Queridos lectores, he vuelto. Gracias infinitas por esperarme con paciencia. Les deseo un bello fin de semana. Lou.
Capítulo 62.
La mejor decisión.
Ekaterina.
Sentada
en la alfombra de la sala, observé junto a Nicolay, la quinta vuelta del tren
eléctrico, regalo de Numa. Era una suerte que la cabaña de Charles fuera
inmensa. De lo contrario, el sonido del pitar del juguete hubiera despertado a
Odette en dos segundos.
Numa
había ido al colegio de Nicolay para interiorizarse sobre las asignaturas que
debía rendir el niño para estar al día con el curso. Las clases habían
comenzado a mediados de junio, no había podido asistir debido a nuestra estadía
en Kirkenes. Por suerte, era muy inteligente y no tenía duda que en poco tiempo,
alcanzaría a sus compañeros de escuela.
Bianca
entró a la sala con Odette en brazos.
—¿Tengo
que apagar el tren por mi hermana? –frunció las cejas.
Bianca
sonrió y se sentó en el sofá.
—No,
cariño. Odette no quiere dormir, está molesta. Debe tener algún pequeño dolor
de panza, es normal.
La
acomodó en el regazo y sus ojos se encontraron. Era muy bonita. Pero lo más importante,
que era una bebé sana y tranquila. Casi nunca se la escuchaba llorar, aunque
Sebastien opinaba que la causa se llamaba “Charles”, ya que al menor quejido
corría a socorrerla.
A
Bianca se la notaba triste, la razón… era justa. Su jefe y amigo, Olaf Arve,
había muerto. Una desgracia para los Craig que siempre contaron con su
complicidad y ayuda. Y también para los Gólubev… Pobre Ivan…
—¿Cuándo
viene el abuelo Charles y la abuela Margaret?
—Pronto
–contesté.
—¿Y
papá? ¿Por qué tarda tanto papá? Quiero jugar con él.
—Ya
estarán por llegar.
—¿Dónde
fueron papá y los abuelos?
—Pues…
a pasear… por la playa.
No
podía decirle a Nicolay que habían ido al entierro de Olaf. No deseaba que
recordara la muerte de mi hermana. Inventé lo primero que se me ocurrió en el
momento.
—Hace
frío para ir a la playa –contestó Nicolay mirándome fijo.
—Bueno,
quizás querían ver el mar. ¿No te gusta ver el mar?
—Sí,
pero no cuando hace frío.
—Tranquilo
Nicolay, ya estarán por llegar –agregó Bianca—. ¿Quieres sostener un rato a tu
hermanita?
—No,
porque vomita en mi ropa.
Reímos.
—Quiero
agregar un vagón más, ¿puedo?
—Sí,
apaga el juguete. No lo hagas con el tren andando.
—Okay.
Bianca
me miró y habló por lo bajo.
—Me
ha llegado la notificación del nombramiento. Quieren que sea la nueva directora
del hospital. Lo he pensado y aceptaré, es la mejor decisión.
—Eso
es bueno, ¿verdad?
—Sí.
Sin embargo, me será muy difícil saber que no lo veré más. Era un buen hombre.
—Terrible…
¿Sabes cómo está Ivan?
—Destrozado.
Los Gólubev partirán en unas horas con él a Moscú.
—Pensé
que ya se habían ido.
Nicolay
se alejó buscando la caja del juguete.
—No,
Mijaíl quiso asistir al… –bajó la voz aún más—, entierro. Sintió que debía una
disculpa a Branden, aunque sonara inocua.
—Hace
bien.
—¿El
tío Mijaíl está en un entierro? –Nicolay nos miró a ambas.
—Ehm…
—Titubee.
Bianca
lo pensó unos segundos mientras él la miraba esperando una sincera respuesta.
—Sí,
el de un amigo –contestó Bianca.
Creo
que a veces a los niños, sabiamente se debe decir la verdad.
—¿Papá
y los abuelos también?
—Sí.
