INTRODUCCIÓN

Introducción:

Dentro de los Sami, una raza milenaria se ha mantenido en secreto. Los lobos basados en la naturaleza y el honor han logrado la supervivencia lejos del ojo humano.

La reserva es su hogar y transitaré en ella para conocer cada secreto. Es un gusto que ustedes me acompañen. Estoy segura que reirán y se emocionarán.

Por mi parte cada línea, cada párrafo sobre ellos, me ha llevado a un mundo de misterio y fascinación.

Lo siento no puedo prescindir de ellos. Ellos… también me han atrapado.

sábado, 4 de abril de 2020

¡Hola mis lectores! Capi nuevo para ustedes con el título Tiempo de cambios. Espero les guste. Un beso grande y feliz semana para todos. Muchas gracias por comentar.


Capítulo 36.
Tiempo de cambios.

Liz.

Con Lenya volvimos desanimados del hospital. Teníamos la cita para la ecografía y Arve por fin podía estar presente. Pero la mala suerte quiso que un corte de luz general debido a un pequeño temblor en Kirkenes, interrumpiera el estudio apenas comenzábamos a inspeccionar. No hubo tiempo a nada, ni siquiera a verificar si nuestro bebé se encontraba ubicado para nacer. Ni las medidas, ni el sexo, ni la placenta, nada. Arve nos buscó una fecha próxima. La próxima semana habría un turno a media tarde y no dudamos en aceptar, siempre y cuando los temblores no continuaran. Según las noticias eran resultados de movimientos sísmicos normales cada cincuenta años.

A la tarde Natasha llegó con una maleta lista para viajar con Sebastien, Bianca, y Ron, a la Isla del Oso. Montarían un laboratorio con el fin de investigar sobre genética y posibles soluciones para nuestra raza. Era una buena idea, ignorábamos mucho sobre nosotros y conocer a fondo nos llevaría a entender varias incógnitas esenciales. Por ejemplo la cruza de razas. Claro que ese no era mi problema porque Lenya y yo éramos vampiros y nuestro bebé gozaría de una genética pura y estable, pero así como Douglas, hijo de loba y vampiro, otras parejas podrían encontrarse ante el dilema si concebir sabiendo el error genético.

Ivan también llegó a Kirkenes pero con un fin diferente. Había sido contratado por Sebastien y Khatry para que Miyo aprendiera cultura general y protocolo. Sonreí de solo pensar cuantas canas verdes le sacaría al primogénito de los Gólubev.

Cuando llegó Sebastien junto a mi marido del hotel Storn, aún debía esperar por el regreso de Bianca del hospital así que compartimos un coñac, por supuesto yo elegí beber un jugo de naranja. Nicolay llegó con su padre para aprovechar unas horas antes de no verlo por un par de semanas. Al menos llenó el espacio. Se extrañaba Charles en las reuniones, pero sabíamos que estaba feliz en su hogar con Margaret y demasiado ocupado con Chelle y los Sherpa. La sala parecía más grande de lo común. Numa y Dimitri habían salido muy temprano a la ciudad. Rose, Sara, y Ekaterina, habían salido de compras por Kirkenes. De hecho Rodion no bajó a la sala ya que intentaba dormir a Dyre.

A la hora señalada para partir a la Isla, me despedí de ellos y subí a la habitación. Lenya dio un vistazo al parque y alrededores ya que Ron no estaría para vigilar la mansión. La sombra de Vilu Huilliche aún pesaba sobre nosotros.

Antes de llegar a mi alcoba recorrí el pasillo de planta alta, silencioso. Las puertas del resto de las habitaciones estaban cerradas. La penumbra de la tarde iba ganando cada rincón de la enorme construcción. Por un instante añoré mi hogar en Drobak. Es que salvo por Lenya me sentía a veces muy sola. Marin tenía su vida atareada entre trabajo y marido, Scarlet… otro tanto. Repartía su tiempo entre la Jefatura y Grigorii. Rose con sus estudios, Anne en su mundo, y yo… tratando de hacer quehaceres domésticos que no preocuparan a mi marido. Tenía licencia por embarazo en el Registro Civil así que tampoco podía distraerme en el empleo. Pasear por la playa ni hablar, ya tenía un estado de embarazo avanzado y el bebé era bastante grande para que mi movilidad fuera normal.

Entré a mi habitación y cogí el tejido sobre la cama. Extendí las agujas y observé el punto “pavo real” que había aprendido de mi abuela. Quizás mañana terminaría la prenda de abrigo para el bebé. Lo guardé en un estante del ropero donde tenía la canasta con más ovillos de lana. Mis ojos fueron al estante de arriba… Cogí el álbum de fotos y me senté sobre la cama. Uno de los pocos recuerdos que había podido traer aquella vez que abandoné mi ciudad prácticamente con lo puesto. Gracias a Bianca y Sebastien conté no solo con lo imprescindible sino con mucho más de lo que podía imaginar.

