esquina solitaria, se detuvo y giró su rostro hacia nosotros. Me
miró fijo y después pareció echar un vistazo alrededor. Ya no había alumnos
rondando, ni profesores. Nuestra materia era la última de la jornada. Bajó la
vista y volvió a mirarme…
—¡Fjellner!
Quedé
petrificado.
—¡Está
llamándote! Jodeeer, te llama, ¡Ve! ¿Qué esperas?
—¿Es
a mí?
—¡Claro
idiota! ¡Tú eres Fjellner!
Me
puse de pie y la mochila resbaló de mi hombro y cayó al suelo.
—Te
la cuido, si no vuelves ve a buscarla a casa.
—Ya
regreso –balbucee.
Avancé
con las piernas temblando. ¿Qué iría a decirme? ¿Qué deseaba que nos viéramos a
escondidas? Cielos…
Llegué
hasta él sin dejar de mirarlo a los ojos. Me detuve a menos de un metro de
distancia de su cuerpo.
—¿Me
llamaste? –tartamudee.
—Sí…
—Dime…
—respiré profundo.
—Quería
pedirte que aunque no esté no abandones las clases. Eres brillante.
—¿Eso
querías decirme?
—Sí,
y que… pienses que tienes mucho por delante. Una familia que seguro te ama y
quiere verte bien.
Mordí
mis labios con cierta desilusión.
—Okay,
¿algo más?
Me
miró fijo con los labios entreabiertos como si quisiera decir muchas cosas y no
se animaba.
—Me
voy, entonces… Si no tienes que decirme nada más…
—Sí…
Tengo…
Dio
varios pasos hasta rozarnos. Las manos cogieron mi rostro y me atrajo hasta sus
labios. Y me besó… Joder… me besó. Con esa pasión que tanto había soñado. El
movimiento de la boca presionando la mía, la lengua acariciando cada rincón
esperando mi respuesta. Por supuesto que no lo hice rogar. Mis dedos se
enredaron en el cabello e incliné el rostro para un mejor ángulo. ¡Sí señores!
Este tenía que ser el mejor beso de mi vida.
Lo
dejé ser dueño de mi boca, porque ya lo era. Y me dejó ser dueño de la suya
porque me la había ganado. Por tanto amor, por tantos sueños sin poder
compartirlos con él. Ese sabor a menta, chocolate, y tabaco. Esos fríos labios
y a la vez tan calientes. Esa urgencia mezclada con deseo acumulado. Las
lenguas acariciándose con el mismo compás de tus latidos. El gemido ahogado
compartido mientras el aire te escasea pero no te importa. No te importa… Nada
te importa… Aunque hubieras muerto en ese beso.
No
sé cuánto duró ese dichoso momento. Seguramente menos de lo que me hubiera gustado.
Sin embargo ocurrió por su iniciativa y para mí fue tocar el cielo con las
manos.
Cuando
nos separamos apenas, acarició mis labios con los suyos. Los ojos cerrados, su
cuerpo ahora tibio a través de la ropa.
—Eso
quería decirte –susurró—. Es lo que siento por ti. Que cada vez que te ibas del
aula te llevabas parte de este vampiro. Que te ama siendo tú un lobo, esos a
los que tanto temía. No quería dejar de verte sin que lo supieras.
Acarició
mi mejilla y me miró con tristeza.
—¿Podría
traducirlo como un “hasta pronto?” –murmuré.
—Sí,
quizás.
Se
alejó cruzando la calle y ya no giró para verme. En mí esa desesperación que nace
desde lo profundo de tu ser, en la quieres gritar, ¡no te vayas! Y a la vez
sabes que no es el momento para que se quede allí, contigo… Sin importar el
mundo y las razas.
Me
quedé con los labios ardiendo y mi corazón galopando como caballo salvaje. Me
dije a mí mismo…
—Sí…
quizás…