Después de la playa. Pero no debes preocuparte. Pronto llegarán. A veces
suceden cosas tristes a personas que estimamos y hay que estar junto a ellas.
—¿Y
quién se murió?
Por
suerte el amado y salvador sonido de la moto de Douglas, se escuchó cerca.
—Oyeee,
viene tu hermano. Podrás compartir el tren –dijo Bianca mostrando entusiasmo.
—¡Siiiii!
–Nicolay dio saltos de alegría y se acercó al gran ventanal.
—Cariño,
no salgas sin abrigo, aguarda que llegué a la puerta para abrir –Bianca y yo
nos pusimos de pie.
En
unos cuantos segundos Douglas entraba y fundió en un abrazo a su hermano.
—¡Holaaa!
¡Cada vez más alto! ¿Qué comes? Quiero lo mismo.
—¡Hola
Douglas! Me han regalado un tren. ¿Quieres jugar?
—¡Claro
qué sí! Antes voy a saludar a mamá y a la tía.
—¿Y
a la bebé?
—También.
Me
puse de pie sonriendo.
—Hola
Douglas.
—Hola
Ekaterina, hola Bianca. ¿Todo bien?
Nicolay
tironeó de su abrigo.
—¡Vamos
a jugar!
—Ya
estoy, ya estoy, aguarda un momento –depositó un beso en la frente de Odette.
—Nicolay
–debes esperar, Douglas recién llegó. Uno no debe ser impertinente. Ya lo
hablaste con papá –ordenó Bianca.
—Pero
yo quiero jugar.
—Y
yo jugaré contigo, lo prometo. Solo espera que debo hablar un momento con las
chicas.
—Okay…
Los
tres nos miramos en silencio. Nuestras caras lo decían todo. No podíamos
explayarnos demasiado con el niño presente. Douglas lo entendió. Además Bianca
y él se entendían aunque no pronunciaran palabras.
—¿Sabes
qué? Antes de jugar, me gustaría que te abrigues mucho así damos una vuelta en
moto. Si tu mamá no se opone. ¿Te gusta la idea?
Nicolay
abrió la boca con asombro y saltó de entusiasmo.
—¡Sí!
¿Puedo mamá?
—Sí,
puedes. Te abrigas y busca el casco de Numa.
—¿Tengo
que guardar el tren?
—No
te preocupes, lo dejaremos para que juegues con tu hermano –respondí.
Nicolay
abandonó la sala corriendo y Douglas nos miró.
—Bien,
¿qué novedades hay? ¿Papá no volvió?
Volvimos
a sentarnos ya sin la presencia del niño y poder hablar con más libertad.
—Aún
no.
—¿Sabes
algo más de Ivan? –pregunté.
—En
absoluto. Vengo del hotel. Hay mucho trabajo. Tengo que sumar nuevos gastos que
tendrán que hacerse. Papá y los tíos contrataron una chica nueva. Una tal Beiwe.
—No
te preocupes, ahora que estoy instalada en Kirkenes volveré al trabajo en el
hotel. Le dije a Sebastien que mañana me reintegraré. Así será más fácil para
ti –acoté.
—Gracias.
Tu ayuda será bienvenida. Debo estar más tarde en la reserva. Es la despedida
de soltero de Mike y Chelle.
—¡Oh
es verdad! Será una pena no asistir a la boda, Odette es muy pequeña –se apenó
Bianca.
—Es
extraño que el abuelo Charles no se haya postulado para quedarse con ella –se
burló Douglas.
—Es
que él no debe faltar. Fue muy importante en la relación de los novios. Ha
ayudado mucho cuando hubo peleas entre ellos, y ha contenido a Chelle desde el
principio.
—Cierto,
cuando papá estaba definitivamente en contra. ¿Recuerdas? Quería golpear a
Mike.
—Ni
lo menciones. Por suerte todo terminó bien.
—Bueno,
disculpen que no sea tan optimista –agregué—. Todo terminará bien cuando esa
víbora muera y ya nadie corra peligro.
—Sí…
Tienes razón –Bianca me miró asintiendo.