La imagen sonriente de Signy en la nieve, hizo que recordara esa tarde que fuimos a pasear con mamá. Éramos muy niñas, quizás once o doce años. A mí ya me encantaban los libros de vampiros…

Lenya entró a la habitación y levanté la vista. Hablaba por el móvil con cara de preocupado. Presté atención…

—¿No podríamos cambiar la fecha, señor Ostrigh? ……………… Entiendo………….. Lo llamaré para combinar la hora del encuentro……………… Gracias, que tenga buenas tardes.

Cortó la llamada y me miró.

—Cariño, ¿mirabas fotos?
—Sí –me hice a un lado para que se sentara sobre la cama—. ¿Qué ocurre que te preocupa tanto?
—Es Ostrigh, dueño de un viejo predio que Sebastien, Scarlet, y yo, estamos interesados en comprar. Es un buen negocio.
—¿Un predio? ¿Nueva inversión?
—Exacto. Construir y habilitar otra sucursal del hotel.
—¿Pero no es demasiado para Kirkenes? ¿Hay tantos turistas?

Suspiró y acarició mi largo cabello.

—No es Kirkenes. Es Bergen.
—Entonces, ¿la reunión es allí? ¿Eso te preocupa? ¿Irte de viaje?
—¿Qué crees? Falta muy poco para que nazca el bebé. En la mansión no hay casi nadie durante el día.

Besé sus labios.

—Tranquilo, aún no es fin de septiembre. Puedo arreglármelas muy bien.
—Pienso si sería conveniente en llevarte conmigo pero has visto lo que dijo Arve. El bebé parece ser muy grande y debes guardar en lo posible reposo hasta la fecha probable de parto.
—Lo sé. ¿Cuántos días estarás en Bergen?
—Solo dos. Cerrar el trato, firmar, y el resto lo haremos cuando regrese Sebastien.
—No es tanto tiempo dos días. Después de todo está Sara y Rodion por dos semanas, debes aprovechar.
—Sí… Estaba pensando…
—¿Qué?
—Como tú ya no puedes visitar la reserva… ¿Qué tal si le dices a Drank y Anouk que vengan mañana por la tarde?
—No sé si estará apto para salir después de la conversión.
—Oh, cierto. Bueno podrías intentarlo. Me quedaría más tranquilo sabiendo que estás acompañada.
—Okay, le enviaré un mensaje.
—Voy a darme una ducha –sonrió seductor—. ¿Tendré el honor de qué me acompañes?
—El honor es todo mío –reí.

Numa.


Regresé con Dimitri a la casa de Charles. En la mansión Sebastien y Bianca ya habrían partido y además mi estimado psicólogo debía ver a Ivan para saber que había decidido con respecto a la chica Sherpa. No dudaba que el erudito primogénito de los Gólubev aceptaría ser guía y profesor de Miyolangsangma. Ese era su nombre completo. “Diosa que mora en la cima”. Con importante título, Ivan no rechazaría el trabajo. Era una Sherpa y además Sebastien se lo había pedido expresamente. No se le haría fácil aunque fuera el más inteligente de la tierra. Aunque a decir verdad se había dedicado a la enseñanza de importantes Universidades y codeado con prestigiosos catedráticos, sin embargo… lograr que alguien que sabe tan poco del mundo humano llegara a actuar como la mayoría de ellos, no era lo mismo.

Bianca, Liz, Rodion, Brander, y algún ejemplo más, no habíamos tenido problema después de convertirnos en vampiros. Por supuesto, fuimos humanos en gran parte de nuestras vidas. El único ejemplo que podía asimilarse sería Scarlet cuando dejó las cumbres para vivir con nosotros. Pero había una abismal diferencia. Adrien nunca la apartó de lo básico de la educación humana. Y ser altanera y contestaría era una clara elección de ella. No ocurría lo mismo con Miyo que aunque no buscaron hacer daño, sin quererlo la aislaron del resto del mundo. Los Sherpa había vivido así, salvajes pero puros de corazón. Khatry podía ser la excepción ya que eligió seguir los consejos de Sebastien y adentrarse poco a poco en las costumbres de la raza humana. Agni no era su padre aunque lo había sentido entrañablemente cercano. Las chicas Sherpas siguieron una conducta prácticamente impuesta por su prehistórica familia. Thashy podía decirse que lo disimulaba más. La mayor de las hermanas era muy observadora y discreta, muy inteligente y equilibrada, y eso ayudaba a que no metiera la pata en cualquier reunión. Pobre Miyo, su espontaneidad e inocencia no le jugaba a favor.