—Por
lo menos, ahora estamos unidos –agregó Douglas. Seremos más contra ella. No nos
vencerá.
Branden.
Junto
al cajón donde yacía mi padre, eché una mirada a la sala velatoria. Me parecía
tan grande, columnas de mármol negro en cada esquina de sala y antesala, sillones
esquineros en cuerina gris, mesas con tazas de café, algunas a medio terminar,
y coronas de flores de partes de muchos amigos y colegas.
En
uno de los sillones, sentado, cabizbajo, se encontraba Mijaíl Gólubev. Había
tenido la decencia de acercarse a saludar. Después partirían a Moscú con Iván.
Ivan…
A pesar de la enorme desgracia que había provocado en mi vida, no podía
odiarlo. A ninguno de los Gólubev. Hace años ellos me habían acogido y ayudado
mucho en mi transformación. Sabía que Ivan nunca lo hubiera hecho a propósito…
Eso nunca. Pero él había asesinado a mi padre sin querer… Había sido buena idea
que él no viniera al velatorio y se fuera de Kirkenes. Quizás los años curarían
esta mezcla de sentimientos que me agobiaba. Por ahora… no deseaba verlo frente
a mí.
Charles
se acercó y palmeó mi hombro. Se mantuvo a mi lado en silencio.
Mi
padre había sido un hombre muy querido y respetable. Era una enorme injusticia
que ya no estuviera entre los vivos. ¿Cómo el destino nos había jugado tan mal?
¿Por qué se encontraba solo con Ivan? ¿Por qué nadie había entrado en ese
instante para impedir el ataque? ¿Por qué no lo llamaron por una urgencia en
ese momento? ¿Por qué? ¿Por qué?... De nada servía preguntarse el porqué.
Desde
la otra sala escuché la voz de Boris. Preguntaba por mí. Seguramente Ekaterina
le había avisado. Agradecía que quisiera estar en este horrible momento. Sin
embargo, no por ser desagradecido, pero no me importaba un cuerno quien había
venido y quién no. Solo quería a mi padre con vida.
Escuché
sus pasos hasta llegar a mí. Me giré para verlo y me abrazó.
—Lo
siento mucho.
—Lo
sé. Gracias.
Me
aparté lentamente y volví a aferrarme al cajón. Deslicé mis dedos por la madera
lustrada hasta llegar a la cabecera. Acaricié su frente.
—Está
helado –murmuré.
—Sí,
es normal –dijo Charles.
—¿Normal?
¿Por cuánto tiempo? ¿Unos días? ¿Tres? –mi rostro reflejó la esperanza.
—No,
no… No me refería a eso… Él dejó de existir –respondió en voz baja.
—¿Por
qué no? —me exalté— ¿Quién lo asegura?
—Branden,
tenemos experiencia, esto… no es lo que crees.
—¿Por
qué? –insistí.
—Escucha
–susurró—, su corazón dejó de latir. No hay oportunidad.
—¡Escúchame
tú! ¡No cerraré el cajón ni lo enterraré hasta que esté seguro!
Noté
que los murmullos de la sala callaron y el silencio invadió la sala. Solo se
escucharon unos pasos acercándose. Era Sebastien.
—Branden,
te traeré un café, siéntate y hablaremos.
—No
quiero café, no quiero sentarme. Voy a quedarme aquí. Quizás haya una señal y…
—Branden…
Entiendo tu deseo pero la realidad es otra. Ven, acompáñame.
—Dije
que no. Aquí me quedo.
Noté
en medio de tanta euforia que algunas personas se acercaron. Noté la mirada de
Charles con un brillo de inquietud. Sebastien me rodeó por los hombros y no
supe en cuantos segundos fui arrastrado hasta otra sala solitaria.
Me
miró fijo y susurró, aunque con firmeza.
—¿Crees
que si no estuviera seguro dejaría que lo entierren? Solo te diré, que no voy a
permitir que mi familia y mi raza estén en peligro. Haré lo que sea. Ahora…
Regresa a despedirte de tu padre y cerrar ese cajón. Olaf está muerto.