Apenas llegamos la sala charlaba distendida. Charles animaba a Margaret a que contara una anécdota de Douglas de pequeño. Margaret reía seguramente recordando lo gracioso del hecho. Khatry y Miyo estaban sentados frente a Iván. Chelle se mantenía un poco más apartado. Y Thashy no se encontraba en la sala. Todos saludaron con entusiasmo cuando nos vieron. Margaret ofreció café pero Dimitri no aceptó.

—Gracias Margaret pero ya debo regresar a Moscú o mi flamante esposa pedirá el divorcio. Solo quería saber  si mi hermano se quedará hoy mismo en la mansión o regresará conmigo.
—Iré contigo, antes de enseñar a Miyo debo cumplir con un par de obligaciones contractuales. Estaré por aquí la semana entrante.
—Muchas gracias –dijo Khatry.
—De nada, es un honor.

Charles se acercó a mí.

—¿Estás bien?
—Sí, lo estoy.
—Me alegro. Y… sabes que soy curioso –sonreí—. ¿Puedo saber de dónde vienes?

Lo miré con una calma que hacía mucho tiempo no gozaba.

—De un entierro.
—Ah…

De pronto la voz de Ivan hizo que prestara atención. Estaba de pie con su camisa perfecta y almidonada y sus jeans negros.

—Si me disculpan, antes de irme, necesito pedir disculpas.

Todos nos miramos, incluso Dimitri se sorprendió.

Se adelantó unos pasos hacia Chelle y con voz alta y firme continuó.

—Quiero pedirte disculpas por aquel día. Ese que creímos todos que eras otro tipo de vampiro. Es día que todos y cada uno, nos olvidamos quienes fueron los Huilliches. Perdón por el mal trato, por mis amenazas y la violencia. Por hacerte sentir inferior cuando nunca lo fuiste. Acepta mis disculpas, por favor.
—No era necesario, Ivan –contestó Chelle—. Menos que te disculpes frente a todos.
—Fíjate que sí es necesario. Porque mis malas acciones fueron frente a testigos, lo justo es que las disculpas también lo sean.
—Gracias, acepto las disculpas –sonrió.

Abrí la boca y la cerré. Así era Ivan Gólubev. Aristocrático, un poco pedante, soberbio a veces, pero capaz de cometer hechos como estos, dignos de la humildad de Mahatma Gandy.

Decidí quedarme hasta el anochecer en la cabaña de Charles. Después partiría a la mansión. Tenía una cita con Ekaterina en mi alcoba, una cita que ya se haría postergado pero no dejaría que volviera a ocurrir.

Además de poder tenerla entre mis brazos, hecho que ansiaba con el alma, debía contarle lo ocurrido esta mañana con esas sombras fantasmales que me habían perseguido en los sueños, y un psicólogo dispuesto a todo.

Con Dimitri cogimos un coche de alquiler y él dio una dirección. Al principio no supe dónde nos dirigíamos pero al recorrer el último tramo de viaje, mis ojos se enfrentaron a unos altos murallones desgastados por donde sobresalían por encima los picos de varios cipreses.

El coche se detuvo en los portones y abrí la boca.
—¿Qué hacemos aquí?
—Ya sabrás –pagó el viaje y salimos como si fuéramos a dar un paseo por la Quinta Avenida.

Avanzamos hasta unas oficinas y entró decidido a hablar con un caballero en la mesa de entradas. Lo seguí lentamente, dudando de mis propios pasos.

—Buenos días, mi nombre es Dimitri Gólubev, si no me equivoco hablé con usted ayer. ¿Es el encargado?
—Ah sí, señor Gólubev.
—¿Qué hacemos aquí? –repetí en voz baja pero no me respondió.
—Síganme, por favor. Está todo listo –dijo el empleado del cementerio.
—Gracias.

Me quedé estático, inmóvil en el mismo lugar sin dar un paso más.

—¿Qué hacemos aquí? –repetí una vez más.

Dimitri se detuvo y me miró.

—Enterrando fantasmas.
—¿Qué? Yo… mejor me voy.
—¿Te irás? Piensa que puedes estar perdiendo una gran oportunidad. ¿Quieres sentirte mejor?
—¡Qué oportunidad voy a tener en un cementerio!

No contestó pero aguardó mi reacción siguiente. Ya habíamos llegado hasta allí no sé por qué motivo. Lo cierto es que no me quedaba opción si mi psicólogo opinaba que el fin era sentirme mejor. Sinceramente había dudado de Dimitri desde aquella primera entrevista forzada por mi padre y a lo largo de las sesiones me había demostrado por mis adelantos que era brillante. ¿Podría dudar ahora?

Lo seguí con el corazón latiendo más rápido de lo común. Con una serie de sensaciones encontradas. Confianza en él, miedo por lo que vendría, curiosidad, temor, confusión.

Salimos de la oficina y llegamos tras el encargado a una construcción muy grande. En cemento grabado se leía, “Fosas comunes”. Una puerta de hierro doble hoja que no tardó en abrir de par en par. Entramos al lugar… La luz natural de las grandes claraboyas iluminaba columnas de tres metros formadas por urnas, una pegada a la otra. El encargado se dirigió hacia la izquierda y se detuvo. Buscó con los ojos hasta que estiró sus manos y extrajo una de ellas depositándola en el suelo, después la otra.
—Aquí están, como me pidió.

Mi vista de vampiro alcanzó a leer perfectamente las pequeñas identificaciones. Antes de reaccionar y echar a correr, los mencionó.

—¿Son los restos que buscaba? –Miró a Dimitri—. Feuris Dahl y Aegileif Bergman.

Al escuchar sus nombres retrocedí unos pasos hasta chocar mi espalda con una pared. El encargado me miró preocupado.

—¿Se siente bien?
—Sí –balbucee.

Dimitri continuó.

—Por favor descubra las urnas, queremos corroborar que sean ellos.
—Por el historial que busqué ayer, caballero… Creo que será casi imposible. Murieron quemados.
—Hágalo igual, por favor.

El empleado quitó un manojo de herramientas de bolsillo y eligió una en particular. Sin perder tiempo hizo palanca hasta abrir una urna, después la otra.

—Pues sí –dijo el empleado—, hay algunos objetos de valor, bueno… de valor por decirlo así.
—¿Podría dejarnos un momento a solas? –sugirió Dimitri.
—Por supuesto.
—Acércate Numa. No conozco sus objetos, pero tú sí.
—¡Tú estás loco! ¿Lo sabías? –exclamé indignado.
—Eso dicen muchos, sé más original.
—¡No voy a verlos!
—¿En serio? ¿Y cómo sabes que son ellos? Quizás se salvaron del incendio. Tú dijiste que Charles y Ron llegaron cuando estaba todo envuelto en llamas. ¿Y si escaparon? Es tu oportunidad de constatar el deceso.

Dudé…

—Esto es… escalofriante.
—Creo que más escalofriante son tus pesadillas.

Volví a dudar…

—No, no lo voy a hacer. Quiero irme de aquí.
—Muy bien, es tu decisión. Recuerda que pudo haber un error sobre todo porque nadie reclamaría sus restos. Llamaré al empleado y nos iremos.
—¡No! Espera… Espera… —respiré profundo—. Dame unos minutos… Solo unos minutos, por favor.
—Lo que quieras.

Mi mente revivió aquel día que me quedé en la mansión sabiendo que Charles y Ron irían para vengarse. Ni siquiera los había acompañado. Me quedé imaginando qué podría pasar con esos miserables frente a dos vampiros poderosos. Sin embargo no llegaron, un incendio fortuito devoró a mis progenitores. Eso habían dicho los testigos. Y quise olvidar todo como si nada de ese suceso me interesaba, como si yo no hubiera tenido que ver con ellos. Pero sí tenía que ver… Ambos se habían encargado de hacer mi vida miserable, día a día, noche tras noche, había sido su víctima desde que nací. ¿Estaban muertos? ¿Ya jamás podrían hacerme daño? No había otra forma de convencerme…

Me acerqué lentamente hasta poder ver lo que contenían las urnas. Sentí mi rostro palidecer, mi pulso latir frenético.

—Estoy aquí –dijo Dimitri—. No estás solo.

Asentí.

Fue chocante ver restos consumidos. Contemplar ese color negruzco y opaco de los huesos y ese aroma peculiar a quemado. Sin embargo lo que ganó mi atención con el correr de los segundos fueron esos objetos que conocía tan bien. Un reloj de hombre, de metal rectangular, billouterie barata de vidrio y acero. Y las alianzas de plata en ambas urnas.

—Son ellos –susurré casi sin voz.
—¿Estás seguro?
—Sí. El dije tiene su nombre y las alianzas… son ellos.
—Bien –Dimitri se alejó hacia la puerta y llamó al encargado—. Estamos listos.

¿Estamos listos? ¿Para qué? Pensé… Y salimos los dos de allí con el encargado y las urnas.

Al llegar a una interjección de dos senderos el hombre se detuvo. ¡Bill! Otro humano se acercó.