—No
tienes corazón –acusé con rabia.
—Tú
no estás razonando. Créeme, lo entiendo. No sabes todo lo que significó tu padre
para mí. Sin embargo, mi tristeza no bloquea mi sentido común. Si persistes
delante de todos que Olaf está vivo, no tardarán en llamar un enfermero e
inyectarte un calmante. Y te juro que seré el primero en colaborar a que te
internen.
—¡Vete
al cuerno! –Exclamé, pero luego callé.
Me
dirigí en silencio hasta la sala contigua a despedirme de mi padre. En el
fondo, reconocía que ni Charles ni Sebastien permitirían que lo enterrase vivo…
pero… solo me había aferrado a la única posibilidad de que todo no hubiera
terminado así.
Sasha.
Sentada
en la sala de espera del aeropuerto, busqué la mano de Mijaíl y la apreté
suavemente.
Él
me miró, sonrió, y observó a Ivan recostado en el gran ventanal que daba a la
pista.
—No
estés nerviosa, todo pasará.
—No
lo veo bien.
—Es
normal. No está pasando un buen momento. En Moscú podrá reponerse.
—No
creo que desee ir a Moscú.
—No
tiene muchas salidas. No puede quedarse con los Craig. Ellos no le reprocharán
nada, pero nuestro hijo no se sentirá cómodo.
—Creo
que está triste por partir de Kirkenes. Ahora que Anouk y él se sentían
nuevamente tan unidos. Además la boda de Chelle con el chico Mike.
—No
creo que le importe la boda de un lobo, Sasha.
—Bueno,
Chelle es un Huilliche. No sé… quizás podría hacer nuevos amigos.
—Amigos
dirás, Ivan no tiene viejos amigos que yo sepa. Siempre ha sido ermitaño y un
poco complicado. Solo con sus hermanos ha mantenido lo más parecido a la
camaradería.
—Es
que es tan brillante e intelectual que no ha encontrado con quien compartir sus
intereses.
—¿Y
en la reserva de lobos lo va a encontrar?
—Mijaíl,
¿qué te ocurre? Tu no piensas así.
—Nada,
no me hagas caso. Lo siento… A veces pienso que no debería haberse alejado de
Rusia.
De
pronto una señorita de uniforme se acercó a nosotros.
—Disculpen,
¿familia Gólubev?
Mijaíl
y yo nos miramos sorprendidos. Mi marido le respondió.
—Sí,
señorita. ¿Hay algún problema?
—No,
señor. Hay un caballero en la entrada que desea ver a Iván Gólubev.
—Okay,
ya le aviso a mi hijo. Muchas gracias.
Apenas
se retiró me angustié.
—Mijaíl,
¿caballero? Busca a nuestro hijo. Debe ser el hijo del doctor, querrá matarlo
por lo sucedido.
—Tranquila,
Sasha. Branden no haría eso. Sebastien no lo permitiría.
—Cielos…
Ivan
se acercó al ver la seña de su padre.
—¿Qué
ocurre?
—Pues,
alguien te busca a la entrada del aeropuerto.
—No
entiendo.
—Nosotros
tampoco –acoté—. De todas formas no irás solo.
Bianca.
Sebastien,
Margaret, y Charles, habían llegado a casa. Reunidos en la gran sala, tomando
café, disfrutábamos de la paz en familia. Luego de unos minutos, Ekaterina se
retiró.
—Lo
siento, mañana prometí ayudar a Douglas en las cuentas del hotel. Voy a
descansar. Nicolay estuvo intenso.
—En
un rato te sigo, amor –dijo Numa.
—No
te preocupes, tu tranquilo, aprovecha –lo besó.
—Ekaterina,
me gustaría que pasaras antes por el hospital –interrumpió Sebastien—. Es por
la transfusión.
—Oh
sí, no hay problema. ¿Debo preguntar por alguien?
—Sí
–contesté—, pregunta por Cris. Le mentí sobre “tu anemia”. Así que no habrá
problema.
—Perfecto.
Buenas noches a todos.
—Buenas
noches.
Retomamos
la charla amena sobre la boda de Mike y Chelle, sobre los escarlata y su
estadía en la reserva entre lobos, lo bien que parecían adaptarse a vivir fuera
de las cumbres o montañas aisladas. Percibía que quizás las diferentes razas
algún día podrían convivir sin resabios. Para ello los humanos también debían
aceptarnos. Eso era lo más difícil de lograr. Sobre todo, si analizaba que
debíamos por ahora mantener nuestro secreto.
El
hecho peligroso, ocurrido en el sepelio de Olaf, pudo haber sido una
catástrofe. Fue natural dentro de todo, que por un momento, Branden pensara que
podía haber posibilidad que su padre reviviera. Por suerte, Sebastien pudo salir
airoso. Nadie imaginaría que caos hubiera provocado a nuestra raza.
¿Nuestra
raza? Sonreí… Pocos años habían pasado desde aquella vez que pisé Kirkenes. Era
enero del 2015. Había celebrado la Navidad con Bernardo y mis primas. Ellas, tres
jóvenes humildes y sencillas, que vivían en ese maravilloso rincón de Drobak. Pocos
años habían transcurrido hasta hoy. Sin embargo eran demasiados hechos que
habíamos vivido. ¡Cuántos cambios! ¡Cuántas vivencias dejadas atrás para vivir
otras increíbles! Bernardo, ya no era un humano calificado como uno de los
mejores fotógrafos forenses. Hoy lucía como un verdadero padre de familia, un
licántropo, guía de una manada de hombres lobos que lo adoraban y respetaban.
Hubo muchos cambios en él. Sin embargo, al menos había dos cosas que persistían
como siempre. Era mi mejor amigo, y odiaba volar en avión –sonreí.
¿Y
mi familia? Tía Mildri en Kirkenes, junto a mi padre, queriéndolo y cuidándolo.
Marin viviendo en la reserva, junto a Douglas, su amor a primera vista. Liz,
junto a su adorado vampiro perfecto y sus bebés mellizos. Y las cuatro…
extrañando a Signy. Siempre la recordaríamos.
Mis
ojos se desviaron a Charles que sentado frente a mí con gran embeleso, sostenía
en brazos a Odette. Como si intuyera mis pensamientos levantó la vista y me
miró. Una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Te
dije, “mi nombre es Bianca” –murmuré.
Con
una mueca risueña, contentó.
—Y
yo te dije. “Bienvenida Bianca. Soy Charles, mayordomo de los Craig”.
Sonreímos.
—¿Están
nostálgicos? –Sebastien guiñó un ojo.
—Algo
–me acurruqué junto a él—, es lindo recordar cuando el pasado fue maravilloso.
—Bueno,
taan maravilloso no sé –dijo Numa riendo—. ¿Recuerdan cuando Adrien no quería a
la peligrosa “nueva humana”? No sabía si iba a guardar nuestro secreto.
—Cierto,
pero lo convencí de que ella era especial –se ufanó Sebastien.
—Yo
creo que el que lo convenció fui yo –retrucó Charles.
—¡Anda!
No te lleves los laureles. Mi padre confiaba en la elección de mi felicidad.
—Pienso
que confiaba más en su mejor amigo –sonrió Charles.
—A
sí que tú dices que fuiste el que salvó a Bianca. No lo puedo creer.
—Créelo,
querido. Tal cual.
—Cállense
los dos. Quien influyó en Adrien, fue Douglas. Su adorado nieto –rio Margaret.
En
ese instante Rose entró a la sala.
—¡Holaaa!
Me encanta esta reunión de familia.
—Acércate
Rose, ¿quieres café?
—Sí,
pero tranquila Margaret. Yo lo traeré. ¿Saben? Estoy feliz. Me he puesto al día
charlando con Anouk. Aunque está un poco triste por la partida de su familia.
Ah… lo olvidaba –rio divertida—, tengo nuevas noticias. Y sé que no adivinarán.