—El caballero es el señor Gólubev. ¿Tienes hechas las fosas?
—Sí, todo listo.

Le entregó las urnas y seguimos camino. Yo en silencio, tratando de adivinar como terminaría todo esto. Caminando entre tumbas de mármol y otras de cemento desgastado. Con lápidas ornamentales y otras rotas. Unas con flores frescas, otras… marchitas. Todos, pobres, ricos, con deudores dolientes o familias inexistentes. Todos estaban allí, muertos. Sin tener nunca más la posibilidad de vivir una vida diferente a la que hicieron.

En cambio yo estaba aquí, caminando junto a un psicólogo que se esforzaba por curar mi psiquis, respirando el aire de alrededor, y con la oportunidad de cambiar mi destino. Ser feliz o no, dependía de mí y de nadie más.

Cuando nos detuvimos en las fosas cavadas el sepulturero depositó las urnas, cogió una pala y preguntó.

—Las lápidas estarán en un mes, ¿quieren algo especial de dedicatoria?

Dimitri me miró.

Dudé…

—Sí, quiero que digan, “Sobreviví, a pesar de ustedes”.

El rubio vampiro sonrió de lado.

—Buena frase, me gusta.
—A mí también.

Cuando el humano se disponía a echar tierra en los pozos, Dimitri lo detuvo y cogió la pala.

—Gracias, pero lo hará él.

Lo miré sorprendido.

Acercó la herramienta y la clavó a mi lado.

—Entiérralos.
—¿Yo?
—Sí, tú debes enterrarlos. Para eso hemos venido aquí.

Cogí la pala y obedecí. El humano se retiró y Dimitri se sentó sobre las raíces de un árbol gigante. Encendió un cigarro y aguardó.

La acción de enterrarlos nada tuvo de especial al principio pero luego… mi memoria trajo los hechos aberrantes que había sufrido en mi niñez. Los golpes, el maltrato, las humillaciones, el frío, el hambre, el desamor… Tanto… Con cada palada que los hundía más y más mi pasado se enterraba con ellos.

Mi pecho comenzó a agitarse, la respiración se entrecortaba con cada esfuerzo de mis brazos. Mi corazón palpitaba fuerte, pero latía… latía… eso significaba que estaba vivo. Yo sí estaba vivo.

Las urnas fueron desapareciendo bajo la tierra oscura y apelmazada. Una y otra vez continué, sin detenerme. Ya lo había comprobado, eran sus restos, eran ellos que ya no se veían bajo mis pies. Me erguí y contemplé la tierra…

Cerré los ojos con el temor de que la imágenes de esos cretinos surgiera en la mente, sin embargo… quien comenzó a vislumbrarse cada vez más nítido fue Sebastien… Y después Douglas, y Charles y Ron, Anthony, Rose, Bianca… Todos los que aún estaban vivos junto a mí.

Abrí los ojos y miré a Dimitri.

Exhaló el humo de su cigarro y aguardó inmóvil clavándome la mirada púrpura de los Gólubev.

Lancé la pala a un costado y jadee por el esfuerzo. Casi no podía hablar pero tuve el suficiente aliento para sonreír y decirle, “gracias”.


Chelle.

Entré al edificio de la Universidad esperanzado que fuera un día tranquilo y ameno. Debía continuar la clase sobre el hierro y níquel en el núcleo terrestre así que había preparado un cuestionario para que investigaran los alumnos. Antes de llegar a la puerta del aula me sorprendió no ver a nadie pululando los alrededores. Siempre me esperaban llegar asomados a la puerta o recostados a la pared en grupos de tres o cuatro. Nadie… Y la puerta cerrada.

De pronto, la Rectora me llamó.

—¡Profesor Ovensen!
—Buenos días, Rectora.
—Oh… suspiró agitada hasta llegar a mí—. ¡Qué pena me da!
—Disculpe…
—Es que he llamado a su móvil desde ayer para notificarlo.
—¿A mí? Es que tuve problemas con el móvil. ¿En qué puedo ayudarla?
—Lo siento tanto… El profesor Vang regresó. Sinceramente es el titular y no podría reemplazarlo bajo ningún concepto, a pesar de que su desempeño ha sido maravilloso. Pero tengo una buena noticia.
—Sí… La escucho… —contesté aún conmocionado por la llegada del antiguo profesor.

¿Y ahora qué? ¿Me quedaba sin empleo?

—Venga conmigo. Tengo una oferta que hacerle.

La seguí como autómata. Ya no tener el cargo de docente me hacía sentir que estaba en el mismo punto de partida. Entró al despacho y me invitó a sentarme.

—Ya veo su cara de resignación, pero aguarde –quitó una carpeta azul y me la ofreció—. Léala con tiempo. La próxima semana tendré que tener su respuesta.
—¿De qué trata, Rectora?
—La profesora de quinto año no renovará contrato con nosotros. Es decir Geología Superior se quedará sin docente el próximo cuatrimestre. Sería el correspondiente a Marzo— junio. Fíjese si podría cumplir con el programa de enseñanza elevado, para mí sería un honor mantenerlo en nuestro staff. No me conteste ahora.

Cogí la carpeta, dudoso. Yo daba clase en tercer año… Sin embargo, era mejor intentarlo, ¿qué perdería?

—Muchas gracias. Lo leeré y contestaré lo más pronto posible.
—Muy bien. Lamento que no haya tenido más tiempo para avisar del regreso del señor Vang.
—No hay problema… Solo que… Me gustaría despedirme de los alumnos. ¿Podría?
—¡Por supuesto! La clase terminará en cuarenta minutos.
—Gracias.

………………………………………………………………………………………………..

A la hora señalada escuché tras la puerta cerrada el “hasta la próxima clase”, del profesor. Ni un murmullo de parte de los alumnos, ni un “nos vemos profe” o “¡qué pase bien!”, como solían decirme a mí. No sabría decir si había caído bien la noticia de su regreso o si me extrañarían. Lo que sí estaba seguro que yo los echaría de menos. ¿Y a Fjellner? ¿No lo vería más?

La puerta se abrió y el profesor se alejó apresurado por el pasillo. Antes que los alumnos comenzaran a salir del aula, entré. El sonido de fondo de las distintas voces calló. Los miré desde la puerta y sonreí. No hubo rostro que no me mirara con desilusión.

—Vine a despedirme.

Avancé hasta el pupitre ante la mirada de esos cuarenta y cuatro chicos que en muy poco tiempo había comenzado a conocer y apreciar.

—¡Es injusto! ¡Debía quedarse usted! –George fue el primero que habló.
—No es así –respondí—. Yo estaba de paso.
—¿Hay alguna forma que se quede? –preguntó Vanish.
—No, él es titular en la materia.
—¡Pero explica como el culo!
—¡Nix! –llamé la atención.
—¿Y si juntamos firmas? –sugirió Caro
—¡Sí! ¡Hagamos eso! –corearon.
—No no, escuchen. No hagan nada que empeore la situación. Además no me despido del todo. Quizás de clases para los de quinto.
—¿Y tengo que esperar para verlo dos años? –se angustió Jenny.

Sonreí.

—Necesito robarles unos minutos.

Los que ya estaban de pie volvieron a sentarse.

—Quiero contarles… que llegué aquí… sin tener prácticamente nada, ni siquiera ilusiones. Perdí mi familia, mi país, mi hogar, todas mis posesiones. Tengo solo un amigo, se llama Charles. Él y un guía llamado Sebastien, que me orienta… Ambos fueron los únicos que me impulsaron a probar suerte como profesor porque en realidad soy ingeniero. Entonces, probé aquí en la Universidad porque había una vacante provisoria… Conseguí el cargo y traté de desempeñarme dando todo de mí –sonreí con tristeza—, que mucho no era porque solo tenía mi conocimiento.

Los ojos de algunos alumnos brillaron emocionados.

—No quiero que esta sea una despedida traumatizante para ninguno, solo necesitaba hacerle saber lo importante que fueron. Quiero agradecerles a todos porque también aprendí muchas cosas de parte de ustedes. De verdad. Nunca imaginarán lo bien que me han hecho siendo mis alumnos y dándome un lugar que era de otro profesor.

—A nosotros nos inculcó el amor por su materia, la forma de estudiar más simple, y otros consejos –dijo Mac.
—¡Se lo ganó profe! –gritó Birmhan desde el fondo.

Fue cuando lo vi… A Fjellner. Estaba sentado junto a su amigo, con la vista clavada en su pupitre. Seguramente pensaría lo mismo que yo. No nos veríamos a menudo. Quizás no nos cruzaríamos jamás en la ciudad de Kirkenes, punto de posible reunión de vampiros y lobos.

Los alumnos fueron abandonando el aula. No hubo uno que partiera sin demostrar su cariño y agradecimiento. Sentí que la experiencia había valido la pena. Todo lo logrado era gracias a la relación que había formado entre docente y alumno. Muchas veces muy difícil de mantener en el curso.

Birmhan y Fjellner fueron los últimos en salir del aula. El lobo calzó la mochila y se adelantó mientras su amigo cogía sus útiles en la mesa. Esta vez no simulé buscar carpetas, lista, o cualquier cosa que me desviara de su rostro. Esta vez… esperé a que llegara con los ojos fijos en los suyos. Si no lo vería más deseaba que ese ámbar se grabara en mi memoria.