Todos
nos miramos y nos apresuramos a preguntar.
—¡Oye,
cuenta! –dijo Numa.
—Vamos
Rose, ¿de qué trata? –dijo Charles.
—¿Es
sobre la reserva? –pregunté.
—Mmm…
es sobre Ivan pero mejor, primero iré por mi café.
—¡Nooo!
–exclamamos.
Odette
se sobresaltó ante el griterío, pero al parecer siguió durmiendo.
Ante
nuestras caras de protesta, la bella pelirroja desapareció rumbo a la cocina, y
aunque nos pesara… debimos esperar.
Mijaíl.
Apenas
las puertas de cristal se abrieron para darnos paso, observé alrededor. Afuera,
en la acera, había mucha gente que aguardaba la llegada de sus seres queridos,
otros nos esquivaban para poder entrar y presentar su billete de vuelo. Ivan se
mantuvo quieto junto a Sasha, pero su vista de lince fue de derecha a izquierda
y viceversa tratando de descubrir al caballero que lo buscaba.
No
alcanzaron a transcurrir diez segundos, cuando descubrimos cuatro o cinco motos
que aguardaban a diez metros, junto a la acera.
Uno
de ellos, más adelantado que el resto. Por supuesto que lo reconocí. Mi yerno
Drank.
—¡Hola
Ivan! –Inclinó el rostro en señal de saludo—. Señor… señora Gólubev. Me alegro
haber llegado a tiempo.
El
resto de los lobos permanecieron como él en sus vehículos, pero cruzaron sus
brazos a la altura del pecho. Como si esperaran una respuesta.
—¿Qué
haces aquí? –mi hijo se acercó a Drank.
—Vengo
a pedirte que te quedes con nosotros. En la reserva.
Noté
que Sasha abría la boca como si fuera a decir algo, pero enmudeció. A mí
también me había sorprendido la propuesta, y sinceramente si dependía de mí
hubiera dicho que no.
—¿Qué
dices? No entiendo.
—Sencillo.
Sé que Anouk te necesita. Y tú también a ella. Por otra parte sería un honor
para mí y para ellos –giró hacia atrás levemente y señaló a sus compañeros—.
Queremos que te quedes con nosotros, en la reserva. Nadie te hará daño allí. Ni
aunque un vampiro vengativo te buscara.
—No
te preocupes, Branden no me hará nada malo. Yo… les agradezco la diferencia que
hacen conmigo, pero mi lugar es en Moscú.
—¿En
serio? –Drank sonrió de lado—. Diría que tu lugar es donde quieras estar.
¿Dónde quieres estar hoy, Ivan?
Ivan
no contestó. Solo lo miró por largos e interminables segundos.
—Puedes
quedarte en mi cabaña. Ya la comparto con un vampiro así que estoy acostumbrado
–dijo un lobo de melena rubia.
—Vamos,
vente con nosotros. Verás que te vas a divertir –dijo otro—. Además ya estás
invitado a mi boda y a la de Chelle.
—Nosotros
ya nos conocemos, desde el túnel –sonrió aquel lobo amigo de Drank.— Me has
caído bien. Extrañarás tus amigos pero quizás ganes otros.
Ivan
suspiró, tragó saliva. Nos miró.
Extrañaré
al resto de mi familia, pero no tengo a nadie más a quien extrañar.
Sin
perder tiempo nos abrazó.
Sasha
estaba al borde de las lágrimas, pero creo que como yo, entendimos que Ivan no
haría nada que no tuviera deseos de hacer.
—Cuídate
hijo, y llámanos a menudo –lo abracé.
—Te
quiero, recuerda que siempre estaremos para ti.
—¡Gracias!
Lo veré pronto, lo prometo. También llamaré a menudo.
Drank
extendió un casco invitándolo a subir.
Ivan
sonrió, y cogió el casco antes de subirse a la moto de Drank.
—Gracias,
aunque no es necesario. No suelo morir con facilidad.
Drank
rio.
—Tampoco
yo.