—Profesor –se dirigió a mí como debía llamarme cualquier alumno—, me despido. Ya no nos veremos.

La frase me impactó de tal forma que percibí la hiel por mi garganta. El pecho comprimirse. Mis cuerdas vocales enmudecerse. El torrente sanguíneo repartiendo la angustia por cada rincón de mi cuerpo. Las mismas sensaciones que te llegan cuando escucharás una mala noticia que ya presupones.

—Le deseo suerte –después en tono muy bajo y después de cerciorarse que su amigo continuaba lejos, continuó—. Sabemos que ni yo pisaré la mansión, ni tú irás a visitarme a la reserva. No tenemos un vínculo que pueda justificar el encuentro en ambos territorios. ¿Encontrarnos en Kirkenes? Tal vez, pero lo cierto es que ni siquiera somos amigos. Un ex alumno y un profesor. Así que… prefiero despedirme y desearle suerte por las dudas.

Abrí la boca y la cerré. Incapaz de poder decirle, “no me hagas esto, dame otra oportunidad.”

—Agradezco todo lo que hiciste por mí, aun sin querer comprometerte.
—No hice nada –balbucee al fin.
—Eso es lo que crees. Será porque nunca sentiste lo mismo que yo –volvió a mirar a su amigo alejado—. Entérate que me diste una ilusión de amar otra vez y olvidarme el pasado amargo. A partir de enamorarme de ti, entendí que la vida da oportunidades y que debes creer que lo malo no durará para siempre. Gracias. Suerte en todo lo que emprendas, de corazón.
—Muchas gracias —tragué saliva y extendí mi mano.

La observó en el aire y luego me miró a los ojos.

—No puedo estrechar tu mano. Aunque no lo entiendas, al menos sabes el porqué. Me desarmaría, me partiría en trozos, inclusive… me animaría hacer lo nunca me animé por no perjudicarte. Así que, no.

Y se fue, partió del aula dejándome el corazón hecho pedazos.

Birmhan se acercó sonriente.

—¡Profesor le deseo suerte!

Sonreí a duras penas tratando de sobreponerme.

—Gracias Birmhan. Le deseo lo mismo y que cuide esos atracones que se da de vez en cuando.

Rio.

—Lo haré. ¡Ah! –quitó un papel con un número y lo extendió—. Mi hermana debe rendir libre Geología. Pensé que si la llama y combinan una cita para apoyo en la materia sería beneficiosa para ella y para usted. Si no trabajará hasta el próximo cuatrimestre le vendrá bien un dinero. No será mucho pero…
—¡Muchas gracias! Lo anotaré ya mismo en el móvil –lo cogí emocionado.
—Suerte profesor y gracias por todo.
—De nada…

Ingresé el número en mis contactos con el nombre de Birmhan. Observé el recinto… El aula quedó vacía como mi corazón. Me retiré rumbo a la casa de Charles. Al menos tendría un amigo como él para contarle como me sentía. Mientras caminaba por el pasillo hacia la salida, la sonrisa de Charles y sus consejos me hicieron pensar si era hora de dejar de ser cobarde.


Mike.



Me senté junto a mi amigo que esperaba por su chica en los primeros escalones de la Universidad. El edificio a mi espalda y la calle transitada frente a mí. Aquí estaba… En el punto de partida de un corazón solitario. Sentía un nudo en la garganta que me esforzaba por mantener y no romper a llorar. Hubiera sido ridículo. Porque a las chicas les queda bien no a nosotros. Esa imagen machista y desnaturalizada que tiene el mundo en general. Como si los hombres no debiéramos demostrar sentimientos. A ver… Me quedaba sin él, no lo vería más, ¿cómo haría para levantarme por la mañana planeando algún encuentro a solas o pensando que decirle para convencerlo? ¿Otra pérdida? Mi ex novio aunque no valiera la pena, después mi padre, ahora él…

Un golpe en el hombro me hizo reaccionar.

—¡Anda! Si quieres llorar, llora. No se lo diré a nadie –Birmhan sonrió con pena.
—Gracias, sé que no se lo dirías a nadie. Pero, ¿para qué? No lograría hacerlo volver por mí.
—Bueno, sacarás toda esa rabia y tristeza que tienes, es mejor afuera que adentro. Mientras me terminaré estas galletas de chocolate que tengo en el bolsillo.

Sonreí.

—Debes comenzar a comer mejor.
—Ni loco, la comida y el sexo es lo único que me llevaré de este puto mundo.

Sonreí otra vez.

—Además… hay cosas peores. Como dejar a tu chica embarazada.

Lo miré sorprendido.

—¿La embarazaste?
—Sí, y quiere casarse. ¿Y sabes qué? No tengo trabajo. ¿Qué haremos?
—Tranquilo, debe haber solución.
—¿Antes o después que su padre me asesine?
—¿Quieres que hable con él?
—Sí que últimamente tienes instinto suicida, ¡eh!
—Si no tienes trabajo puedes conseguir uno. Lo importante es si la amas, ¿la amas?
—Sí, la amo. Aunque no imaginaba este futuro.
—La vida es así. Tú proyectas y ella hace lo que se le antoja contigo. Bienvenido al destino.
—Oye… Es Ovensen. Allí –señaló la acera—. Seguro va hasta la esquina para cruzar la plaza.

Seguí su dedo índice y lo vi.

—Déjalo, ¿qué voy a hacer? Suplicarle que tengamos algo serio.

Chelle llegó a la esquina solitaria, se detuvo y giró su rostro hacia nosotros. Me miró fijo y después pareció echar un vistazo alrededor. Ya no había alumnos rondando, ni profesores. Nuestra materia era la última de la jornada. Bajó la vista y volvió a mirarme…

—¡Fjellner!

Quedé petrificado.

—¡Está llamándote! Jodeeer, te llama, ¡Ve! ¿Qué esperas?
—¿Es a mí?
—¡Claro idiota! ¡Tú eres Fjellner!

Me puse de pie y la mochila resbaló de mi hombro y cayó al suelo.

—Te la cuido, si no vuelves ve a buscarla a casa.
—Ya regreso –balbucee.

Avancé con las piernas temblando. ¿Qué iría a decirme? ¿Qué deseaba que nos viéramos a escondidas? Cielos…

Llegué hasta él sin dejar de mirarlo a los ojos. Me detuve a menos de un metro de distancia de su cuerpo.

—¿Me llamaste? –tartamudee.
—Sí…
—Dime… —respiré profundo.
—Quería pedirte que aunque no esté no abandones las clases. Eres brillante.
—¿Eso querías decirme?
—Sí, y que… pienses que tienes mucho por delante. Una familia que seguro te ama y quiere verte bien.

Mordí mis labios con cierta desilusión.

—Okay, ¿algo más?

Me miró fijo con los labios entreabiertos como si quisiera decir muchas cosas y no se animaba.

—Me voy, entonces… Si no tienes que decirme nada más…
—Sí… Tengo…

Dio varios pasos hasta rozarnos. Las manos cogieron mi rostro y me atrajo hasta sus labios. Y me besó… Joder… me besó. Con esa pasión que tanto había soñado. El movimiento de la boca presionando la mía, la lengua acariciando cada rincón esperando mi respuesta. Por supuesto que no lo hice rogar. Mis dedos se enredaron en el cabello e incliné el rostro para un mejor ángulo. ¡Sí señores! Este tenía que ser el mejor beso de mi vida.

Lo dejé ser dueño de mi boca, porque ya lo era. Y me dejó ser dueño de la suya porque me la había ganado. Por tanto amor, por tantos sueños sin poder compartirlos con él. Ese sabor a menta, chocolate, y tabaco. Esos fríos labios y a la vez tan calientes. Esa urgencia mezclada con deseo acumulado. Las lenguas acariciándose con el mismo compás de tus latidos. El gemido ahogado compartido mientras el aire te escasea pero no te importa. No te importa… Nada te importa… Aunque hubieras muerto en ese beso.

No sé cuánto duró ese dichoso momento. Seguramente menos de lo que me hubiera gustado. Sin embargo ocurrió por su iniciativa y para mí fue tocar el cielo con las manos.

Cuando nos separamos apenas, acarició mis labios con los suyos. Los ojos cerrados, su cuerpo ahora tibio a través de la ropa.

—Eso quería decirte –susurró—. Es lo que siento por ti. Que cada vez que te ibas del aula te llevabas parte de este vampiro. Que te ama siendo tú un lobo, esos a los que tanto temía. No quería dejar de verte sin que lo supieras.

Acarició mi mejilla y me miró con tristeza.

—¿Podría traducirlo como un “hasta pronto?” –murmuré.
—Sí, quizás.

Se alejó cruzando la calle y ya no giró para verme. En mí esa desesperación que nace desde lo profundo de tu ser, en la quieres gritar, ¡no te vayas! Y a la vez sabes que no es el momento para que se quede allí, contigo… Sin importar el mundo y las razas.

Me quedé con los labios ardiendo y mi corazón galopando como caballo salvaje. Me dije a mí mismo…

—Sí… quizás…